Opinión | Algo personal

El frío

Playa de Argelès, 1939.

Playa de Argelès, 1939. / Levante-EMV

Helaba aquel mes de enero de 1939. La guerra daba sus últimos coletazos. Por todas partes se escucharía poco después el bando anunciando la victoria del fascismo. Tres años antes, en julio de 1936, las tropas facciosas se levantaron en un golpe de Estado contra la República. No triunfó esa rebelión y empezó lo que se llama la guerra larga. Tres años. Desde la proclamación de la Segunda República habían pasado ocho. Después de la guerra no llegó la paz. Lo que llegó fue la victoria. Los caminos y las carreteras que llevaban a la frontera francesa eran una hilera vestida de luto, como se visten de luto, de rabia y de tristeza las derrotas. “Los niños jugaban a soldados / por todos los rincones de la tierra”, escribía Angelina Gatell en su Poema del soldado. La derrota era un paisaje de nieve y de cansancio, de lluvia helada, de cadáveres que andaban como si estuvieran vivos por los caminos de la Retirada. Al otro lado de la frontera esperaba la playa de Argelès-sur-Mer. La playa del frío.

No todo es miedo, soledad, desesperanza a la llegada. Una Asociación humanitaria trabaja para liberar a cuanta gente pueda del campo de concentración en que se ha convertido la playa. No hay refugio para el exilio que llega de España. La arena será la cabaña y la tumba para ese exilio. Y el hambre. Un miembro de esa Asociación humanitaria consigue liberar a Joaquín y a Pierre Guette, un pintor francés que vivía en una pequeña aldea catalana de pescadores. A Joaquín le chiflaba la poesía y soñaba con conocer algún día a Antonio Machado, andaluz como él. Lo que sueña Pierre es volver a encontrar a una chica de dieciséis años a la que vio por primera y única vez en la huida a Francia. Ella le dijo que se llamaba Pilar. Caminaron juntos bajo los bombardeos nazis y fascistas. A un lado de la carretera, María Luisa, una mujer joven, da de mamar a su bebé. Y dice: “Tragedia sobre tragedia. Es un siglo de tragedias”. No mira a ninguna parte cuando habla. Como si no hubiera nada al otro lado de ella misma y su bebé. Sólo un inacabable desfile de fantasmas.

En la playa de Argelès, cava Pierre una fosa en la arena y levanta con sus bártulos de pintor un pequeño refugio. La noche les cae encima. También el sueño. Al día siguiente, cuando Pierre despierta, Pilar ha desaparecido. “Quiero encontrarla”, le dice al hombre que lo liberaría del campo unos días después. El tiempo es esa búsqueda, la necesidad de encontrar a Pilar, no sólo para abrazarla sino para convencerse de que lo que han vivido juntos no ha sido fruto de su imaginación, de la locura de las guerras. La búsqueda del amor entre la violencia enloquecida de las guerras. Los barcos que salen de Francia hacia el exilio. Ahí la última oportunidad de escuchar el nombre de Pilar a la hora del embarque. Qué hay al otro lado del silencio. Sólo lo que recordamos de cuando la palabra aún no había enmudecido. “Estamos todos a merced de la memoria”, le dice a Pierre una voz desconocida en medio de las sombras. A Joaquín lo asesinan los nazis cuando la ocupación alemana de Francia. Está enterrado en el cementerio de Colliure, a un paso de donde reposan el añorado poeta y su madre, que murieron a los pocos días de cruzar la frontera y llegar al pueblo muertos de frío y de tristeza. Nunca más se supo de Pierre Guette. Ni si Pilar consiguió llegar a su destino de exiliada lejos de esa victoria que no trajo la paz sino una de las dictaduras más sangrientas de la infamia contemporánea.

Estas últimas líneas son mías. Las demás son una recreación de la historia que se cuenta en España primer amor, un libro inmenso de Vladimir Pozner, escritor antifascista, comunista y judío que se dedicó a liberar de los campos de concentración a quienes llegaban a Francia después de la derrota republicana en 1939. De esa experiencia surgió este libro memorable. Murió en París en 1992 y nos dejó, entre otros testimonios de una época convulsa, uno de los textos más conmovedores que he leído en mucho tiempo y que a mi manera les acabo de contar. Las vidas desconocidas que vivieron la esperanza de la Segunda República y la destroza a que las sometió la victoria del ejército golpista. Esas vidas que tanto está costando recuperar después de tantos años de democracia. Los versos de Carmen Castellote, impresionante poeta exiliada en México, seguramente la última poeta viva de la diáspora republicana: “Te contaré lo que de otros me traspasa, / la historia de los que durmió la Historia”. Para que ahora me vengan algunos cantando a los cuatro vientos su Ley de la Concordia. ¿De qué concordia hablan? ¿Son los que cantan esa Ley herederos de Joaquín, de Pierre, de Pilar, de María Luisa y su bebé hacia las playas del frío o son herederos de quienes rompieron con un golpe de Estado la legitimidad democrática de la Segunda República? Que no me vengan el PP y Vox con milongas sobre una concordia que es en realidad la vuelta descarada a 1939 y la victoria del fascismo. Que no me vengan con esas, ¿vale? Que no me vengan con esas.  

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