El escritor Juan Manuel de Prada acaba de publicar "Me hallará la muerte", una novela bélica, de acción y suspense que ahonda en las pasiones humanas y la suplantación de la identidad. En esta nueva obra el zamorano incluso realiza una referencia a esta provincia.

-Tras cinco años ve ahora la luz una nueva novela suya. Se ha hecho esperar.

-No hay que obsesionarse con sacar libros. Cada libro se escribe cuando uno lo puede o lo debe hacer. La propia vida te va marcando el diapasón, no es una cosa que uno elige. A veces no sientes la necesidad de escribir un libro. En este aspecto yo aprendí mucho de Claudio Rodríguez que publicó los poemarios que consideraba que tenía que publicar sin obsesionarse con el intervalo de tiempo que mediaba entre uno y otro. Los libros tienen un proceso de maduración necesaria. Es mejor que cuando escribas un libro tengas la necesidad de hacerlo.

-¿Y cómo surgió la necesidad de esta novela?

-Los libros se te imponen. Por la cabeza del escritor fluyen muchas ideas que hay que filtrarlas y dejar que se decanten para ver cuál es la que verdaderamente merece la pena. Empecé a preparar otra historia, pero finalmente esta novela se me fue imponiendo hace ya tres años. Me empecé a documentar y luego la escribí.

-¿Por qué ambientada en el Madrid de los años 40?

-La historia que quería contar me exigía que el protagonista pudiera llevar un largo período de tiempo fuera de España y el hecho de que volviera muy cambiado no causara mucha sorpresa. Conocí la historia de los hombres de la División Azul que estuvieron prisioneros entre once y trece años en los campos de trabajo del gulag en Rusia y me pareció una circunstancia muy interesante.

-Y también un poco olvidada.

-Realmente así es, pues es un episodio muy desconocido en la actualidad. En su momento estos hombres causaron una gran impresión, pero ahora es un episodio muy olvidado de la historia reciente que me servía para contar la historia de la División Azul y para narrar cómo España va cambiando en las décadas de los 40 y 50.

-En la novela aparece una referencia a Zamora, en concreto, un personaje es de Arquillinos y un suceso tiene lugar en esta población de Tierra del Pan.

-Aparece Arquillinos, el pueblo de mi padre y donde tengo familiares. Se trata de un homenaje críptico a mi padre y a primos muy queridos que viven en este pueblo e incluso a mí mismo porque en mi infancia pasé muchos momentos en esta localidad. Documentándome sobre la División Azul conocí un hecho muy misterioso. Uno de los divisionarios que regresaron en el año 1954 fue asesinado en un pueblo de Aragón. Siempre me gusta escribir de lugares que conozco y en vez de situar el suceso en una localidad aragonesa, opté por ubicarlo en un municipio y en unos paisajes que me son familiares. Muchas de las cosas que pueden parecer curiosas en la novela son ciertas y están muy documentadas.

-En 'Me hallará la muerte' reflexiona sobre la España de los años 50 corrupta, en la que el robo está consentido e incluso institucionalizado.

-La corrupción económica, política y moral es un fenómeno que está asociado al poder y al dinero. En aquella época se produce el despegue de España y desde una pobreza terrible, por la Guerra Civil y sus secuelas, comienza a fluir el dinero y emerge una casta de gente que, bajo la lealtad franquista, lo que busca son otras cosas, como el beneficio personal. No obstante, lo que pasaba en esa época era muy incipiente con respecto a lo que hemos vivido en nuestro tiempo. Creo que el grado de corrupción desde los 50 no ha hecho más que aumentar y en las últimas décadas ha alcanzado un nivel asfixiante, de tal forma que ahora estamos viviendo la resaca.

-¿Y qué nos deparará esa marea?

-Realmente creo que no lo sabemos. No creo que estemos metidos en una crisis, sino en un cambio de era en la que tenemos que aprender a vivir de otra manera. En este sentido creo que los zamoranos lo tenemos mucho mejor porque todavía tenemos una ligazón mayor con las formas de vida tradicionales a través de nuestros padres y abuelos y puede resultarnos menos traumático frente a personas que están más habituadas a formas de vida más artificiales. Desde mi punto de vista vamos a ser más pobres y más honrados. Vamos a tener que acostumbramos a vivir con mucho menos y a trabajar más. Creo que de manera imperceptible y constante va a producirse una vuelta al campo. La gente volverá a cultivar la tierra porque hemos vivido de forma grotesca. Lo que llaman I+D+i , que al final es un señor que ha montado una página web y se forra, es irreal. La economía financiera se abastece del saqueo de la economía real y creo que tenemos que volver a la economía real. Así en los productos agrícolas el labrador recibe, como mucho, un 2% del precio de venta, lo que tiene que acabar. En la nueva era será insostenible el grado de especulación que hay porque pertenece a una economía usuraria.

-Una forma de usura también es el cobro de un crédito una vez que la entidad bancaria se hace con un piso cuya hipoteca no se abonaba. ¿Habría que acabar con los desahucios?

-Se trata de un tema muy complejo. Se ha producido un cambio en las circunstancias económicas. Los precios de la propiedad han sufrido un cambio absoluto. La gente compró esas casas porque les decían que era una inversión para toda la vida, pues se jugaba con la avaricia de los pobres. De este fenómeno echamos la culpa a los que están en la cúpula, pero creo que ha sido un soborno a todos, ha habido una participación colectiva. También han ocurrido una serie de circunstancias que han debilitado la posición del deudor. No podemos olvidar que en los años 70 del pasado siglo el deudor solo podía destinar a la amortización del préstamo hipotecario nada más que 30% de su sueldo por ley, una norma que se modificó para poder ordeñar más a la gente que ha acabado destinando una mayor cifra al pago de la hipoteca que al mantenimiento familiar. Por otro lado está el estado de necesidad que evidentemente cuando una persona tiene que luchar por la supervivencia, el derecho de propiedad se tiene que relativizar. Una entidad bancaria a una persona que está en un estado de necesidad no puede arrebatarle un piso por más que sea del banco.

-¿Habría que imponer ese estado de necesidad, que conlleva una causa de extinción de responsabilidad civil y penal?

-Habría que estudiar cada caso. No es lo mismo un señor que se ha comprado un piso para vivir que aquel que ha adquirido una segunda residencia. Hay que analizar las circunstancias de cada caso.

-Los grandes partidos no se han puesto de acuerdo ni tan siquiera en este asunto. ¿Están separados del ciudadano?

-Los políticos se han convertido en casta y, al final, defienden solo los derechos de los suyos. Hacer al político profesional es el gravísimo error de las últimas décadas de la fase democrática. Sin duda el político tiene que ser la persona que ha destacado en su labor, bien sea profesor universitario, bien sea abogado o bien sea albañil. Los políticos tienen que ser personas que la sociedad pueda ver en ellos ciudadanos ejemplares o admirables, que han rendido un servicio a la sociedad desde su valía profesional. El político no puede ser aquel muchacho que con 14 años se afilia a Juventudes Socialistas o bien a Nuevas Generaciones que estudia una carrera, que cuando concluye sus estudios universitarios le colocan como concejal y poco a poco va trepando en política y está toda su vida chupando del bote del partido.

-¿Este tipo de políticos se ha creado por la juventud de nuestra democracia?

-Es una gangrena fruto del sistema de partidos. Las formaciones políticas tienen una disciplina férrea en la que lo que se juzga es la idolatría al líder, pese a que no sean muy carismáticos porque son hijos de nuestra época. Existe una sumisión a las consignas del partido, lo que provoca que sus filas se llenen de pelotas y chupópteros que defienden la cultura del pelotazo y que se destierre la educación. Se están olvidando las letras en la educación porque al poder le interesan personas huérfanas que sean incapaces de explicar su genealogía cultural. Cuando no enseñas lo que es la historia, la lengua y la cultura se piensa que el político es una especie de Dios al que se tiene que rendir tributo y de quien depende la vida. La gente pierde la memoria de que muchos de los logros que se han conseguido a lo largo de los años son el producto de nuestra cultura.

-¿Qué opina de la subida de las tasas judiciales?

-Obedece a un instinto recaudatorio de un estado quebrado. Por una parte hay un efecto disuasorio, ya que por cualquier cosa se iba a un juzgado y ahora nos lo pensaremos. Es un mal evidente que se pleitee continuamente y que la actividad en los juzgados se haya multiplicado tanto, pero no se busca las causas del por qué se recurre tanto a la Justicia. Se va a los juzgados porque la sociedad está rota y dividida, porque se han fracturado los vínculos comunitarios. Antes la gente se sentía partícipe en un proyecto común, mientras que ahora reina el individualismo. A la población le das derechos, derechos y derechos y los utiliza para fortificarse. La acumulación de derechos que nos han dado es un instrumento para aislarte del resto de las personas. A los seres nos une las obligaciones comunes, el ser parte de proyectos en los que te comprometes. Los derechos te aíslan y peleas con el que tienes al lado. Las personas se convierten en islas y esta situación se ve en España, donde tenemos regiones que desean independizarse del resto.

-¿Ve viable la independencia tan demandada por el nacionalismo catalán?

-Es una locura. Esta exaltación del nacionalismo es un producto de un clima de encumbramiento de los derechos. Es un producto de la política de XIX y XX, donde se repudia la nación histórica en torno a un proyecto común que fue religioso, y se crea el concepto de nación política sobre la soberanía popular. Los nacionalismos son su consecuencia porque no hay nada en común, pues se prescinde de la historia, la cultura y la región. Desde entonces se ha alimentado a la fiera y se han creado el estado de las autonomías, que es un disparate, una cosa grotesca. Los pueblos de España se articularon históricamente de una manera maravillosa. En la tradición de los reinos de Castilla y Aragón y luego de España los reyes eran conscientes de las peculiaridades de cada tierra que componía España y las respetaban. Los pueblos son realidades biológicas y lo que se ha intentado hacer es sustituir estas realidades por artificios jurídicos, a veces centralistas o autonómicos, que no tenían un sustento real, pero el mal es no reconocer el sentido histórico de la nación española. Mi pensamiento ahora es impensable pero, dentro de 20 años cuando estos artificios caigan por su propio peso, creo que los siglos de esplendor de España correspondieron a la monarquía cristiana, donde había un rey de todos los españoles, existía un reconocimiento de las cosas distintas y había un proyecto común, en cuyo centro se encontraba la religión.

-La Casa Real no atraviesa uno de sus mejores momentos al protagonizar distintos escándalos.

-La monarquía es una institución que está desvirtuada actualmente. En los dos últimos siglos poco a poco al monarca se le ha ido convirtiendo en un funcionario de lujo que nada tiene que ver con el rey de «El alcalde de Zalamea» o 'Fuenteovejuna', donde realmente aparece lo que es un soberano, una figura que ha sido destruida por la modernidad.

-En los últimos meses se está observando que más fieles acuden a la misa dominical.

-Es un síntoma tímido que se irá acrecentando poco a poco porque a las gentes se les han negado las realidades espirituales cuando el hombre es un ser religioso.

-Usted escribe que la mejor forma de guardar un secreto es publicar un libro.

-Realmente se trata de una frase que no he conseguido atribuir a nadie, pero que comparto. Larra dijo que escribir en España era llorar. Tradicionalmente en este país se ha leído menos que en otros lugares. Tiene que ver con el clima y con que nos gusta quedar para hablar, para ir de excursión, para ir de cañas... También hay una invasión destructiva de formas de ocio alienantes como la televisión o Internet que esclavizan.

-Usted dirige actualmente un programa de cine y precisamente el séptimo arte, una industria de ocio, no vive buenos tiempos.

-Está mal igual que todas las industrias culturales que atraviesan un momento terrible porque la llegada de Internet lo está destruyendo todo. Nos hemos convertido en zascandiles que estamos pegados a una pantalla portátil. Personalmente me resulta muy triste viajar en tren y ver cómo hay personas pegadas a las pantallas. La tecnología tiene un factor muy absorbente que te aleja de la vida. La realidad es que Internet, de quien cantan sus loas, ha acabado con la música y está acabando con la prensa, el cine y la literatura, sin remedio, y en el futuro lo hará con la radio y la televisión.

-El director de cine y académico de la Lengua desde 2008 José Luis Borau nos ha dejado.

-Tuve la suerte de conocerlo y tratarlo personalmente. Era un hombre de gran sensibilidad y cultura. Era una persona muy interesante que además de director de cine también fue editor. Tenía una inquietud cultural enorme y es una figura irrepetible de nuestro cine porque el perfil del cineasta ahora es menos cultivado.