Análisis

Un icono inmortal

J.r. March

El recientemente fallecido profesor Francisco Rico solía exponer con suma maestría en sus trabajos una de las claves de la pervivencia en el imaginario popular durante siglos de los héroes de los cantares de gesta: a través de la escucha, de boca de los juglares, de los largos poemas épicos o los textos más breves del maravilloso Romancero, el pueblo acababa interiorizando las historias narradas hasta el punto de hacerlas suyas. Con el tiempo, y tras añadir una pizca de sal y algo de picante al poema original, ellos mismos se acababan convirtiendo, para deleite ajeno, en relatores de las hazañas de personajes legendarios.

Todas las generaciones de aficionados valencianistas, desde los nebulosos días del Bar Torino, han llevado a cabo un ejercicio similar al que acabamos de describir, codificando a partir de sensaciones vividas o escuchadas una historia que acaba pasando oralmente de padres a hijos. Así, enaltecidos por la veneración de la grada, refulgen en nuestro siglo de vida, como luminosas columnas que sostienen el relato valencianista, mitos del fútbol amateur como Eduardo Cubells y Arturo Montes, a quienes tanto debe, aún, el club; ‘Mundo’ Suárez, todavía -y, seguramente, para siempre- máximo goleador del Valencia; Guillermo Gorostiza, talento dramáticamente maridado con la imperfección; Tonico Puchades, un hombre sencillo salido del pueblo para conquistar el planeta fútbol; Faas Wilkes, con cuyas fintas imposibles siguen soñando los aficionados veteranos. Etcétera.

Quizá Mario Alberto Kempes Chiodi sea el ejemplo más rotundo del héroe épico de nuestra historia. En él el valencianismo halló a un ídolo heterodoxo, diferente a todos los anteriores. A ojos de nuestros padres y abuelos, Kempes se asemejaba -y nos lo sigue pareciendo hoy en día- a un coloso: cuerpo atlético, condición impecable, larga melena al viento. Junto a su voracidad goleadora, su llamativa gestualidad y su espíritu ganador, esos rasgos físicos lo convirtieron en el primer icono global del Valencia, venerado desde la Illa Perduda hasta Osaka. El triunfo del delantero fue absoluto y casi inmediato. Casi. Es sobradamente conocida la anécdota de su debut en Mestalla, repetida mil veces por nuestros mayores y transformada en poesía musical por Fran García: el turbulento estreno en el Naranja, todavía con las codornices comidas a toda prisa en Motilla girando en el estómago, pareció presagiar un drama. Solo fue una mala noche.

La pervivencia de los mitos no solo queda fijada por la oralidad o la escritura. Leemos en otro rincón del diario la explosión demográfica de marioalbertos en la Valencia del tiempo de Kempes, señal atronadora como pocas de la singularidad e influencia del personaje. Otra muestra perceptible del legado del argentino sigue muy presente cada día de partido en Mestalla. Todavía hoy, casi medio siglo después de la llegada de Mario a Valencia, resulta sencillo observar entre los asistentes al estadio camisetas serigrafiadas con un extraño apellido de origen germánico que, dicen, viene a significar ‘guerrero’ o ‘combatiente’. Kempes pervive entre nosotros sin dificultad ni impostación. Y lo hará para siempre, convertido, como los héroes medievales con que soñaban nuestros antepasados, en un icono inmortal. n