Opinión

Los 'cortafuegos' no son la solución

Frecuentemente la administración y determinados técnicos forestales presentan los mal llamados “cortafuegos” y otras actuaciones que consisten en la eliminación de grandes cantidades de vegetación natural del bosque como la manera adecuada de “prevenir” los temidos incendios forestales. Sin embargo, esta creencia es rotundamente falsa.

Eliminar total o parcialmente la vegetación de zonas pequeñas o grandes, en áreas muy localizadas o de manera extensiva, de forma lineal o de otras maneras, jamás ha evitado ni evitará nunca ningún incendio, porque todo esto no actúa de ninguna manera sobre las causas de los incendios, casi siempre humanas (más del 85% en el territorio valenciano). Por lo tanto, si no actuamos eliminando o disminuyendo fuertemente estas causas humanas (objetivo posible y a nuestro alcance) seguiremos padeciendo incendios, tengamos más o menos cortafuegos, discontinuidades vegetales o áreas desprovistas de vegetación. Una parte de estos incendios podrán ser muy grandes, si se dan situaciones difíciles, de carácter climatológico o de otro tipo (relieve muy abrupto, zonas muy difíciles de acceder, etc.). Las situaciones meteorológicas muy adversas, o extraordinarias, serán cada vez más frecuentes con el cambio climático, según los escenarios más probables. En esas condiciones va a ser más que improbable que unas discontinuidades vegetales, por amplias que sean, puedan detener o impedir la propagación de un fuego ya desencadenado, precisamente porque ha fallado la auténtica prevención (evitar el fuego).

Por otra parte, la eliminación de vegetación (total o parcial) tiene frecuentemente el resultado de generar unas condiciones ambientales más favorables para el inicio de un incendio y favorece la aparición y propagación de vegetación más inflamable que la existente inicialmente, y de peores cualidades ecológicas. En esas situaciones se genera una mayor penetración de luz solar que favorece a las plantas llamadas heliófiolas, más inflamables y menos resilientes al fuego. La temperatura y la sequedad aumentan en el interior del bosque, y se permite una mayor circulación del aire; así se hace más inflamable el conjunto y las llamas pueden avanzar con gran velocidad. Además, estas intervenciones impiden que el bosque avance de manera natural hacia etapas menos inflamables, más resilientes, más maduras y de mayor valor ecológico. Jamás nos libraremos de incendios por esa vía. Mientras el bosque se degrada y el suelo se podrá erosionar.

Pese a todo, la administración sigue basando su estrategia de “prevención” no en la eliminación sistemática de las causas del fuego, sino en actuaciones que sólo pueden tener efectividad (si la tienen; su eficacia es muy discutida) “a posteriori”, como con los “cortafuegos”, cuando ya ha fracasado la verdadera prevención. Esta estrategia no ha cambiado sensiblemente desde la época del ICONA franquista, pasando por la transición, que conllevó el traspaso de competencias a las autonomías (1985, en el caso valenciano) hasta la actualidad. Esta estrategia no ha funcionado para prevenir incendios, como es lógico, y se demuestra en el hecho de que el número de incendios anuales, desde que tenemos estadísticas fiables (1968), no ha mejorado apreciablemente y se mantiene en una media interanual un poco superior a los 400. El número anual de incendios es el mejor medidor de la eficacia en la prevención y es un parámetro que no ha mejorado en décadas. Fallamos en prevención. No obstante, con gran obcecación, los planes oficiales de prevención dedican la mayor parte de sus presupuestos a cortafuegos y otras medidas semejantes (a veces, hasta el 80% las inversiones) y dejan para la auténtica prevención cantidades residuales, muy insuficientes. Así jamás se eliminarán los incendios que provocamos nosotros, los humanos; la gran mayoría.

Las medidas realmente preventivas, por ejemplo, facilitar una alternativa eficiente, barata y fácil de organizar para evitar las quemas agrícolas, sigue sin implantarse por falta de medios y de voluntad política. Ésta y otras medidas adecuadas para controlar cada causa específica, requieren inversiones muy bajas, no perjudican a nadie y su eficacia está demostrada. Durante la pandemia de la Covid19, la que la regulación estricta de las actividades de riesgo llevó a un mínimo histórico e indiscutible de incendios forestales. Insensible a los datos objetivos y a los hechos comprobados, la administración sigue dedicando millones de euros (el 80 % de sus recursos de prevención) a actuaciones como los cortafuegos que no son en absoluto medidas preventivas. Son enormemente caros, tienen una eficacia muy dudosa en “cortar” fuegos, además de tener muy graves impactos ambientales. La prioridad en la prevención ha de ser otra, centrada en evitarlos, no en actuaciones que sólo intervienen, en el mejor de los casos, cuando ya ha fracasado la prevención y ya tenemos un incendio fuera de control y de grandes dimensiones. Solamente evitando los fuegos de origen humano avanzaremos de verdad en la estricta prevención: eliminar la mayor parte de los incendios. La estrategia actual es un rotundo fracaso que se repite cada año y nos cuesta carísimo.