Opinión

Mestalla: 'últimes vesprades' y múltiples clichés

Los estadios del futuro quieren parecerse al que ya tenemos, pero no se le presta atención

Aficionados del Valencia en Mestalla, durante el partido ante el Rayo Vallecano esta temporada. | J. M. LÓPEZ

Aficionados del Valencia en Mestalla, durante el partido ante el Rayo Vallecano esta temporada. | J. M. LÓPEZ

Una operación de tan alta sensibilidad como la de un cambio de estadio sólo puede funcionar con un club de fútbol fuerte y con grandes expectativas. Vaya obviedad, eh, pero conviene refrescarla en esta época de recuerdos líquidos y cinco años sin escuchar el himno adaptado de Händel. Una nueva casa es la imagen de un tiempo de prosperidad. El de un equipo instalado en una dinámica de prestigio e ingresos tan sólidos como para soportar un cambio tan drástico. Una mudanza que sea la continuación natural y lógica del crecimiento de la entidad, sin saltos al vacío de escasa convicción. El Nou Mestalla es heredero del cálculo errado de un tiempo mágico, como el doblete de 2004. En aquel Valencia y aquella València tomada por la hipérbole, el proyecto pensado desde las élites se asumió como posible y casi necesario. Nada alteraba el triunfalismo. Ni las señales de la memoria, con las consecuencias de la reforma del estadio para el Mundial 82. Ni la sensación de que un equipo campeón desde la organización grupal, como el del 2004, había sido arrebatado para caminar sobre confeti, para oler a Chanel y no a Reflex. De la disciplina metódica de Rafa Benítez, al delirio de querer fichar a Cristiano Ronaldo.

El presente era tan abrasivo, entonces, que solo unos pocos evocaron la memoria del legado de Mestalla y sus «últimes vesprades». Lejos de ser un ejercicio costumbrista, aquella acción recordaba los parámetros deportivos y emocionales olvidados, la modesta exigencia básica de saber quiénes éramos, antes de propulsarnos al viaje hacia ninguna parte.

Simulación del Nou Mestalla

Simulación del Nou Mestalla / Valencia CF

En el fútbol, algunas bombas, incubadas con lentitud, explotan con efecto retardado. La remodelación de Mestalla en 1978, pecado original de más errores, llevó al susto de 1983 y al desplome del descenso de 1986. La ostentación del Nou Mestalla condujo al club a sortear el precipicio de 2008 y a llegar griposo a la explosión de la burbuja inmobiliaria y acabar en manos de Peter Lim. Un club herido, pero octavo en el ranking UEFA. Con 15 años en el limbo el asalto final al Nou Mestalla no llega envuelto de vino y rosas como en 2004, sino en la peor de las resacas. En la sequía más prolongada sin competir en Europa y, como consecuencia, sin la capacidad de generar tesorería suficiente para abarcar un proyecto de tanta envergadura sin que afecte a la prometedora pero incipiente base creada por Rubén Baraja.

Desplegada la primera de las maquetas, el sueño era que el flamante Nou Mestalla albergase la final de la Liga de Campeones en 2009. Ahora, el horizonte mira al Mundial 2030y al supuesto impacto que dejaría sobre la economía de la ciudad. Ahora, como entonces, el Valencia aparece como el instrumento necesario, pero no como la prioridad directa, mientras que en sus «últimes vesprades» Mestalla sigue arrastrando múltiples clichés, repetidos desde los habituales altavoces perezosos. No, no era obligado el cambio de recinto porque persista una sentencia que obliga a derruir una de las gradas (ya prescrita). No es un estadio que no pueda adaptarse a los cánones actuales, a nivel comercial y deportivo. Todo lo contrario. Los nuevos estadios vuelven a los centros de las ciudades, se diseñan con bowls verticales y hasta más de un despacho de arquitectura aconseja que no se cubran en su totalidad, para no perder autenticidad, ni pasión si llueve. Los estadios del futuro quieren parecerse al que ya tenemos, pero no se le presta atención. El eterno olvido.

En el debate en torno a la casa del Valencia se echa en falta audacia política y legal, y una dosis de humildad colectiva para deshacer el camino equivocado y no persistir en el error de tres lustros. Y tomar conciencia de que hablando de Mestalla, también lo hacemos de tejido social, de identidad, de barrio, de la ciudad a la que aspiramos.