Opinión | VIENTO ALBORNÉS

Líneas paralelas y paralelos meridianos

Hoy escribimos a horcajadas del sudoku de las elecciones al parlamento europeo y ello nos permite ignorar las difíciles cuestiones que la votación suscita y además tampoco tener que comentar los así mismo difíciles resultados que acarrearán, amén de otras difíciles derivas en lo nacional y lo intercontinental que puedan significar; pero aun así es igualmente difícil abordar analíticamente la realidad circundante sin terminar pringado en un chapapote petrolero que hace indistinguibles cormoranes de gaviotas.

Aunque parezca mentira, como todo ahora, tanto los relatos inventados como el mecanismo de la posverdad se han quedado demodé para los asesores políticos punteros, pues basta con denunciar los hechos o realidades inconvenientes como puro bulo y presentar al público otros mundos paralelos y paralelas líneas, sin puntos de encuentro con el contrario, cubriendo completamente toda necesidad de verdades contundentes, como ofrecen las religiones, ante el predominio numérico del analfabetismo funcional.

Es una estrategia de inteligencia artificiosa, la artificial suele ser más coherente, que viene funcionando muy bien desde la crisis económica de hace tres lustros en América, con Trump al norte y Bolsonaro al sur, en las dos mayores potencias del continente, que ya va calando en personajes de similar calaña desde Centroamérica a la Patagonia y amenaza con rebrotar en EE UU -quedan apenas seis meses- con consecuencias impredecibles para el planeta.

En la vieja Europa, la UE tiene un frente abierto con la Federación Rusa, Ucrania mediante, que ya lleva años desangrando nuestra economía y machacando a las clases trabajadoras con bombas o con inflación salvaje de víveres y viviendas, mientras los vendedores de armas y combustibles llenan la saca como nunca. Esperemos que los alcances de esas armas no toquen el corazón del mayor arsenal nuclear mundial o se nos venga encima la central de Zaporiyia.

Así se fue forjando en cada nación de los Veintisiete una ‘fachosfera’ propia, diversa y siempre dañina, que ha bebido en fuentes allende la Mar Océana y traído las buenas nuevas del ultraderechismo anti todo, que gobierna Italia u Holanda, grandes economías de la UE, y algunos países del Este, pero presente en Francia, Alemania o España con notable fuerza; ante ello las armas de la razón van cambiando y las reglas políticas han periclitado.

Hablas de libertad, igualdad y fraternidad como motores del progreso y te contestan con culo, caca y pis, retornando a la fase escatológica; hasta los todólogos andan con el miedo liberado, pues está feo discrepar duro con Milei o con el criminal Netanyahu, igual que en su día no convenía molestar a Hitler, al Duce y luego al Caudillito. Esperemos que Madrid no persista en ser capital de la internacional facciosa, con Ayuso, su leñador y los voxísticos sirviendo las cañas.

No es la vieja casta ni los renovados ultras o lo llamado woke quien expulsa a la ciudadanía, poco participativa en esto de la política; tampoco se debe al ruido insoportable brotando, que lo es, sino a que casi nadie tiene esperanza en lo público, nada esperamos como sociedad, que es mucho peor: aterra. Sumar más votos, más pragmatismo o más desencanto sirve de poco sin generar nueva ilusión y entusiasmo, con basamento en un programa progresivo y progresista abierto frente al miedo del pueblo empobrecido e ignorado. Queda protestar y votar.