Opinión | Reflexiones

El maestro de Luis

Les invito a que piensen en los maestros y maestras que los han sostenido, que han transitado con ustedes momentos de desamparo y soledad.

Ya decía Forrest Gump que la vida es como una caja de bombones porque nunca sabes lo que te va a tocar. Salimos de casa y no tenemos la seguridad de que vayamos a volver ni qué nos va a pasar durante el día, a quién nos encontraremos y qué aprenderemos antes de volver al dulce sueño nocturno. El otro día me encontré, sin esperarlo, a mi peluquero de toda la vida, a Luis, que me ha visto crecer desde que era pequeño. Vive cerca de mi casa. Desde que se jubiló suele sentarse en un banco disfrutando de no tener que hacer algo concreto; se mueve lento, sin prisa. Me senté con él de forma automática y la conversación giró en torno a la educación. Sabe que soy profesor y me dijo, así, a boca jarro, lo siguiente: «Después de trabajar desde los doce años, haber formado una familia y ver cómo la mayoría de mis amigos se han ido, algo que recuerdo y jamás olvidaré fue a mi maestro Jorge». Le pregunté por qué lo recordaba y me contó con una luz penetrante en sus ojos, que le regaló un cuaderno de escritura y un pequeño libro de lectura, ya que su familia carecía de recursos. Fue el primer adulto, me decía, que se preocupó por él, que le animaba y que le insistió en la importancia de saber leer y escribir.

A medida que me contaba la grandeza de su maestro Jorge, me vino a la cabeza otro Luis que ha pasado a la historia llamado Louis Germain. Es posible que no les suene de primeras, pero fue nada más y nada menos que el maestro de escuela del escritor y filósofo francés Albert Camus. Cuando recibió el Premio Nóbel de Literatura en 1957 le escribió una carta que es histórica y única por su humanidad, por su eterno agradecimiento y por el ensalzamiento a todas aquellas personas, hombres y mujeres, que se dedican a la educación de una forma diferente, haciendo de su profesión una misión vocacional única. Cada vez que leo la forma en cómo Camus se dirige a su maestro, el corazón se me encoje y me hace caer en la cuenta de la importancia que han tenido mis maestros y maestras en mi vida: «He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin su mano afectuosa que atendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto».

En contra de la familia que querían que Camus comenzara a trabajar para ganarse la vida por carecer de recursos, Germain lo preparó gratuitamente para el concurso de una beca de estudios en el liceo de Bugeaud con apenas once años. Ese gesto le cambió la vida. De igual forma, les invito a que piensen en los maestros y maestras que los han sostenido, que han transitado con ustedes momentos de desamparo y soledad. En tiempos líquidos como los que vivimos donde la verdad ha desaparecido de nuestro horizonte, estas personas humildes y sencillas representan uno de los últimos suspiros de esperanza para un porvenir lleno de tinieblas y tempestades. No los olviden.