Opinión | A Vuelapluma

Mi lugar en el mundo

"En la lidia -de hombres o de bestias- lo primero es parar. El que sabe parar, domina”, escribió Chaves Nogales. Lo malo es ver la diversidad y la inmigración convertidas estos días en armas arrojadizas. Más arcilla para el fango. Nadie sabe parar. Nadie quiere. Mi Mediterráneo es un espacio de acogida y buena fe.

Cementerio de pateras en El Verger.

Cementerio de pateras en El Verger. / Áxel Álvarez

Un diputado acostumbrado a observar mucho el hemiciclo y hablar lo justo guarda en sus carpetas una cita de Manuel Chaves Nogales. “Me convencí entonces de que en la lidia -de hombres o de bestias- lo primero es parar. El que sabe parar, domina”. Casi todas las semanas la busca y la repasa en busca de un refugio entre tantas ganas de ira y fango. Esta semana es la de la diversidad y el orgullo. La presencia ultra enrarece unas jornadas que deberían ser de reivindicación y celebración. Donde está Vox las banderas se exhiben, si acaso, sin homenaje, casi a hurtadillas. Hay poco orgullo. La izquierda reacciona con un ‘a ver quién tiene la bandera más grande’ y el PP, asediado y en arenas movedizas, derrapa al clamar que este Orgullo es “una celebración del insulto” y lleva a las Corts al alcalde de Elx, tras los ataques homófobos recibidos. Pablo Ruz ha sido su bandera humana. Lo malo es ver la diversidad y la lucha contra la homofobia convertidas en arma arrojadiza, otro instrumento partidista más. Más arcilla para el fango. Nadie sabe parar. Nadie quiere. Nadie maneja los errores del contrario, como el de la alcaldesa de València, con buena fe. La ganancia partidista se impone al debate sereno sobre los problemas de un colectivo que no debería ser de ningún partido, pero que está acostumbrado a sentir más cobijo en la izquierda, porque la derecha lo quiso demasiado tiempo en el armario. El matrimonio homosexual no es un logro de hace tanto tiempo y no cuesta recordar quién lo promovió y quién se opuso.

El alcalde de Elx, Pablo Ruz, esta semana en las Corts.

El alcalde de Elx, Pablo Ruz, esta semana en las Corts. / Efe/Försterling

Esta semana también ha sido la de la reflexión sobre el Mediterráneo, mucho más que un mar. Y más que un arco económico con amplio potencial de desarrollo. Un universo mental. Mi Mediterráneo es un espacio de acogida y buena fe. Un lugar también en los confines, en la periferia, alejado de los centros, con lo que implica también de observancia del mundo desde una cierta distancia, con lo que supone también de ritmos más calmos, con lo que significa también de unas formas de vida más pegadas a una tierra que aún da frutos y no es solo el solar para rascacielos vanidosos. Así debería ser.

El mar calma, sosiega. Es el lugar al que muchos acudimos los días turbios en busca de un sentido. Ese es también nuestro Mediterráneo. Habría que pensar si es casual (creo que no) que las grandes capitales europeas (las nuevas megalópolis del dinero y la influencia) no estén en estas costas mediterráneas. París, Londres, Bruselas, Berlín y, desde hace unos años, este Madrid que se va. Es otra historia, pero mucho de lo de Cataluña de esta década salvaje es el sentimiento de orfandad y olvido, de agravio. Y de incapacidad también de aspirar a capital del Mediterráneo. Hoy sigue siendo difícil saber dónde está, aunque es posible también que el Mediterráneo no acepte un centro. Que vaya contra su ser. Mi Mediterráneo es también un espacio de lenguas pequeñas que intentan sobrevivir frente al empuje del gran bilingüismo (inglés-español).

Habría que pensar si es casual que las las nuevas megalópolis del dinero y la influencia no estén en estas costas mediterráneas

El Mediterráneo es hoy también un mar partido. Las ciudades de este lado estamos más cerca del norte que de la otra ribera. Es el peso también de la historia y la religión. El Mediterráneo de los grandes cruceros de clases ricas y medias de todo el mundo es hoy también un mar barrera y un mar sarcófago de africanos pobres. A veces las realidades se juntan, como el crucero de lujo que, mientras daba la vuelta al mundo, rescató hace una semana una barcaza de inmigrantes. Los acogieron detrás de un parabán, mientras la fiesta seguía.

Salvamento Marítmo rescata siete pateras con unas 300 personas en Lanzarote este mes de junio.

Salvamento Marítmo rescata siete pateras con unas 300 personas en Lanzarote este mes de junio. / Efe

Mi Mediterráneo también es el lugar que conserva la capacidad de recordar todo lo que nos hace felices. Eso quiero pensar.

Estos días aparece por el patio de casa una pareja de pájaros extraños, con cabeza negra, cresta del mismo color, pecho rojizo y cuello blanco. Les gusta el nisperero y unos hilos que no sé quién dejó ahí de los que extraen hebras para algún nido futuro. Sé gracias a un amigo pajarero profesional que son bulbul orfeos, una especie exótica en expansión por estas tierras. Son como una especie de símbolo de un lugar que estos días es más bello gracias a lo que viene de lejos, aunque también suponga complicaciones y cambios en los hábitats y los modos de vida. Estos orfeos ufanos son también el Mediterráneo, un lugar que sabe abrazar, eso quiero pensar, y donde no triunfan aquellos que en esta hora crepuscular ladran mensajes de odio contra los otros. Estas pequeñas aves son el símbolo del lugar donde quiero estar. Mi lugar en el mundo.