Opinión | Crónicas de la incultura

Inteligencia artificial

Han llegado a ser más eficientes que los seres humanos y, sobre todo, más baratas, así que muchos asalariados quedarán en la calle en pocos años.

La semana pasada se reunió en Italia el G-7 para tratar, junto con la guerra y las migraciones, de la inteligencia artificial. Curioso que este foro económico se ocupe de una ciencia: será que la ve como la contrapartida positiva de la guerra y del hambre, que es lo que está detrás de las grandes migraciones. Un amigo mío sostiene que las dos ciencias menos fiables que hay son la Meteorología y la Economía. Miro el pronóstico del tiempo –dice– y me augura un diluvio universal: luego, se pasa todo el día nublado (o no) y resulta que no cae ni una gota. Me llama el asesor que me han asignado en el banco –continúa– y, tras hacerme enrojecer porque «soy un cliente poco interesante», me calienta la cabeza con el clásico rollo de los tipos de interés, de las market options, de las preferentes, de los bonos, y todo para acabar explicándome que tengo que cambiar mi perfil de muy moderado a conservador.

Tiene razón mi amigo. Al fin y al cabo los dos oficios mencionados no dejan de ser tradicionales: el metereólogo es la versión moderna del zahorí y el asesor financiero, una variante relamida de lo que antes se llamaba «el enterao». Su talón de Aquiles es que ambas se basan en la estadística. La gente cree que el hombre del tiempo sabe lo que va a pasar con antelación, pero no es así: lo que maneja son modelos estadísticos que establecen que, en tal y tal lugar, cada vez que se dieron las actuales circunstancias ambientales, llovió, o unas veces sí y otras no, o casi nunca etc. El asesor financiero lo mismo: al fin y al cabo, si sus pronósticos fueran infalibles, no estaría trabajando de empleado de banco, se los aplicaría a sus propios ahorros.

Sin embargo, ahora tenemos una ciencia estadística presuntamente infalible, la llamada IA (inteligencia artificial), invento que la gente suele identificar como «un robot que piensa». ¿Se acuerdan de Deep Blue, la máquina de IBM que consiguió vencer a Kasparov el campeón mundial de ajedrez? Su fundamento teórico fue establecido por Alan Turing en 1950 y consiste en preparar un artilugio que simule a la perfección los comportamientos cognitivos humanos. Desde entonces el capitalismo, que no entiende de compasión por el otro, anda alborozado sustituyendo millones de empleos por máquinas basadas en la IA. Han llegado a ser más eficientes que los seres humanos y, sobre todo, más baratas –no enferman, no piden aumento de sueldo, no cobran pensión de jubilación–, así que muchos asalariados quedarán en la calle en pocos años. Mira por dónde, la IA está detrás de las migraciones y, si me apuran, de las modernas guerras tecnológicas también.

Pero no se engañen. Hasta ahora solo se han podido diseñar máquinas de «memoria estrecha», es decir, autómatas que aprenden unas pocas reglas, mas no se han desarrollado mecanismos de «memoria ancha» y mucho menos dotados de autoconciencia. Así que no sé qué pinta el Papa en la reunión del G-7. La sustitución del ser humano va para largo. Mi experiencia profesional me ha puesto en contacto con el uso de la IA en traducción automática y les aseguro que no es para tanto. Los textos descriptivos se traducen velozmente y muy bien, pero los textos emotivos y creativos se saldan con resultados mediocres. ¿Razones?: que la previsibilidad es el fundamento lógico de la IA, mientras que la de la humanidad es justamente lo contrario, la imprevisibilidad, esa chispa intuitiva que salta en el cerebro no sabemos cómo y que puede provocar grandes incendios, pero también novedades revolucionarias. El último hito alcanzado por la IA es ChatGPT (2020), un robot lingüístico que parece un ser humano por la perfección de sus respuestas, pero que –¡ay!– genera respuestas erróneas en los dominios que conoce mal. Pues, la verdad, para gastar una millonada en máquinas que tienen alucinaciones –así lo llaman los ingenieros de la IA– me quedo con la adivinadora del porvenir de toda la vida. Salía más barata que la IA y no provocaba migraciones masivas ni guerras.