A mediados de siglo XVI, el reino de Valencia creó por primera vez en su historia un completo sistema defensivo atendiendo a la vertebración territorial.

Inspirado en experiencias de la Antigüedad, este conjunto de infraestructuras tuvo como objeto la vigilancia de la costa en previsión del ataque turco y de las incursiones de piratas berberiscos.

El temor impulsó un sistema de comunicación centrífugo y centrípeto que, sin menoscabo a la protección local, propuso la capital del reino como núcleo inexpugnable por mar.

Corría el año 1552 cuando las Cortes Valencianas aprobaron la creación de un impuesto especial sobre la seda destinado a invertir lo recaudado en estas atalayas pétreas. La seda sufragaría su construcción.

Temor y seda fueron los mimbres del más peculiar complejo defensivo que, todavía hoy, jalona el litoral valenciano mientras evoca un lejano periodo: las torres de vigilancia o torres de vigía.