Punto y seguido

Dos huevos duros

Salvador Illa

Salvador Illa / Levante-EMV

Enrique Orihuel

La progresividad fiscal la inventó en 1799 William Pitt, un primer ministro inglés de Partido Conservador, implantando un impuesto sobre la renta. Era una tasa progresiva que dejaba exentas a las rentas inferiores a 60 libras y llegaba a alcanzar el diez por cien para las rentas mayores de 200 libras. Hoy la progresividad fiscal es común en casi todos los países y su debate trasciende la división derecha-izquierda para circunscribirse sólo a su intensidad y a sus límites.

Salvador Illa, que destaca por las buenas formas, sorprendió con una afirmación extraña en un socialista. Afirmó que «Cataluña no puede ser la tercera en aportar recursos y la número 14 en recibirlos», lo que implica poner en cuestión el principio de progresividad fiscal. El candidato a president prefiere olvidar, al igual que los independentistas, que no son las Comunidades Autónomas quienes pagan impuestos, sino los ciudadanos. Los recursos los aportan los contribuyentes y quien más aporta al Estado suele ser el que menos recibe. Por ejemplo, la Seguridad Social financia el 40% del coste de los medicamentos a las rentas superiores a 100.000 euros, mientras que a los perceptores de una pensión no contributiva les financia el 100%. Igual ocurre con muchas ventajas fiscales que quedan excluidas para las rentas más altas. Si en Cataluña existen más contribuyentes de rentas altas que en otras comunidades autónomas, es lógico que el conjunto de contribuyentes catalanes aporte más y también es lógico y normal que perciban menos.

La Generalitat Catalana ya ha demostrado su singularidad a la hora de gastar. El sueldo del molt honorable president es superior al del presidente del Gobierno de España, los Mossos d’Esquadra cobran más que la Guardia Civil y que la Policía Nacional, y se mantienen 21 embajadas-fake que suponen un coste considerable. Ahora también quieren ser singulares en los fondos que reciben.

El debate en torno al concepto de la financiación singular está abierto. Las críticas internas (dentro del PSOE) y las externas (de la oposición) no se han hecho esperar y la portavoz socialista se ha apresurado a calificarlas como «el arsenal retórico que se suele desplegar desde ciertas atalayas políticas». Sostiene el gobierno que la financiación singular no es aún algo tangible; en otras palabras, es un ente de razón, un artefacto por definir. Aciertan con el calificativo, ya que el contenido de la singularidad será el resultado de la negociación con el independentismo y se concretará en forma de una suma económica presumiblemente elevada; la contrapartida esperable será el apoyo a la investidura de Illa. Pero, según el Gobierno, lo único que ahora, como parte del «arsenal retórico», se puede criticar, es el concepto etéreo que expresa el casi esotérico sintagma de financiación singular intangible.

Una reciente encuesta sobre la financiación singular muestra que el 67,6% de los ciudadanos están en desacuerdo con que Cataluña tenga una financiación singular diferenciada del resto de comunidades autónomas. Por muy intangible que sea esa financiación, una inmensa mayoría percibe en ella cierto aroma de privilegio o de falta de igualdad con el resto de las comunidades autónomas.

Es obvio que el sistema de financiación autonómico necesita ser revisado en su conjunto, pero sin singularidades ni tratos preferenciales. No se entiende, por ejemplo, que la Comunidad Valenciana, que está entre las seis comunidades con menor PIB per cápita de España, sea la que tiene peor financiación (un 10% inferior a la de Cataluña).

En una divertida escena de la película ‘Una noche en la ópera’, Groucho Marx encarga al camarero un copioso desayuno, pero Chico insiste repetidas veces en añadir a la comanda dos huevos duros mientras Harpo indica con una bocina que él también quiere otros dos. Algo así ocurre con los independentistas catalanes, insaciables en sus peticiones al complaciente Pedro Sánchez que, al igual que el camarero de la película, ya está acostumbrado a añadir, una y otra vez, dos huevos duros.

Cuando la política se aleja de las ideas y de los principios y se aventura en las penumbras de los mercados de trueque y cambalache, financiación singular suena a una permuta en la que se sacrifican la igualdad y la solidaridad: la primogenitura por un plato de lentejas. Espero equivocarme, pero es cuestión de tiempo que los dos huevos duros sean ahora la financiación singular y que, a continuación, se reclamen otros dos más…