La desaparición de Josefa Estarelles Tronchoni es todo un misterio aunque haya pasado casi un mes desde que esta vecina de Sollana, de 79 años, se desorientase en una zona rural de Alborache. Su familia no pierde la esperanza y confía en que, algún día, aparezca para poder cerrar una herida que el paso del tiempo alcanza a cicatrizar por completo. Las labores de búsqueda y rastreo que sus allegados realizaban a diario han perdido intensidad, aunque no cesan. De hecho, todavía espera que se autorice una nueva intervención de una unidad canina. La investigación policial sigue abierta. Sus seres queridos vuelven progresivamente a sus quehaceres diarios con la conciencia tranquila, aunque con una espina clavada en el corazón.
Superar la «obsesión»
«No podemos convertir esta tragedia en una obsesión, hay ciertas rutinas que todos necesitamos y debemos atender», admiten los familiares de Paquita, que prosiguen: «Al principio lo dejas todo porque esperas encontrarla viva, luego, cuando pasa el tiempo asumes que ha pasado lo peor, pero sigues porque quieres encontrar el cuerpo y poder cerrar la herida. Pero después de un mes, hemos hecho todo lo que es posible. No nos resignamos, seguiremos yendo de vez en cuando porque deseamos poder enterrarla y tener un lugar en el que llorar su pérdida».
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Paquita estaba el jueves 30 de mayo en una casa rural en Alborache. Faltaba poco para la hora de la comida. Junto a otras dos personas, fue a recolectar nectarinas. Las tres familiares se repartieron las hileras y comenzaron la labor. Al llegar al final, Paquita ya no estaba. Aunque gritaron su nombre en no pocas ocasiones, no hubo respuesta.
Se activó, entonces, un amplio dispositivo de búsqueda. Apenas dos horas después de dar aviso a las autoridades, un helicóptero ya sobrevolaba el terreno para tratar de encontrar a Paquita, bien en Alborache o bien en Turís. Hacía calor y había desaparecido con lo puesto: una visera y blusa de color blanco y unos vaqueros. Ante el despliegue de efectivos de la Guardia Civil y del cuerpo de bomberos, todo hacía indicar que pronto darían con ella. Pero no fue posible. Llegó la noche y se puso en marcha un rastreo con drones y cámaras térmicas. Tampoco dio el resultado esperado.
Una única pista
La única pista que se tenía es que una persona aseguró que vio a Paquita, o al menos a alguien que encajaba con su descripción, media hora después de haber desaparecido y en un punto que resultaba verosímil. Nada más. «Ni siquiera hemos podido encontrar la puñetera gorra o alguna pista que nos hiciera saber qué le habría pasado. Ha sido un mes muy intenso y no hemos conseguido nada. Aunque, llegados a este punto, preferiríamos tener el cuerpo y no saber qué sucedió. Ya hemos llorado de rabia demasiadas veces», admiten sus seres queridos.
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Son las circunstancias de su desaparición las que generan más suspicacias. «Teniendo en cuenta que el dispositivo que se montó fue espectacular, si hubiera tenido cualquier tipo de accidente en las primeras horas o de haber estado vagando la habríamos encontrado. Hasta queriendo esconderse a conciencia la habrían localizado. Es extraño que nadie la viera y llegas a pensar que alguien la sacó de allí. No podemos descartar nada», sentencian sus familiares.
A pesar del traumático suceso, los parientes de Paquita también le buscan una lectura positiva que les permita sobrellevar mejor su pena, ya que han establecido relaciones de gran valor humano: «Estamos muy agradecidos a todas las personas, profesionales y voluntarios, que se han implicado en la búsqueda. El primer fin de semana fueron más de 350. Una chica joven de Turís, que es militar, se tomó unos días de vacaciones para venir a ayudar. También estaba aquella mujer, de una edad similar a la de Paquita, que caminaba por la montaña a un ritmo que ni los jóvenes podían seguir. Son un par de ejemplos, pero lo cierto es que hemos conocido a mucha gente que ya consideramos de la familia», concluyen.