Plenitud de Jenaro Talens

La poesía última del escritor y profesor supone el alcance y la cima de su poética madurez

Plenitud de Jenaro Talens

Plenitud de Jenaro Talens / LEVANTE-EMV

Jaime Siles

Jaime Siles

Reciente todavía la publicación de El jardín secreto, Jenaro Talens (Tarifa, 1946) saca a la luz otro, Ritos de paso, que, en cierto modo, lo completa tanto como lo supera y lo arrastra, sin que el uno sea continuación del otro sino dos libros plenos, que suponen, ambos y cada uno , el alcance y la cima de su poética madurez. Así hay que leerlos: como las dos partes de un díptico, en el que la primera es natural emanación de la memoria, y la segunda, acta notarial de su actual y absoluta plenitud. La rememoración de lugares e instantes constituye la materia del primero; el implacable análisis del yo configura la del segundo, sin que el lirismo que los informa sea otro ni distinto en cada uno de los dos. En el primero hay poemas como «La vendedora de pan» o «El mendigo de Alpandeire», que poetizan imágenes de la dura realidad cotidiana de la larga posguerra, que encontramos también en algunos poetas del 50 como Valente o Brines, que tematizaron escenas de mendicidad. La conciencia del tiempo recoge experiencias de infancia, adolescencia y juventud, dando así voz a muchos que nunca la tuvieron. Entre el epigrama -como «Caleidoscopio» o «Requiem», el soneto dedicado a la muerte del poeta Antonio Martínez Sarrión- y la elegía -base composicional de muchos otros- El jardín secreto, cuyo título nos recuerda uno del ecuatoriano Jorge Carrera Andrade, País secreto, contiene intratextos que remiten al Conde de Villamediana y Quevedo, al tiempo que el enunciado de algunos poemas - como «En el umbral sueño» y «Umbral del decir»- conectan con los inicios de su propia obra y como «Escena de ritual» remite tanto a su libro Ritual para un artificio como a Ritos de paso, hacia el que su desarrollo conduce.

Ritos de paso es un texto por completo logrado por la diversidad de sus formas y la absoluta unidad de su sentido. El poema en prosa, que lo articula, y la diversidad de composiciones que lo integran, responden, todos ellos, a una misma voluntad de estilo y a una misma cosmovisión. El papel de la Historia y «los senderos del nómada» que su autor ha transitado a lo largo de su existir se aúnan y fijan aquí como las teselas de un mosaico, en el que la vida, contemplada como un todo desde la perspectiva del trayecto final, y el amor, se dan cita en su significado: ese «decir impasible» desde el que la voz de su persona poemática habla y que, como en «El regreso a Ítaca», recupera imágenes ya tratadas en el poema «No oyes ladrar los perros» de su libro Vísperas de la destrucción (1970), inspirado en un relato de Juan Rulfo. La intertextualidad de un poeta, cuando se trata de la propia, debería denominarse intratextualidad. Lo que en este caso no tiene nada que ver con el culturalismo sino con la sólida coherencia de los ejes determinantes de su obra y, por ello, con su propio sistema de significación. A ello contribuye también otra característica de la poesía última de Jenaro Talens que, sin renunciar al requisito exigido por Sartre (esto es: devolver su dignidad al lenguaje), rasgo compartido por su generación, su escritura siempre se atuvo al precepto indicado por Baumgarten: que un poema cuyas representaciones son claras es más perfecto que otro cuyas representaciones son oscuras. En sus últimos libros, Jenaro Talens ha hecho suyo este principio, alcanzando así la difícil sencillez y la compleja facilidad, en las que es un consumado maestro. 

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