Opinión | Ágora

Esperando a Trump

Hay muchos intereses dispuestos a llevar a las sociedades occidentales a la weimarización y, si no los resistimos, lo que pueda pasar será catastrófico.

El terremoto es global y, si no tenemos visión de conjunto, no lo percibiremos. Todo se precipita y entramos en situación de alarma. Ya no estamos para bromas. Si alguien lleva la manija tendrá que demostrarlo ahora, sin ambivalencias ni debilidades. Hay muchos intereses dispuestos a llevar a las sociedades occidentales a la weimarización y, si no los resistimos, lo que pueda pasar será catastrófico. Eso es lo que está pasando ante nuestras narices. La miopía es segura en quien se empeñe en no mirar más allá de ellas.

Weimar constituyó el laboratorio de técnicas de desestabilización más complejo de la humanidad. El principal actor desestabilizador fue la doctrina del Komintern, que se comportó con un sentido de la oportunidad sin precedentes. En unos casos, indujo al conflicto, como en Alemania, intensificando la dualidad con los nazis, alimentando su violencia y su interpretación como muro de contención del comunismo. En otros casos, se aprovechó del conflicto que ya existía, como en España. En todos jugó la carta de someter la política de los pueblos y los Estados a sus intereses de dominio. La lección que aprendimos es que en un mundo global la política es siempre internacional.

El mayor peligro de weimarización del mundo occidental reside, hoy por hoy, en la obstinación de Biden. Si hay un paralelismo entre 1933 y el presente es el que podemos trazar entre un octogenario Hindenburg, que ya no podía conducir el timón de un Estado en descomposición, y Biden, obviamente incapaz de liderar la democracia americana en un momento de intensificación de la batalla de Asia, uno de cuyos frentes es Gaza. El líder más débil en la situación más problemática es una asociación letal. En esta circunstancia todos están tomando posiciones. La OTAN, por supuesto, intentando atar los cabos con Ucrania para que la llegada de Trump sea lo menos traumática. Pero la interpretación desmedida de sus poderes, que la Corte Suprema está dispuesta a avalar, no trae buenos augurios.

Así las cosas, se ha dado orden a los caballos de Troya en Europa -y obviamente no hablo de Puigdemont- para que muevan ficha. La orden dice: ninguna complicidad con el orden institucional. Meloni ha sido descabalgada, porque ha coqueteado demasiado con Bruselas. Salvini es más de fiar. Pero la gran baza es de nuevo Francia, porque tiene tradición de grandeza propia, porque recuerda el antecedente gaullista de no integrarse en la estructura militar de la OTAN, porque mantuvo la vieja tradición de magníficas relaciones con Rusia, y porque muchos de sus votantes proceden del viejo PCF. Le Pen activará estos elementos y se convertirá en la mayor fuerza de arrastre de Europa a posiciones pro-rusas. Ella no será una fuerza auxiliar del orden europeo. Será la dinamita que lo haga estallar.

No cabe duda de que estas posiciones pro-rusas están esperando a Trump como agua de mayo, y ya han hecho cálculos de que la deseada campaña de la repetición electoral de Francia en 2025 se hará con él en la Casa Blanca. Orbán, con su visita a China, a Rusia y luego a Trump, nos ha descrito el triángulo de forma inapelable. Así las cosas, VOX recibió la orden de romper toda cooperación institucional con el PP y ha obedecido como un corderillo. Pierde cargos, pero el flujo de dinero real viene de otros sitios. No es por la presión de Alviste Pérez. Todo el mundo sabe que los votos del Sr. Pérez solo tienen sentido en un distrito único y de recuento proporcional, como las elecciones europeas. En las generales no funciona. No es el miedo a Alviste. Es sencillamente obedecer la orden de declarar la guerra a las instituciones democráticas europeas.

Por supuesto, la obediencia de VOX tiene sus problemas, sobre todo de exposición. Hemos hablado de estrategias oportunistas de desestabilización y ello obliga a identificar la inquietud más extendida entre la población. El problema de la migración se hace relevante en este sentido por dos motivos. Primero, porque alimenta el racismo soterrado que atraviesa nuestras poblaciones. VOX se ha expuesto con toda claridad, más allá de su hipocresía habitual, al evidenciar que es una fuerza racista e islamofóbica. Pero las órdenes en ese mundo autoritario son incondicionales y exigen no reparar en riesgos. Nadie puede llamarse a engaño. El VOX que respondía al reto catalán no existe. Sólo existe el que, de forma miserable e insensible, por sádico racismo, se muestra odiosamente indiferente a los derechos de unos miles de menores de edad y de jóvenes indefensos que están bajo nuestra protección jurídica.

Pero la migración es el problema preferido de los poderes oportunistas desestabilizadores, porque está enraizado en la condición estructural de nuestras sociedades desde hace siglos: se trata de la necesidad de mano de obra barata. La emigración es el tráfico de esclavos del siglo XXI, y hoy es tan estructuralmente necesaria para este sistema económico como lo fue en el siglo XVI. Por eso, es una contradicción radical. La despreciamos, pero la promovemos. Eso nos lleva al cortocircuito del racismo, al sadismo, a la segregación, al supremacismo. Nos lleva a Trump. Por eso es la clave de que los poderes oportunistas desestabilizadores van a atizar con frialdad.

Ante esta situación solo nos queda una opción: atenernos a nuestros valores normativos, igualitarios, solidarios, inclusivos, jurídicos, con la garantía de no dejar a nadie atrás. Pues quien se quede atrás, tendrá una motivación para enrolarse al servicio de esos poderes desestabilizadores.