En una lejana galaxia

Un conmovedor relato de Jean-Paul Eid de resistencia emotiva sobre qué significa encarar la vida desde otras formas de funcionalidad y de relación con el mundo

En una lejana galaxia

En una lejana galaxia

Álvaro Pons

El tiempo pasa muy rápido, quizás demasiado. Leyendo El pequeño astronauta, de Jean-Paul Eid (Andana Gráfica, traducción de María Serna), uno es consciente de cómo han evolucionado las cosas a su alrededor: nada más leer las primeras páginas de esta obra, es imposible no oír la voz de David Bowie entonando ese mítico «Ground Control to major Tom», las palabras con las que comenzaba su maravilloso Space Oddity, mientras la música electrónica crecía de fondo. Nos acompañan desde 1969, aunque siguen pareciéndonos de ayer mismo, como parte de esa ciencia-ficción que nos fascinaba y que nos hacía querer ser como los astronautas de los cómics que leíamos. Pero los tebeos también cambiaron y supieron aportar otras temáticas: hace ya más de 15 años, en las viñetas comenzó a aparecer la diversidad funcional como un tema que el cómic podía abordar con un lenguaje que rompía el muro de los tabús.

Las obras de David B, Miguel Gallardo o Cristina Durán y Miguel Ángel Giner abrieron caminos en los que la enfermedad o la discapacidad dejaban de ser estigmas ocultos para poder encontrar voces propias que hablaban sin miedo, sin vergüenzas impuestas, desde una experiencia personal que hablaba de tú a tú al lector aprovechando la potencia simbólica del lenguaje del cómic para poder llegar a expresar lo que las palabras no podían, dándole a través del trazo voz a los que padecían los obstáculos que la sociedad coloca, dibujando sus pensamientos para que todos pudiéramos entender cómo perciben lo que puede parecer que no son dificultades. Y consiguieron algo increíble: que esos cómics nos hicieran ser conscientes de hasta qué punto la diversidad funcional había sido escondida en nuestra sociedad y cuánto era necesario sacarla a la luz y naturalizar los inconvenientes que padecen ante un mundo diseñado para olvidar la diferencia. En los últimos años, la Medicina Gráfica, se ha consolidado como un género del cómic que permite tratar estos temas sin ambages, desde el relato íntimo o desde la ficción, pero siempre desde el compromiso, como ocurre en la obra de Eid, buscando una función social que logra romper fronteras y barreras.

Una casa, antaño del núcleo familiar, funciona como contenedor de vivencias ante cuya visión se desatan los recuerdos de la hermana del protagonista, el pequeño Tom. Desde sus distintas estancias asistimos a las diferentes reacciones ante la irrupción de la parálisis cerebral en el recién llegado al núcleo familiar, las dificultades que conlleva y la complejidad de la administración y entidades implicadas para dar respuesta. Pero también percibimos cómo de forma progresiva se teje una red indisoluble de lazos de afecto entre sus integrantes y las amistades forjadas en torno a Tom como eje, que perciben como una riqueza y oportunidad el poder compartir sus trayectos vitales, sin olvidar la ayuda de los profesionales que les atendieron.

La metáfora del título y el juego sinestésico que produce con la música no oculta la voluntad de Jean-Paul Eid de dibujar una ficción en la que las diferentes miradas que las sociedades producen hacia la diversidad se encuentren, interpelando al lector con interrogantes que le obligan a reflexionar en torno a su propia postura, a sus acciones e inacciones. Desde el reflejo de perspectivas que la consideran como un problema de escaso alcance, pasando por la lástima implícita o comportamientos caracterizados por mirar hacia otro lado, como si la realidad cambiara por dejar de contemplarla, Eid inaugura un necesario espacio para el diálogo y la creación de sociedades inclusivas en el que todos podemos participar, mientras la esperanza suena a ritmo de Bowie y las viñetas muestran otras formas de mirar, actuar y habitar el mundo.

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