Color local

EL MISTERIO DEL RETRATO OFICIAL

La galería de alcaldes de Gandia, en la escalera que accede a la planta noble.

La galería de alcaldes de Gandia, en la escalera que accede a la planta noble. / Levante-EMV

J. Monrabal

En una época marcada por la vertiginosa producción de imágenes, los retratos (con pintor y modelo) son reliquias de una cultura que ya no es lo que era, en trance de demolición. Frente a la visión original del artista, hoy optamos por retratarnos, más pedestremente, con nuestros móviles de acuerdo con el nuevo espíritu de los tiempos que, según decía Umberto Eco, consiste sobre todo en el deseo de ser vistos, ya totalmente democratizado. De modo que la colección de retratos de alcaldes y alcaldesas situada en la escalera principal del Ayuntamiento de Gandia, según se sube a la llamada planta noble, crea hoy un efecto solo llamativo como ejemplo del fin de una época, como contrapeso del aire deshumanizado, intimidante y glacial que siempre desprenden las dependencias oficiales. 

Ahí están todos, resistiendo, a duras penas, el paso del tiempo: Juan Román, Salvador Moragues, Pepa Frau, José Manuel Orengo, Arturo Torró y Diana Morant, en espera del siguiente personaje ilustre: José Manuel Prieto.   

Si los dos primeros, Román y Moragues, comparten, sentados, la misma pose reposada, el apuro de no saber qué hacer con las manos y la misma indumentaria (trajes destinados a ocultar cualquier indicio de gusto personal, con el pañuelo asomando sobre el bolsillo superior de la chaqueta) ese efecto, ya anticuado hace cuarenta años, se rompe en el retrato de Pepa Frau, quien no solo sonríe de pie, sino que lleva un vestido de lunares atenuado por una chaqueta blanca que hoy puede verse, en perspectiva, como un simbólico cambio de ciclo, por lo menos cromático.  

Al retrato de Frau le sigue el de Orengo, que retoma los trajes y corbatas de Román y Moragues, pero no su aspecto: Orengo no está posando para la posteridad, porque, ya en sus años de gobierno, Fukuyama había decretado el fin de la historia y da la impresión de estar yendo o viniendo, dispuesto a provocar él mismo los acontecimientos en su microcosmos histórico particular. Debajo del cuadro de Orengo se encuentra el de Torró, retratado de brazos cruzados, es decir, en la única postura en la que nadie se imagina al hiperactivo exalcalde, mientras a su lado una radiante y casi flotante Diana Morant, vestida de blanco, cierra, por ahora, la colección.  

El dilema que hoy plantea al gobierno local esa muestra pública de cuadros de hombres y mujeres ilustres, o excelentísimos, o memorables, es si la pintura de Arturo Torró, condenado por los tribunales a devolver al consistorio 350.000 euros y a 3 años y medio de prisión por malversación en sentencia pendiente de recurso, debe permanecer junto a las del resto de retratados o ser objeto de alguna actuación política. 

La cuestión no admite evasivas porque la obligación de Torró de devolver al consistorio los 350.000 euros que le debe (o nos debe) responde a una sentencia firme y a día de hoy esa importante cantidad no se ha pagado. Sin embargo, ni Prieto ni su gobierno se han pronunciado sobre el asunto, como si no tuviesen el deber de informar a los contribuyentes de ese quebranto de las arcas públicas, de su situación actual y de las perspectivas de cobro.  

Resulta asombroso, y no menos inquietante, ver cómo este ejecutivo tan transparente y tan preocupado, según repite, por la deuda, se llama andana sobre lo que, en última instancia, pertenece a los ciudadanos, ahorrándose la más elemental pedagogía democrática y, de paso, la toma de decisiones sobre problemas que, por lo visto, prefiere no afrontar.  

A lo mejor, quién sabe, el gobierno acaba colocándole una pudorosa cortinilla al retrato de Torró, como fórmula intermedia entre la moderación y la desidia. O, al socaire de la inmersión neotradicionalista que abandera (esta semana Prieto hablaba en el X Congreso de la Semana Santa de Gandia sobre la transmisión generacional de la fe en las familias), dé por zanjado el asunto rezando un rosario de desagravio en el despacho de alcaldía.

Aunque lo más probable es que, simplemente, el gobierno no haga nada, porque el tiempo no pasa en balde y en esta ciudad, desde hace tres años, la condición de lo ilustre, de lo excelente y memorable se ha puesto muy barata.