El vals de Siles

Bajo el título de ‘Comercio interior’ Jaime Siles reúne una serie de artículos, reseñas y ensayos, en los que el escritor se ocupa de obras y autores de distintos países, lenguas, culturas y tiempos con los que ha mantenido continuo trato desde hace años

El vals de Siles

El vals de Siles

Martí Espí

Siempre hay que leer a los que saben. Para entender la transcendencia de este Comercio interior de Jaime Siles (València, 1951) hay que retrotraerse diez años al exterior, cuando la Universidad de Princeton retiró el nombre de Woodrow Wilson de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales, porque los antepasados del que fue el vigésimo octavo presidente de Estados Unidos, entre 1912 y 1920, habían tenido esclavos. El rector de esta universidad a medio camino entre las liberales Nueva York y Filadelfia, Christopher Eisgrubet, justificó la decisión porque Princeton tenía que borrar el estigma de ser «sistemáticamente racista», motivo por el que poco después se aprovechó para eliminar los estudios clásicos por ser asimismo machistas y colonialistas.

Aquello provocó una airada protesta formal de Siles, tanto pública como al rectorado de aquella universidad, donde reivindicaba las humanidades, aunque desde hace años se está abandonando el objetivo principal de todas las universidades, que no es otro que la búsqueda de una verdad última y universal, transferible por encima de sexos, etnias y culturas. Malos tiempos para la lírica. Vivimos instantes de hiperinformación y, a su vez, de hipoconocimiento. Jaime Siles es un profesor canónico que ofrece herramientas para esa búsqueda universal de la verdad. Así que para los que no han tenido la suerte de pasar por sus clases, llega este Comercio interior, una excursión literaria imprescindible en una globalidad de contornos morales tan rígidos.

Siles nos lleva de la mano desde el Siglo de Oro -donde empezó todo-, a Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez. Del 98, al convulso siglo XX, con «su» generación del 27 -Poetas del 27, mejor dicho. Revelador es su descubrimiento de Alberti, en el ascensor de su casa y tras un sorpresivo: «Rafael es mi hermano». O la admiración por Ramón Gaya: «un vicio que produce el mismo placer que el mejor de los pecados» y «una de las más reverberantes prosas de nuestro siglo». Así como el recuerdo de lo que dijo Hierro allá por el 1952: «si algún poema mío es leído por casualidad dentro de cien años, no lo será por su valor poético sino por su valor documental».

El boom editorial de los sesenta, con los novísimos, y las primeras disputas poéticas. La poesía lúdica de Ángel García López, amigo y protector. Los poetas de la generación de Siles, la de los setenta, donde él sigue en cabeza. Así como la poética y política de las antologías contemporáneas. «No hay antología que no sea necesaria: todas, de un modo u otro, lo son», sostiene. Todo ello, sin olvidar a los hispanoamericanos, con las imprescindibles referencias bibliográficas de Borges que ofrece Comercio interior. O con la entrada sobre Neruda, al preguntarse «¿qué queda de un poeta a los cien años de su nacimiento o de su muerte?», y contestarse: «casi nunca lo mismo que su época pensaba de él». Tampoco deja pasar la ocasión para advertirnos que «leer a Mutis es escucharnos a nosotros mismos». Porque como reconoce, en voz de Bergamín, «la poesía es siempre de los hombres de fe: nunca de los hombres de letras».

Flaubert decía que cada libro contiene en sí su poética, que hay que encontrar. Porque muchos escritores fueron un libro antes que un nombre, como señala Siles. Eso pasa en este Comercio interior, donde Siles habla de los poetas universales, para interpelar a su propia poética, una de las más ilustradas entre las voces actuales. Y al tiempo ensalzar ese periodismo literario -ahora tan dejado al margen-, ese que usa todas las herramientas a su alcance para proveer de pensamiento, emoción y sensibilidad a su escritura.

La poesía comparte con el periodismo el ejercicio de una cierta verdad. Los periódicos son «verdaderos latidos del corazón unánime del mundo», como indicó Lorca en su famosa «Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros», en 1931. Un texto que Siles se atreve a proponer como lectura obligatoria para todos los docentes, y por consiguiente debería ser el libro de cabecera de cada ministro de Educación, extensible a los consellers del ramo y de Cultura, y demás mártires gestores de la cosa pública.

«Hay muchos bailes en la literatura», sostiene Siles, a propósito de Amalia Bautista -que introduce en la literatura una nueva visión de la mujer-, y que es la última entrada de Comercio interior. Siles cuenta que acompañó a Hierro en dos viajes largos, a Perú y a Italia, y confiesa que «con él he aprendido más que en todos mis años de universidad». Con este Comercio interior se aprende más que en el bachillerato.

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