Color local

Hablando de la deuda

El gráfico del nuevo sistema de financiación de Gandia.

El gráfico del nuevo sistema de financiación de Gandia. / Levante-EMV

J. Monrabal

El 1 de junio la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, ya adelantaba con una sonrisa en el mitin organizado por el PSOE en Benipeixar ante las elecciones europeas que «el alcalde ya me ha leído la cartilla y me ha dicho lo que tenemos que hacer en los próximos meses», y el martes pasado José Manuel Prieto anunciaba la refinanciación de la deuda hasta el año 2050. Una buena noticia que se inscribe entre los logros técnicos del gobierno y amplía el margen de maniobra económico del consistorio gandiense, que podrá amortizar la deuda pendiente en plazos más cómodos después de nueve años de cumplir con las medidas de ajuste impuestas por el Ministerio.

Especialmente desafortunadas, por no decir otra cosa, fueron las declaraciones de Guillermo Barber sobre el acuerdo, al que se apresuró a quitar importancia: «No se trata de nada más que de acompasar el pago de la deuda a los ingresos que tiene este ayuntamiento hasta el próximo año 2050 –dijo el portavoz del PP- y no estamos hablando de una rebaja de deuda o de impuestos ni tampoco es la gran solución que necesita Gandia». Recuérdese que Barber fue concejal de Hacienda durante el gobierno de Torró y, por tanto, el responsable directo de los 140 millones de deuda acumulados en solo cuatro años que provocaron la intervención del ayuntamiento de Gandia por el Ministerio de Hacienda.

Hace unos años un grupo de sociólogos se reunió en Marbella para analizar el fenómeno electoral que supuso el partido GIL, que terminó con la disolución en 2006 del consistorio andaluz por su «gestión gravemente dañosa». Puesto que los gandienses tendremos que convivir con la carga de la deuda 26 años más, quizás no fuese una mala idea promover en el terreno unas jornadas inspiradas en las de Marbella para objetivar la memoria de la deuda gandiense en sus justos términos empíricos, o sea, históricos. Evitaríamos así, al menos, las observaciones delirantes y amnésicas de Barber y, de otro lado, que un acuerdo evidentemente positivo para la ciudad como la refinanciación de la deuda pudiera verse como un logro político de partido, porque el pasivo dejado por el PSOE de Orengo fue de 210 millones.  

El resultado de ese largo periodo de gobiernos tarambanas, dirigidos por alcaldes-estrella que gastaban a manos llenas, se tradujo en sucesivas subidas de impuestos, de suerte que hoy los gandienses los pagamos en una cantidad lo bastante elevada como para mantener nuestra memoria a salvo de cualquier intento de falsificación u olvido frente a una clase política cuya gestión «gravemente dañosa» para nuestros bolsillos ni siquiera dio lugar a la asunción de responsabilidades, sino a una perversa dialéctica sobre lo malo y lo peor de la que no hemos salido bien parados.

Esa necesaria indagación de los especialistas en el auge y miseria de la deuda municipal revelaría sin duda el modo en que los partidos construyen sus discursos y sus ideas sobre la responsabilidad y la realidad, porque si es cierto, como afirma Prieto, que bajo sus mandatos no se ha creado un euro de deuda y que ésta se ha reconducido desde hace nueve años razonablemente bajo la supervisión del Ministerio, nadie en el PSOE local ha asumido abiertamente hasta ahora su parte alícuota de responsabilidad en ella, como nadie lo ha hecho en el PP.

No puede decirse, pues, que del montante y trauma de la deuda y de su traducción en una carga impositiva formidable se hayan beneficiado los ciudadanos con acciones de pedagogía política sustanciales. De hecho, la propensión hacia los excesos ha vuelto a aparecer en los últimos años en el gobierno con renovados bríos, y si ya no se produce en el plano económico con la alegría de otros tiempos, se manifiesta en aspectos igualmente funestos, como el regreso de la providencial figura del alcalde-estrella, dispuesto a dejar huella más allá de sus atribuciones políticas sin que se sienta obligado, como en el pasado, a dar cuentas de sus actos. 

Si el optimismo del bipartito local sobre su gestión, un año después de su constitución, se basa en datos objetivos que ni siquiera niega la oposición, no es menos cierto que el ejecutivo local los emplea como antídoto de cualquier crítica que vaya más allá de sus logros técnicos. En ese sentido la ciudad sigue todavía disciplinada bajo la vara de la vieja escuela política, de los discursos y actuaciones de dirección única y sin retorno, que, lejos de incitar debates propios de una ciudad de casi 80.000 habitantes y de ampliar y fortalecer los canales de interlocución con la ciudadanía, corta de raíz cualquier asomo de conversación pública que pudiera empañar el mundo casi idílico surgido de las proclamas oficiales.

Por extrañas razones, nos cuesta asentarnos a la normalidad política, y ni siquiera puede decirse que los partidos con representación en el consistorio sean normales: el PP carece de líder y mantiene como portavoz a Barber, Compromís es un ectoplasma, el PSOE se ha convertido en una estructura «atrapalotodo» y en ninguno de ellos sus pretendidas bases ejercen otro papel que el de alegres cuadros de coros y danzas. Si esa situación no se asume como un déficit democrático evidente, un fallo multiorgánico de la política local inédito en la ciudad, entonces tenemos un problema mucho más grave que el de la deuda porque todo indica que no tiene solución, ni fecha de caducidad, y hemos de abandonar toda esperanza de normalidad, de puesta al día y de acceso a la realidad. Curiosa manera de avanzar con tantas deudas pendientes…