Opinión | voces

Escuchar y entender mapas

Ofrecer datos y extraer porcentajes resulta eficaz para mostrar el estado de la cuestión. En esa línea, el Ministerio de Igualdad presentó la semana pasada un mapa interactivo donde se podía consultar los recortes que se han hecho en materia de igualdad en algunas autonomías y ayuntamientos. De este modo quedaba visible la situación de retroceso por la que pasan los planes de igualdad y las partidas presupuestarias en diversas zonas territoriales donde se minimiza y se niega la violencia estructural que sufren las mujeres por el hecho de serlo. Se han eliminado concejalías y consejerías de igualdad, se han recortado presupuestos y han desaparecido los puntos violetas para prevenir la violencia machista y ofrecer información a la ciudadanía. En un principio la causa de todo parece remitir al negacionismo y a la falsa percepción de equiparar la igualdad formal con la real. No lo pongo en duda, no obstante, a estos motivos hay que añadir la indiferencia con la que el neoliberalismo desalmado y voraz afronta la presión social que puede ejercer el feminismo.

Desde hace décadas, Ellen Meiksins Wood viene señalando cómo el capitalismo puede usar o desechar determinadas reivindicaciones según le convenga. La socióloga, recalca que políticamente la batalla por la emancipación ya no se libra en el terreno económico, sino en las luchas de lo que ella misma califica «bienes extraeconómicos» y en donde sitúa las cuestiones relativas al género, la raza, la paz, la salud ecológica y la ciudadanía democrática. A su parecer, la cuestión se centra en saber qué tipo de emancipación puede tolerar el capitalismo. En ese sentido, por su expansionismo, difícilmente puede garantizar la paz o la devastación ecológica. De hecho, su lógica económica es claramente hostil a un mundo sin conflictos bélicos y sostenible. Pero, con respecto a la raza y al sexismo, no queda claro que no pueda tolerarlos dado que sus luchas ocultan la desigualdad estructural de clase y puede aprovecharlas de forma oportunista.

Una lectura errónea y rápida de sus tesis, sería aquella que quitara importancia a la desigualdad de las identidades sociales para destacar únicamente la desigualdad de clase. No es el caso, más bien indica que la opresión de género no tiene una situación privilegiada en el capitalismo ya que éste podría sobrevivir a la erradicación de todas las opresiones de las mujeres, pero no podría hacerlo a la desaparición de la explotación de clase. Con ello Wood denuncia que en la lógica capitalista no hay ni necesidad específica ni disposición sistémica para la desigualdad de género y que esto es precisamente lo que habría que revertir. En este marco, las políticas públicas de igualdad representan un coste social económico no deseable, sobre todo para aquellos partidos políticos que ideológicamente descreen de las luchas feministas por la paridad y el empoderamiento.

Por eso no está de más contar con una herramienta visual que permita detectar en materia de igualdad dónde estamos y dónde queremos llegar. Curiosamente, nada más leí la noticia, recordé el bestseller de Allan y Barbara Pease titulado «¿Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden de mapas?» Aquella novela narraba las diferencias entre los sexos según los mandatos de género asignados cultural y socialmente. En 2007 el libro se llevó a la pantalla en clave de comedia, pero su popularidad fue decreciendo en la medida en la que la sociedad iba superando algunas inercias sexistas. A estas alturas, cuando resulta trasnochado encuadrar las relaciones entre mujeres y hombres en una guerra de sexos estereotipada o, en otras palabras, cuando es incuestionable que hay hombres que escuchan y mujeres que entienden de mapas, hay que sobreponerse a las actitudes reaccionarias, sin olvidarlas, y aspirar a que quienes nos representen políticamente desarrollen medidas eficaces para conseguir que la igualdad llegue a ser real y no solo formal. n