Opinión | La ventana

A retomar el pulso... ¡vamos!

Qué estrés, madre mía. Ha habido jornadas en las que buena parte de la plebe veía ansiosa venirse la noche sin saber si el partido de tenis se iba a echar encima del de fútbol. Esto reiterándose a lo largo de un par de semanas no es fácil de administrar y más contemplando cómo llueve por Londres, lo que ha obligado a interrumpir y aplazar no sé cuántas citas. Es tanto lo que cae en cada edición que uno llega a preguntarse si de la primera de Wimbledon en 1877 quedará aún alguna por solventar en una de las pistas más recónditas. Lo que casi nadie podía imaginar es que la selección comandada por un tipo discreto de misa diaria, con pinta de funcionario federativo de obediencia debida y modo de conducirse opuesto al dicharachero y malencarado de quien le precedió iba a practicar en el máximo torneo continental un juego que encandila en todos los países y, lo que es más difícil, que ha erradicado la polarización en el propio. A este paso no sé dónde vamos a llegar.

Menos mal que en nada se retomará el pulso que nos caracteriza. Qué ganas de que vuelvan esas sesiones chachis en el Congreso que tan buen sabor de boca dejan en la afición y provocan unas ganas tremendas de dirigirse de nuevo a las urnas para que el espectáculo continúe. Ante los últimos acontecimientos registrados aquí y fuera se barrunta una subida de temperatura. Con todo lo que se les llena la boca de proclamar cuánto quieren a España, el ultra mayor del Reino ha decidido copar portadas en detrimento de Luis de la Fuente al ejecutar un sonoro Abascalazo. La realidad es que para los Rodri, Lamine, Williams y demás no ha resultado sencillo hacerse notar. Antes y después de comparecer en Alemania, los choques de trenes entre el Supremo y el Constitucional baten récords y da la impresión que sus componentes andan con la vista puesta en superar las marcas olímpicas. Solo pensar en el panorama que aguarda da gustirrinín. Al fin se echa el telón de la Eurocopa. Ya está bien de suministrar opio del pueblo, que luego cuesta reconocerse.

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