Las empresas de Palma de Gandia se las ingenian para trabajar sin agua potable

Coques Susana, la más afectada, tiene que recurrir a la compra diaria de decenas de garrafas para no cerrar la nave

Los empresarios exigen soluciones inmediatas para no acumular pérdidas y dicen que no pueden esperar dos años

Susana Serra, de Coques Susana, trabaja junto a las garrafas de agua mineral

Susana Serra, de Coques Susana, trabaja junto a las garrafas de agua mineral / Toni Álvarez Casanova

Harina de maíz, sal, aceite y, sobre todo, agua. Es la receta de las «Coques de Dacsa» que Susana Serra fabrica en su empresa de Palma de Gandia (Coques Susana) y distribuye entre diferentes clientes, uno de ellos Mercadona. Hasta hace algo más de un mes producía 700 paquetes al día, lo que vienen a ser 7.000 unidades de un alimento que tiene una gran variedad de utilidades, ya que se puede usar tanto para preparar platos salados, calientes o fríos, y también dulces. En las últimas semanas, sin embargo, ha tenido que bajar la producción. No es una estrategia comercial, ni tampoco que la empresa haya visto descender el número de pedidos, sino el hecho de que el agua que circula por las tuberías de Palma de Gandia no es potable.

La instrucción es que no se puede consumir ni para beber ni para cocinar. Y eso, claro está, incluye a las empresas, especialmente las alimentarias, que no pueden utilizarla para preparar sus productos ni, en el caso de los bares, servir a a sus clientes en ninguna modalidad.

Un trabajador vierte agua mineral para preparar la mezcla

Un trabajador vierte agua mineral para preparar la mezcla / Toni Álvarez Casanova

De todo el polígono industrial de Palma, Coques Susana es, sin duda, la más afectada por esta situación. El agua es la materia prima que en mayor proporción llevan las cocas que elaboran cada día sus tres trabajadores y ella misma. No en vano, la empresa tiene un consumo diario de 300 litros, así que no es difícil imaginar lo que supone para ella esta restricción. 

«Me veo obligada a comprar cada día garrafas de ocho litros de agua mineral». Era eso, o parar la producción, no tenía otra alternativa. «Tuve que buscar lo que más se ajustaba en precio y también en los litros que necesito, porque aquí va todo medido y controlado», explica en la misma fábrica mientras uno de sus trabajadores echa mano de una de las garrafas para preparar la mezcla con la que realiza la masa. Y ahí va cada día ella con su carro de la compra al supermercado a cargar garrafas.

Esto la ha obligado a bajar la producción, especialmente porque necesita más tiempo de preapración de la mezcla. El motivo es que su fábrica de cocas está configurada para las necesidades diarias de producción. Al ser «escaldadas» la mezcla debe hacerse con agua hervida. Para ello, la nave cuenta con un calentador que funciona con gas propano que calienta el agua, por lo que ya avanza el proceso de hervido. Además, el líquido pasa por un medidor automático que deposita exactamente la cantidad que necesita. «Con las garrafas todo el proceso es manual. La medición la tenemos que hacer nosotros y para eso necesitas más tiempo. Además, el agua está fría, por lo que el tiempo para llegar al punto de ebullición se ha incrementado. Si antes tardaba 20 minutos, ahora ha aumentado hasta 40 o 45», explica la empresaria. Encima, como recuerda, «vamos hacia el invierno, que hace más frío, por lo que costará aún más hervir el agua». Así que la empresa se ha visto obligada a rebajar la producción en un 45%, hasta las 4.000 cocas diarias, o 5.000 los días que se da un poco mejor. Eso sí, ese cambio de materia prima no altera ni el sabor ni la textura del producto.

Mayor coste de producción

A esto se suma el incremento del coste de producción. «Tengo que comprar todos los días 30 euros de agua, lo que significan 150 euros al mes», calcula. Pese a ello, «no voy a repercutirlo en el precio porque el cliente no tiene la culpa de que en el pueblo no haya agua potable».

Serra está participando activamente en las reuniones que la patrinal empresarial, FAES, está manteniendo con diferentes administraciones para conseguir una solución.

De momento, la única certeza es que la conexión con el pozo de Villalonga es la posibilidad más viable para que Palma tenga agua potable sin sobresaltos, una gestión en la que también interviene la Mancomunitat de la Valldigna. Sin embargo, sabe que esa obra va para largo.«Dicen que puede tardar dos años y yo no puedo esperar tanto tiempo», se queja. La empresaria asegura que «yo necesito una solución ya y no me la están dando».

Recuerda que no es la primera vez que ocurre en Palma pero que en la anterior, en 2019, «fueron cinco semanas». Ante la perspectiva que se le presenta señala que «ya firmaría yo por que esta vez fuera ese tiempo». De momento, hace aproximadamente un mes que el municipio está sin agua potable.

Javier Jiménez muestra la garrafa que sufre para la máquina de café

Javier Jiménez muestra la garrafa que sufre para la máquina de café / Toni Álvarez Casanova

Javier Jiménez sirve tras la barra de un bar del mismo polígono de Palma. Cuenta que tiene que usar garrafas para poder hacer café en la máquina. Este sistema ha incrementado el coste: «si repercutimos el precio en el cliente, un café costaría dos euros y no vendría nadie», así que lo asume el local. Va saliendo adelante «con lo que compro a mis proveedores» y, aunque ayuda, reconoce que las 15 garrafas que le entrega el ayuntamiento no son suficientes. «Utilizamos cinco garrafas al día, solo en la barra, a esto hay que sumarle la cocina», indica.

Como Susana Serra pide una solución rápida porque «no podemos estar dos años a botellitas».