Opinión

Nico/Lamine, el monstruo de dos cabezas

Los adolescentes de España combinan para amarrar la Eurocopa, como si fuera una fiesta privada de dos campeones de leyenda

Lamine Yamal y Nico Williams celebran el gol del segundo ante Inglaterra.

Lamine Yamal y Nico Williams celebran el gol del segundo ante Inglaterra. / EFE

No era solo un encuentro a vida o muerte, ocupa un escalón superior en las disyuntivas trascendentales. Vence quien logra sobreponerse a la tensión infinita, a menudo por inconsciencia, esa virtud asociada a los adolescentes. En efecto, Nico/Lamine como dúo indisoluble demostraron que el destino puede doblegar a cualquier pronóstico. Componen un monstruo de dos cabezas. Con alguna ayuda de Cucurella/Oyarzabal, una pareja inesperada y más madura para desafiar al monopolio de los insolentes.

El fútbol es una obsesión irracional, y Nico/Lamine debían demostrar en la final que no habían sido sobrevalorados. Aguardaron al momento clave tras el descanso, para convertirse en campeones de leyenda cuando sus coetáneos se bregan en las categorías inferiores. No son comprometedores, están comprometidos. La asociación del dúo adolescente en el gol que encarriló la final demuestra que la Eurocopa ha sido una fiesta privada de los chavales, con independencia de sus compañeros y sobre todo de sus rivales. A partir de ahora, cuesta imaginarlos en equipos separados.

Tras el gol que monopolizará los titulares, Inglaterra cayó en bancarrota y estuvo a punto de llevarse los cuatro de Georgia. Sin embargo, la pasión exigible a una final llevó a una repetición de los apasionantes cuartos frente a Alemania. Es decir, empatan inmerecidamente los sajones, y obligan a que los adultos de la Selección reconstruyan la victoria inaugurada por los menores.

No puede hablarse de un desenlace previsible desde el minuto inicial.

Inglaterra estrena el partido con un pase de portería a portería, por si alguien duda sobre las esencias del fútbol en el país del té con pastas.

A continuación, Lamine es exprimido por dos rivales, por si alguien alberga la mínima duda sobre las características de la defensa inglesa.

Como ven, ni rastro inicial de los gestos heroicos que caracterizan a una final de finales.

Frente a la distancia altanera que define al fútbol inglés, y a los ingleses en general, España se mostraba pegajosa y persistente. ¿Era la misma Selección de las seis victorias previas y consecutivas? Era una confrontación al margen. Ningún individuo o suma de individuos está preparado para disputar una final, aceptarlo equivaldría a aceptar que alguien está preparado para nacer. Se habla de seres humanos, Nico/Lamine solo obedecen a las leyes de la divinidad.

Un inglés se arrastra para interceptar a Nico, un ejemplo de los extremos a que estaba dispuesta a llegar Inglaterra para atrapar una final inmerecida por sus prestaciones en el torneo, músculo contra fantasía. Una media chilena de Laporte obliga a debatir si el central se sentiría más cómodo en una posición no tan exigente.

Los ingleses parecían demasiado advertidos de la potencia del bimotor Nico/Lamine, que solo neutralizaron con eficacia durante la mitad más preocupante del partido. Foden seguía dormido, por lo que el tapado del Reino Desunido era Saka, uno de esos drones que siempre tienen programado el trayecto oportuno del balón, sin importar la presencia de rivales. Carvajal le aplicó el tratamiento clásico, y el delantero rodó por los suelos a mitad de la de la primera mitad. Más adelante el lateral madridista le cedería un balón a su compañero Bellingham, para otorgarle un mínimo protagonismo. Por supuesto, el elegante inglés frustró el obsequio.

Bellingham necesitó una hora para disparar a la portería de Unai Simón por la parte de fuera. Y su participación en la Eurocopa ingresará en la historia por un pase retrasado, en el inútil gol del deshonor inglés.

Nunca fueron un rival para España, pueden consolarse pensando que ninguna selección ha estado a la altura del huracán desatado. Ni Croacia, niItalia, ni Alemania, ni Francia.

Kane se excedió en la implicación personal nada flemática, por lo que se llevó una tarjeta. La apuesta inglesa no consistió nunca en derrotar a España, se conformaba con frenarla a duras penas. En las finales, conviene dejarse llevar. Sin embargo, cuesta ocultar que un mes atrás el único resultado posible del choque era una confortable derrota española.

Es raro que las glorias hoy exageradas no fueran advertidas a priori.

El último párrafo se escribe en la confianza de que casi nadie va a llegar tan lejos. Se suplica aquí una celebración comedida y sin estridencias, igual que se hubiera demandado un duelo sin desgarros. Eso sí, después de Nico/Lamine, el mayor beneficiario de la victoria es Pedro Sánchez. El fútbol es política, la mejor de todas.