Opinión | Mirador

Los goliardos

Los trovadores del momento se sirven del ágora universal que son las redes, a través de ellas vuelcan sus personales afrentas.

En la Europa medieval, adquieren cierta notoriedad una especie de juglares que utilizan un lenguaje más culto que los trovadores, porque proceden de una formación clerical o por su paso por alguna de las primeras universidades. Se ganan la vida mediante actuaciones en las que repiten canciones, estribillos, poemas, generalmente usados contra el poder establecido del momento, utilizando una terminología elevada en la que se entremezclan latinajos y términos poco conocidos para el vulgo, esta forma de comunicarse les otorga un carácter superior y consiguen el objetivo de tener influencia y alcanzar aquello que era su finalidad última, la subsistencia a base de formas maquilladas de expresión con las que contar o desvirtuar la crónica del momento.

Resulta curioso, esta muestra de la época más oscura de una Europa incipiente, muestra ciertos elementos de similitud con formas de expresión que se han establecido en una parte del discurso político actual, cargado de una banalización del orden establecido, mediante la utilización de epítetos rimbombantes, hinchadas de ‘razón’, porque repiten con distintas palabras para decir lo mismo y, sobre todo, con la intención clara de agrietar estructuras sobre las que descansa una parte importante de la sociedad, magnificando y remarcando los errores cometidos. Anuncian riesgos de alto calado y como toda muestra de razón ofrecen pautas sencillas de resolución a problemas complejos. La fórmula, la misma que usaron sus antecesores, la tradición oral, sin documentos, sin programas, sin solvencia, solamente la palabra, articulada con énfasis, utilizando cebos en los que se puedan enganchar aquellos que se dejan engañar por palabras grandilocuentes y soluciones tan sencillas como inaplicables.

Los trovadores del momento se sirven del ágora universal que son las redes, a través de ellas vuelcan sus personales afrentas a todo aquello que resulta fácil de criticar porque se encuentra en el escaparate público y con esos ripios, repetidos una y otra vez, con cantinelas en las que no hay un solo papel escrito, que no se sostienen por ningún estudio previo, pero que enganchan con amplias capas de la sociedad, han conseguido recorrer un largo camino en la Europa del siglo veintiuno.

Curiosas coincidencias, en todo caso, conviene saber cómo acabó la experiencia de aquellos que acuñaron el termino de goliardos, que hoy día casi nadie recuerda, porque prácticamente nada interesante dejaron, pero mientras tanto sirvió como una forma de supervivencia que solamente tuvo utilidad real para aquellos que de esta forma de vida se beneficiaron. Descansen en paz lo goliardos.