Opinión

La nueva política viral

La democracia también es estética y algunas maneras, que pueden estar bien en la barra de un bar, o en la de Twitter, o en un vídeo masivo, no deberían asumirse así, sin más, en la escena pública

Pleno en las Corts.

Pleno en las Corts. / José Cuéllar/Corts

Tras el último pleno del Consell, las dos frases más destacadas fueron «nos están tangando», dicha por la portavoz y titular de Hacienda, Ruth Merino, sobre el envío de fondos del Gobierno, y la acusación de la responsable de Medio Ambiente, Salomé Pradas, a los representantes del ministerio de actuar «de forma trilera» con respecto a l’Albufera. Venimos de una última sesión de control en las Corts en la que el president de la Generalitat, Carlos Mazón, leyó en la tribuna de oradores una selección de insultos vertidos en redes sociales a la alcaldesa de València por el asunto del Día del Orgullo (a cual más irrepetible). Y ayer, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, la creadora del «me gusta la fruta», dijo del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que «tiene la cara muy dura» y que es «una montaña gigantesca de fango» por defender al fiscal general del Estado.

Lo sé, no se olvida fácil, también está el ministro de Transporte, Óscar Puente, el del «saco de mierda» en X (si aún se llama así) a un propagador habitual de bulos del equipo de Alvise. Sí, podríamos recordar también lo que se oye en cualquier hemiciclo fuera de micrófonos y tribunas y lo que se lee cuando abres el móvil y entras en redes sociales pero, llámenme antiguo, la democracia también es estética (sin formas lo pierde casi todo) y estas maneras, que pueden estar bien en la barra de un bar, o en la de Twitter, o en un vídeo masivo, no deberían asumirse así, sin más, en la escena pública. La política también tiene una función ejemplarizante, educadora, y no debería olvidarse. De eso va la estética. Y la ética, diría. Me temo que todo esto tiene que ver con la urgencia de viralizar contenidos y con nuevas formas politológicas de llegar a grandes audiencias, pero no debería pasar por convertir el ágora pública en un gallinero.

Suscríbete para seguir leyendo