Opinión

Sudores y lágrimas en Pelayo

En una final como la del Individual, los gestos, las pegadas significan, pero sobre todo se sienten. No hay momento que no tenga carga emocional

Marc celebra un joc de la partida de l'Individual

Marc celebra un joc de la partida de l'Individual / Eduardo Ripoll

En una final como la del Individual, los gestos, las pegadas significan, pero sobre todo se sienten. Y a lo largo de los minutos, desde el primero al último quince, no hay momento, por banal que pueda parecer, que no tenga su carga emocional. Cuando Giner se cuelga en el hombro la toalla con la que se seca el sudor y camina con firme paso de un lado al otro del trinquete, como quien va al tajo rutinario, está significando seguridad en lo que hace, convencimiento en sus posibilidades. Y siente una fuerza interior que le ayuda en su escalada hacia la cima. Cuando contempla que el rival herido de muerte se levanta enrabietado dispuesto a morir sí, pero matando, su cara refleja el preludio de un sudor de nieve lorquiano. Porque su calidad exquisita, su poderosa pegada, su genio, son de naturaleza humana, y no hay humano que no sienta ese sudor, ese temblor de piernas, ese temor a encontrarnos con la belleza desconocida.

Cuando Marc de Montserrat remata a las alturas lo que antes desperdiciaba iluminaba sus ojos con esperanza, ponía sus dedos sobre el cerebro y sentía una voz que le animaba a encontrar el camino del criterio. Y expresaba su deseo de vida acogiéndose a la fuerza sentimental de los aficionados. Cuando Jan, el «pare» elegante, comedido en sus palabras, jugador con criterio en cada saque, contemplaba el sufrir de su hijo, para rematar la victoria y el volar de las almohadillas de júbilo de tantas gentes de La Marina —a quién se le ocurrió dividir los sentimientos en Alta i Baixa— cuando por fin vio feliz a su hijo, elevado a la gloria buscada durante años, fue el momento de fundirse en un abrazo sin palabras, bañadas en sudores de julio, y lágrimas de gozo infinito. Allí, había una foto, un significado pero sobre todo un sentimiento, diríase que el Sentimiento.

Enfrente solo quedaba la dignidad de una rendición honrosa, de una derrota amarga porque hubo renglones escritos y abortados para un poema épico. No hay consuelo que valga para quien pierde cuando acaricia la gloria. Es derrota cruel. Quizás el mejor consuelo para el de Montserrat se lo ofrece un gesto sentimental como el de Diego Barrachina Vivar, natural de Castelló de la Plana, aficionado ganado por la televisión, entusiasta de Marc, que el domingo pisó por primera vez un trinquete, se acercó a su ídolo consiguió una foto, «es una gran persona», afirma entre lágrimas de emoción, pasadas muchas horas de la derrota.

Allí estaba el sentimiento más inocente, más generoso, más luminoso porque Diego en su sencillez explora las razones de esa conversión a la pilota valenciana: «porque es el deporte nuestro que no debemos abandonar». Y lo dice, además, en castellano porque así de integradora es la belleza del «nostre joc».

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