Opinión | Mirador

Oda a la simplicidad de mirarnos el ombligo

No puedo negarlo: me irritan sobremanera las cosas «chulas». Este adjetivo es el bálsamo Fierabrás para todos los usos, el manotazo simplón para evitar que el cerebro genere algo hermoso, extraordinario, interesante, sorprendente o cualquier otra apreciación que, finalmente, acaba en el simplón recurso de lo «chulo». A veces, te puedes encontrar con un discurso oral valorativo donde el 80% de sus adjetivaciones recurren a la magia de nuestra palabra multiusos, con parecidos matices a las cosas «guais», otra de nuestras muletillas en vías de extinción.

¿Y qué decir del WhatsApp? Esta red social nos ha facilitado la vida en lo que se refiere a la comunicación, pero también se ha convertido en una oportunidad para reconocer esa simplicidad vacua de la que hacemos uso simplemente para quedar bien o para sacarnos de encima un asunto. ¿Qué decir de los centenares de «felicidades» que bloquean nuestro teléfono cuando en el grupo lanzan el primer «bienqueda»? La avalancha es imparable porque los españoles andan escasos de palabras, pero no de postureo social. ¿Quién va a ser el «chulo» que niegue su «que pases un buen día» o cualquier otra formalidad que, de no hacerla, te deja en evidencia? Es muy difícil superar al DEP, ese pésame de quita y pon que solo explicita que quieres cumplir con el trámite de aparecer en la foto de las condolencias, aunque demuestre que somos incapaces de pensar en la otra persona y darnos cuenta de que, si no tienes algo inteligente que decir, mejor no decir nada.

Vivimos en una sociedad superficial y egoísta y la lengua no es la única que evidencia un mundo que nos invita a mirarnos el ombligo. Los comportamientos sociales arrojan mucha luz sobre nuestra tendencia al «mi, me, conmigo». Nos cuesta reconocer al otro y, aunque nos tropecemos con alguien al entrar en una habitación, somos incapaces de decir «hola», «adiós», «disculpe» y ni qué decir de la olvidada interjección «gracias», que implica no solo reconocer al otro, sino también valorar algo que ha hecho, dicho o que tiene. ¡Cómo cuesta ser agradecidos! ¡Si apenas tenemos tiempo de dedicarle un instante a los demás! Traspasar la barrera del agradecimiento nos supone tal desgaste emocional que preferimos bajar la cabeza. Y eso que, tal como explica Tal Ben- Sahar, profesor de Psicología Positiva en la Universidad de Harvard, la neurociencia ya demuestra la necesidad del agradecimiento para ser felices. Para que nos hagamos una idea de hacia dónde vamos.

Creo que vivimos en una sociedad llamada a morir de éxito. Me sonrío cuando dicen que estamos ante la generación de jóvenes más preparada de la historia. La afirmación ya contiene su codena. La sociedad de hoy no es solo superficial, sino ufana y engreída, incapaz de reconocer sus defectos. Se cuelgan fácilmente las etiquetas de «retrógrados» y «anticuados», pero se echa mucho de menos de la formación ética y moral de nuestras generaciones anteriores. Por supuesto, con otros defectos, pero capaces de escribirte una carta para darte un pésame, enviarte una tarjeta dedicada para tu cumpleaños o, simplemente, decirte que un libro le pareció extraordinario, lleno de matices, y evitar soltarte que… estaba «chulo»