Opinión | Tribuna

Libertad envenenada

Desde hace un tiempo, en el panorama político nacional e internacional ha aparecido un grupo de líderes que se erigen en nuevos abanderados de la libertad. ¡Qué bien queda y qué incuestionable es el discurso que la ensalza! Pues, ¿quién en su sano juicio puede oponerse a esta hermosa idea o querría vivir en su ausencia? En nuestro país y en nuestra historia reciente dejamos atrás una etapa en donde las libertades políticas y la pluralidad de puntos de vista sobre cómo organizarnos y vivir en sociedad fueron barridas del mapa, bajo la sombra imponente –es decir, impuesta a la fuerza por los vencedores de la Guerra civil– de la ideología del nacionalcatolicismo más duro y recalcitrante. El siglo pasado fue presa de lo que Erich Fromm diagnosticó con acierto como miedo a la libertad, caldo de cultivo cultural e ideológico del fascismo, el nazismo y de totalitarismos de distinta índole, incluido el comunista soviético.

Pero lo que descorazona y estremece es la frivolidad con la que se proclama la libertad desde posiciones extremas, pretendiendo acaparar o patrimonializar esta idea en un intento penoso de recaudar votos a costa del engaño y la patraña. Porque veamos, ¿qué tipo de libertad es la que proclaman Ayuso o Milei en Madrid en el acto de exaltación y homenaje de la primera al segundo? De una libertad, sí, pero sesgada, parcial, enturbiada e incluso emponzoñada, y me explico.

Hasta el liberal más arduo y convencido, si realmente asume y entiende los orígenes del liberalismo tal como nació en Inglaterra de la mano de Locke o Smith hace unos siglos, sabe a la perfección que la libertad, como todo valor en la vida, no es algo absoluto, sino que tiene unos límites, para empezar la libertad de los demás. Algo tan evidente desde el punto de vista moral como que mi libertad no ha de ser despótica ni fruto del simple deseo ilimitado, ni es excusa para la rapiña, el abuso, la dominación o el sometimiento, por la sencilla y contundente razón de que está en juego la libertad de las otras personas. Todos queremos libertad para disfrutar de unas cañas con unos amigos, vaya que sí, pero no es del todo claro que yo sea libre de poner en peligro la salud y la vida de los demás por tomar una cerveza sin precauciones en tiempo de pandemia, aunque sea simplemente de modo preventivo. La libertad exige por tanto un uso inteligente de mi deseo y mi acción en respuesta a los derechos, deseos legítimos y libertades de los otros, algo tan básico que produce rubor recordarlo. La libertad del empresario se ha de limitar en su afán de beneficio y riqueza por los derechos laborales de sus trabajadores, que también merecen libertad conseguida a base de tiempo, esfuerzo y sacrificio por la empresa. La libertad para jugar al pádel se ha de limitar a la libertad de los vecinos afectados para vivir tranquilos y sin oír estruendosos pelotazos a toda hora. La libertad del profesor en el uso de su cátedra viene condicionada por el derecho del alumnado a recibir una formación de calidad, y así hasta el infinito.

Sólo un impostor o alguien que no ha sido educado en la elemental responsabilidad que ha de acompañar a la libertad puede esgrimir una motosierra como símbolo de la misma, y además hacerlo con esa mirada de odio al adversario, con ese aire chulesco y prepotente de matón de barrio venido a más. Porque para los nuevos defensores –falsarios– de la libertad, los adversarios son además enemigos, y en su defensa de este bello ideal no inoculan más que odio y ponzoña, enojo y cizaña para con el enemigo. ¿Merece eso la medalla de una Comunidad Autónoma como la de Madrid, por muy legítimo que sea el presidente de Argentina de visita planificada a la capital? Quizás sí, desde la idea de una libertad... envenenada. Una libertad de los hijos acomodados de una etapa totalitaria, que usan el amor a la libertad precisamente para negarla, acogotarla, malversarla o reducirla al privilegio de los de su clase. No es el miedo a la libertad sino la defensa cerril de una libertad malversada lo que puede ser el caldo de cultivo cultural e ideológico para nuevas formas de totalitarismo. Pues la libertad es cosa de todos, a todos nos atañe y concierne, seamos de derechas o de izquierdas, de tal partido o de tal otro, con tal de que seamos demócratas y personas decentes, como diría Manuel Vicent en Una historia particular. Libro más que recomendable para entender cómo llegamos desde la Transición a un estadio de confrontación, enemistad y odio político que nos quieren vender y al que nunca hemos de sucumbir. n