Opinión | Reflexiones

Decadencia política

Es difícil pensar en la decadencia sin evocar algunas de las mejores películas de Paolo Sorrentino, como es el caso de La Gran Belleza. Una historia de contrastes entre la pureza de lo bello y la artificialidad de lo mundano; que sería como distinguir entre la verdad y la mentira. Donde nostalgia y decadencia van de la mano, siendo la huida de lo primero lo que a Jep Gambardella –el actor Toni Servillo- le hace caer en lo segundo.

«Todos los sistemas políticos –pasados y actuales- son propensos a la decadencia», dice Francis Fukuyama, para añadir que el origen de la decadencia política está en la «incapacidad de las instituciones de adaptarse a las circunstancias cambiantes».

No cabe duda que la sociedad actual ha experimentado grandes cambios en los últimos tiempos, sin que haya dejado de afrontar desafíos nuevos que, en algunos casos, emergen con cierta rapidez. El cambio climático, los movimientos migratorios, la revolución tecnológica, la inteligencia artificial o los conflictos bélicos, son algunos ejemplos. La cuestión es cómo está abordando y, a su vez, evolucionando la política ante todo ello. Un buen marco para el análisis sería el que ofrece la competencia electoral que se vive con motivo de la próxima cita con las urnas para elegir el Parlamento Europeo. Digo sería porque, en realidad, no acaba de serlo; habida cuenta de que, algunos partidos políticos proponen las elecciones europeas como una contienda en clave nacional.

El PP de Feijóo las plantea como un plebiscito contra el presidente Pedro Sánchez, siendo su acto más importante la manifestación en la Puerta de Alcalá contra la ley de amnistía. De hecho, el lema utilizado ‘España responde’, ya es toda una declaración de intenciones en ese sentido. No deja de ser una pena que el principal partido de la oposición utilice el actual contexto electoral en esos términos. Porque desvirtúa el sentido democrático de las propias elecciones en cuestión, evita que se hable de lo que realmente se va a dilucidar en las urnas el próximo nueve de mayo y contagia el debate político. De paso, evitan explicar qué Unión Europea es la quieren. Es decir, la que hemos tenido hasta ahora con la tradicional alianza entre conservadores, socialdemócratas y liberales; o, por el contrario, la que se postula –todavía con cierta sutileza- desde el PPE hacia un pacto con el grupo ultra que lidera la pragmática Giorgia Meloni. Esto, que es lo que realmente está en juego, es de lo que rehúyen hablar.

Mientras, la extrema derecha de Abascal sigue escribiendo líneas en el libro de la provocación: primero con el espectáculo en el Palacio de Vistalegre a cargo del león Milei y luego con la visita a Netanyahu tras el reconocimiento por parte del Gobierno del Estado de Palestina. Populismo en estado puro. Por cierto, hace unas semanas el embajador de Israel ante la ONU trituraba la Carta de las Naciones Unidas durante su intervención ante la Asamblea. Pues eso.

Hoy más que nunca los partidos están llamados a plantar cara a numerosos retos políticos y sociales. La democracia, como en la película de Sorrentino, fluctúa entre lo esencial y lo banal; entre lo bello y lo mundano. Es cierto que, los partidos juegan electoralmente atendiendo a las nuevas lógicas sociales; pero, una cosa es eso y otra es adulterar por completo el debate político sobre el que realmente el electorado se debe pronunciar. Lo primero es adaptarse a las circunstancias cambiantes; lo segundo es viciar el sentido de la política. Así, exijamos que se hable del futuro de la Unión Europea. Como exigiríamos hablar del pueblo o de la ciudad si fueran elecciones municipales.