Opinión | REFLEXIONES

Orgullo crítico en València

Yo estuve allí. Como el que enfrenta el trauma de su infinita ignorancia, a veces uno asiste, ya sea por voluntad propia o ajena, al maravilloso espectáculo de la diversidad. Y que no se perciba este sustantivo como ludificante de lo queer, sino como una forma de nombrar lo grandioso de lo natural.

Y como símbolo de la bendita diversidad, por definición interseccional, el punto de partida fue la maldita puerta azul que da nombre al imprescindible documental (’La Puerta Azul’), metonima que evoca al aberrante Centro de Internamiento de Extranjeros de Zapadores que se esconde detrás, esa representación de otra injusticia patente: la del internamiento de personas foráneas, bárbaras, metecas; y, el de la privación de libertad -máxima pena en democracia- a personas que sólo han cometido la falta administrativa de no estar en posesión de los fueros de la ciudadanía regular.

Entre orgullo y diversidad identitaria y sexual descubrí con asombro la A de LGTBI+. Y es que cuando despliegas el plus, aparecen más letras y, una de ellas, es la A de las personas asexuales y arrománticas para desvelar que al clásico LGTB(I) se suman otras letras que muchos no parecen (re) conocer. ¿Y cómo van a hacerlo si confunden orgullo con amor y olvidan la identidad y el reconocimiento como sustento inexcusable de la reivindicación (que no fiesta)?

Reconozco que parto desde la extrema ignorancia, pero también desde la más afilada curiosidad por indagar y entender, siempre, desde una premisa básica: esa liosa lista de letras que ahora se extiende a lo largo de un aparente indescifrable + (plus), tampoco fue comprendida cuando otrora lo cis las descubrió, como Colón a las Américas, y la realidad es que ellas siempre estuvieron ahí. n