L. A. Vega, Oviedo

Jose? María Jarabo Pérez Morris recibió? en la cárcel una caja de puros. Se los entregó? el inspector Fernández Rivas -el fornido policía que le hizo confesar- de parte de Eugenio Suárez, que dirigía "El Caso", aquel periódico de sucesos que marcó? e?poca. Suárez no podía dejar de estar agradecido, ya que la publicación de los crímenes de Jarabo le brindó? un "pelotazo" periodístico, al pasar de 13.000 a 480.000 ejemplares. "No tuve que ver con Jarabo, ni le ayudé? en absoluto", bromea Suárez en su casa de Salinas. Vendió? perio?dicos porque aquel crimen lo tenía todo: "Sexo y un criminal de la burguesía emparentada con la judicatura (su ti?o presidía el Tribunal Supremo)".

Mecido por el humo de los habanos que le regaló? Suárez, Jarabo quizá? reflexionó sobre los malos pasos que le habían conducido a morir como el asesino ma?s sangriento de la e?poca. La marca de los puros -"Romeo y Julieta"- quizá? le trajo a la mente los motivos que le llevaron a masacrar a cuatro personas en aquel to?rrido julio madrileño de 1958. Y es que este nin?o bien, cra?pula que se jactaba de haber gastado en dos años de juergas la friolera de quince millones (el salario anual de unos 350 obreros), sostuvo que sólo había matado por amor. Para ser francos, los crímenes no fueron gran cosa, y la detención de Jarabo se debió? sobre todo a un error de colegial. Si aquello alcanzó? tanta repercusión fue porque en la época se mataba poco -"poco y mal", diría Sua?rez- y so?lo mataba Franco, como quien dice.

Básicamente, Jarabo vivía de las mujeres. De su madre, que le remitía una generosa paga mensual, pero también de otras. Proxenetismo siempre ha habido, incluso cuando Franco, y Jarabo tenía experiencia. Casi un adolescente, dio con sus huesos en la cárcel por regentar un club en San Juan de Puerto Rico, donde residía su familia.

En el Madrid de la noche, donde triunfaba la Piquer, se hizo un nombre ayudado por su aspecto varonil, sus trajes caros y un encanto irresistible. Sobre el gran miembro que se le atribuía tiene sus dudas Eugenio Suárez. Era un valentón, derrochador y drogadicto (coca y morfina) y para su seguridad llevaba en la sobaquera una Browning, la misma con la que mato? a tres de sus víctimas.

Una de las mujeres a las que encandiló? fue la inglesa Beryl Martin Jones. Agasajar a esta dama casada le llevo? a la ruina, hasta el punto de que tuvo que hipotecar el chalé? familiar de Serrano. Beryl le entregó? un anillo -regalo de su marido-, que Jarabo se apresuró? a empeñar por 4.000 pesetas en Jusfer, la tienda de los socios Emilio Fernández Di?ez y Fe?lix Lo?pez Robledo. Beryl volvió? a Londres, pero Jarabo tuvo noticias de ella pronto: su marido había comenzado a sospechar y echaba de menos el anillo.

Jarabo, que decía estar enamorado de Beryl -Eugenio Sua?rez no se cree ese aire romántico que quiso darle a sus crímenes-, quiso recuperar el anillo y unas cartas comprometedoras que, según é?l, tenían los usureros. Lo ma?s seguro es que únicamente quisiese desvalijarlos. El 19 de julio de 1958, aún de resaca por las celebraciones del Alzamiento, se dirigió? a casa de Fernández, en la calle Lope de Rueda, pero allí? so?lo encontró? a la criada, Paulina Ramos Serrano, de 26 años, que le acompañó? al saló?n para que esperase en tanto llegaba el señor. Jarabo la atacó? en la cocina. Primero le abrió? la cabeza con una plancha, y luego le clavó? en el corazón un cuchillo, el que Paulina estaba utilizando para pelar unas judías.

Poco después llego? Fernández, directo al baño. Jarabo le pegó? un tiro en la cabeza. Cayó? entre el retrete y el bidé?. Lo registró, según Jarabo en busca del anillo y las cartas, pero lo ma?s seguro es que le robase el dinero que llevaba encima. A quien no esperaba era a la esposa, Amparo Alonso.

Sorprendido, Jarabo se presentó? como inspector de Hacienda y anunció? a la mujer que habían detenido a su marido y a la criada. La mujer no se tragó? el cuento y entró? en pánico. La alcanzó? en la habitación y allí? le descerrajó un tiro en la cabeza. A la criada, que puso sobre la cama, le dio una cuchillada en el sexo, para simular un móvil sexual. Tras aquella orgía de sangre, so?lo se le ocurrió? a Jarabo echar una cabezadita. Dos di?as después terminó? el trabajo descerrajando dos tiros en la cabeza al otro prestamista, en la tienda. El traje quedó? empapado de sangre y sólo se le ocurrió? llevarlo a una tintorería de la calle Orense.

Lo detuvieron al dí?a siguiente, cuando iba a recogerlo. Luego cantó? de plano. Muchos especularon si sería condenado a muerte. "Fue la criadita lo que le valió? el garrote. Los otros eran unos sinvergüenzas, unos usureros", dice Suárez. "Unos dicen que fue al cadalso con entereza, otros que pataleaba. No sé?, no estaba allí?".