Alice Maravilla» es el disco, es la canción y es el espíritu feliz y revoltoso que sobrevuela todo el último trabajo de La Gran Esperanza Blanca (LGEB). «Las canciones -explica Cisco Fran, líder de la veterana banda valenciana- nacieron más o menos en el mismo periodo, hace un año, y todas hablan de una misma situación: un amor que hace que tu vida cambie de una forma muy apreciable y con el que encuentras muchas situaciones de alegría, de gozo... Y la idea central es que esa persona real por la que ocurre eso, la que hace que tu vida de un giro, la personifico en Alice Maravilla».

Ese tono de celebración del amor cotidiano y la felicidad casera me ha recordado mucho al «New morning» de tu adorado Bob Dylan.

Sí, hay algo de ese sentimiento de conexión con la vida. Ya no es solo la celebración del amor sino la constatación de que el amor hace que muchas cosas adquieran un sentido muy completo. Desde ese punto de vista sí pienso que es acertado el paralelismo.

«Tren fantasma», vuestro disco anterior, tenía un sonido bastante parecido a éste y, sin embargo, es un trabajo más oscuro.

Sí, mucho más oscuro. Aquel tenía alguna canción de amor pero realmente el tema eran las preocupaciones que te llegan como un tren fantasma por la noche y que te llevan a lugares que realmente no conoces aún. Era más oscuro y también más profundo en el sentido en que no sabías cuando dejarías de caer, dónde estaba el suelo, y si podrías levantarte.

¿Satisface más escribir un disco de celebración del amor o de exorcismo del temor y la oscuridad?

Creo que en los dos casos se consigue lo que querías. En el caso de «Tren fantasma» sirvió para quitarse de la cabeza muchas preocupaciones, y en «Alice maravilla» hacerle partícipe a la gente que te encuentras en un momento vital muy interesante y que te sientes conectado a la vida. Todo eso teniendo en cuenta que, claro, uno compone principalmente a uno mismo.

¿Es fácil compartir ese sentimiento personal con el resto de músicos de una banda, por mucho que llevéis más de ytres décadas juntos?

Quizá eso deberías preguntárselo a ellos porque yo no estoy seguro de que son conscientes de lo que me supone a mí hacer estas canciones. Trabajamos de una forma bastante mecánica y muchas veces ni me preguntan de qué van las canciones, las tocan y ya está. Pero sí tengo claro que la alegría sí se detecta en la manera en la que están tocadas las canciones.

El disco se abre con una canción dedicada a Patterson, un pequeño pueblo cerca de Nueva York.

Yo tengo una conexión con esta ciudad por Rubin «Huracán» Carter (boxeador al que Bob Dylan dedicó una canción) que era de allí. Y después hay una película de Jim Jarmusch que me llevó a esa ciudad de golpe. Yo no sabía que el poeta William Carlos Willam era de allí, o el cómico Lou Costello... Así que un verano que estaba en Nueva York decidí ir allí y me encontré con una ciudad que estaba anclada en un limbo, como si hubiera retrocedido 30 o 40 años y eso me causó mucha impresión.

¿Por qué te estimula tanto creativamente la cultura norteamericana?

No lo sé. Supongo que algo tiene que ver pertenecer a una generación que creció viendo series como «Bonanza» o «El Virginiano» o «El hombre del rifle»... Eso hace que de alguna forma consciente empezaras a familiarizarte con nombres como Kentucky, Arizona, Alabama. Además, las primeras músicas que escuché eran todas norteamericanas: el blues de BB King, el rock’n’roll de Elvis... Llegó un momento en el que de forma casi natural la tendencia era ir hacia allí.

El sonido es muy norteamericano, que es el propio de LGEB, pero adulterado con cosas de los Waterboys o riffs a lo T Rex.

Yo siempre he dicho que hacemos música de fusión. La fusión se usa para hablar de jazz latino, músicas del mundo... Pero nosotros hacemos fusión porque cogemos una música de raíz norteamericana, pero la cantamos en castellano y con matices mediterráneos. Por tanto, en cierta forma no es música norteamericana. Es una música nuestra. No es muy original, porque la base es americana, pero no es americana. Somos americanos de l’Horta.

¿Cuál es la genética valenciana de LGEB?

Creo que la mayoría de historias que contamos pasan y han pasado en València. Mi vida, mi hijo, mi ex mujer, mis amores están aquí...

¿Y Alice Maravilla?

Sí, también, es de l’Eliana.

Un gorrión de Nashville está grabada en la Voice-O-Graph de 1947, la máquina que Jack White tiene en su tienda de Nashville.

Me gustó mucho que Jack White tenga ese amor por estos aparatos que están en desuso o prácticamente han desaparecido. Lo que me hizo ir allí fue hacer una cosa que ahora no se puede hacer. Además, el sonido es muy auténtico, muy vintage. Fue una experiencia que desde entonces solo me ha dado alegrías.

El disco concluye con «Nuestra amistad», una canción sobre la historia de La Gran Esperanza Blanca y un canto a la amistad fraternal, como esas de las películas de John Ford y Howard Hawks.

Sí, es como una deuda que tenía con la banda. Es gente que está conmigo desde hace 34 años, dando el callo, haciendo la música que yo les pido. Es una canción para dejar claro lo agradecido que estoy.

Sobre «La piel es una» escribes en el libreto del disco que está tocada «con brío juvenil y poso adulto». ¿Ese es el secreto de los 35 años de historia de la banda?

En parte sí. Plantearte a ir a ensayar, hacer cuatro conciertos en todo el año... Mantener un grupo durante más de 30 años en esas condiciones es muy complicado. La gente lo que quiere es tocar, es fiesta, es tener muchas experiencias. Y en LGEB las experiencias llegan muy poco a poco. La única forma de llevar eso adelante es con mucha ilusión y con un impulso juvenil que aún tenemos.

¿Después de tantos años, vuestro entusiasmo por la música es igual que el que teníais cuando empezásteis allá por los 80?

Básicamente sí. A mí me emocionan muchísimos artistas y cuando encuentro una canción que me gusta o me sorprende estoy toda la semana con una felicidad que no me la da una buena comida o que gane el Valencia CF. A mí la música me da mucho y tenemos esa relación aún muy adolescente con la música.