Opinión

Macarena Miralles Aguado

Adiós a una Valencia llena de campo, adiós a casi 96 años de historia viva

Perder a un abuelo tiene muchos significados. El abuelo, de cerca, era para mi un mar de besos y amor. Murió con casi 96 años y 20 años de diálisis a sus espaldas, por lo que su etapa de dependencia fue extendida en el tiempo. Siempre he agradecido su fuerza, gracias a la cual he podido compartir con él una etapa de mi vida más adulta, y creado vínculos nuevos que, ahora, me abrazan fuerte para entender que mi abuelico estará siempre conmigo.

Aquello que más disfrutamos del abuelo en sus últimos años fue su memoria y sus años de historia vivida. Una persona que nació en el año 1927, en el seno de una familia de panaderos en un pueblo del interior de Valencia. El segundo más pequeño de la tribu, quedando por detrás el único de los hermanos que queda vivo, Paco. Vivió casi tres cuartos del siglo XX y casi un cuarto del XXI, con dos años de lado a lado para completarlos. Murió hace más de un año, el 12 de junio del 2023. En Macastre, su pueblo querido.

La memoria de mi abuelo Miguel era prodigiosa, atesoraba las historias con detalles, te hacía vivirlas desde dentro. Ya sea con la emoción de comprarse una moto chula que vio en el taller donde llevó la bici que usaba para ir a trabajar a una almacén de droguería en Benetúser desde Catarroja; o cuando se tiraron las manos a la cabeza porque la riada les mató a las gallinas; o la alegría de que el agua volviera al río de Macastre después de ganar el juicio del pozo contra Yátova.

La familia y muchos vecinos de Macastre hemos disfrutando escuchándole contar historias, nos hemos reído, le hemos grabado fascinados por su transcendencia, pero aun así no entendía que significaba que aquello acabase. Mi abuelo murió de forma natural, en su cama, con sus hijos en la casa, sin sufrir, después de una larga vida. La muerte que le deseas a tus seres queridos y a ti mismo.

Pero con sus muertes, estamos viendo desaparecer una forma de entender el mundo, una manera de forjar relaciones, una cantidad de conocimientos que en nuestra sociedad actual están en peligrosamente en desuso. Un lazo que te conecta a una tierra que ha desaparecido, a una Valencia llena de campo.

No me confundáis, no intento hacer una oda a una pasado que siempre fue mejor, ni mucho menos. Mi abuelo empezó a trabajar cargando sacos de leña a los 9 años y no es algo que pueda reivindicar como bueno o necesario. Pero la rapidez en la que el mundo ha evolucionado, las diferencias sociales inherentes a esa evolución en las distintas partes de globo, nos están desbocando a un mundo que, pese a no haber crecido en tamaño, sino todo lo contrario, se nos queda cada vez más grande.

Mi abuelo Miguel, el cual antes de ser abuelo fue padre, antes esposo y mucho antes hermano e hijo, y también nieto, ha sido un hombre de familia. La familia es una n ecesidad social. Familia son el pueblo de Macastre. Familia eran las amigas de mi abuela jugando al parchís mientras cuidaban a mi hermano, también Miguel. Familia es quien hace de tu mundo un lugar más amable, un lugar habitable. Y, sin embargo, cada día que pasa, el mundo rechaza más los lazos de ayuda mutua, tan y tan enfrascados en un sistema a la deriva.

Una alegría que no le di a mi abuelo fue la de verme ya de profesora. Nunca me caracterice por ser una gran estudiante, pese a que mi amor por el estudio se extiende en el tiempo. Soy más bien, como dice él, una corredora. Una de tantos jóvenes que pensábamos que las oportunidades eran otras, las oportunidades eran ser artista, o emprendedora de alguna movida interesante, o jefa de algún proyecto cultural. Obviamente no. El fracaso es un sentimiento habitual entre la gente de mi generación, pero bienvenido seas fracaso de mi corazón. Porque quienes no han fracasado son aquellos que consiguen empezar una vida nueva en otro país cuando se ven forzados abandonar el suyo, quienes consiguen seguir albergando bondad cuando la sociedad les humilla de manera sistemática, quienes aprenden día tras día palabras nuevas de un idioma paseando por unas calles que difícilmente pueden sentir como suyas. Y ojalá no fuera así, pero es difícil fracasar cuando la vida no te ha ofrecido nada o te lo ha quitado todo.

Hablar de mi abuelo, significa para mi mucho más que señalar lo mucho que lo echo de menos. Significa manifestar mi admiración por una persona que consiguió construir su mundo, que trabajo y prosperó, y que el trabajo fue una necesidad que le atravesó pero no le enajeno para dejar de vivir, dejar de pensar sobre el mundo, dejar de querer. El trabajo no le convirtió en un ser individual, porque él solo difícilmente habría conseguido lo más grande que ha tenido: vivir y morir acompañado. Y eso es lo que yo le deseo a mi generación y a todas las demás, que nos podamos mirar a la cara porque no hemos echado a perder el único hogar que tenemos: hacer de nuestro mundo un lugar habitable.