Opinión | Mujeres

La receta de la felicidad

«Tomates verdes fritos» de Fannie Flagg, recién reeditada en España, gira en torno a la fuerza benéfica de la complicidad femenina

El de la felicidad es un cultivo extensivo, que requiere tiempo y cierto abandono. En el prólogo de la reedición Tomates verdes fritos de Capitán Swing, la periodista Pepa Blanes habla de «mujeres normales, que no son felices, que no lo han sido y que no saben cómo podrían serlo». Si a la felicidad se le demanda cierta estabilidad en ese grupo entramos todas y, por supuesto, las protagonistas de la novela, que es lo que viene al caso.

¿Cuánto dura la felicidad? Minutos, algunas horas, difícilmente días. Si se pretende alcanzar un estado beatífico, libre de preocupaciones reales o imaginadas, sin fatigas ni melancolías, eso que llamamos felicidad dura poco, poquísimo. Algunos dicen que no existe.

La pregunta contemporánea sobre la felicidad es deudora de la sociedad y del sistema económico de los que surge, que son individualistas y consumistas. Buscamos una felicidad personal y personalizada. Se paga lo que haga falta para ello. Compramos viajes y aventuras, fiestas y excesos, autoconciencia y autocuidado; consumimos afectos y relaciones, cultura e intelecto. Y, a ser posible, lo exhibimos y presumimos de ello.

Ni todos pueden permitírselo ni siempre fue así. Tampoco debe ser una fórmula muy efectiva, porque las ventas de ansiolíticos y antidepresivos siguen disparadas y son, en sí mismas, otra fuente de esa felicidad fatua.

Hubo otros tiempos y otras gentes para las que la felicidad era un bien común, que se obtenía y se sostenía en comunidad. Las mujeres, quisieran o no, solían ser las que se hacían cargo de los cuidados de un grupo familiar ampliado, que se extendía a amigos y vecinos. No era raro que sacrificaran su felicidad por la de los demás o que la experimentaran a través de ellos. Podía ser terrible, pero cuando sucedía en un entorno respetuoso y con cierta equidad, podía ser sanador y gratificante. Fannie Flagg escribe sobre ello en «Tomates verdes fritos».

También de cómo se las ingenia una pareja de lesbianas en tiempos de la Gran Depresión, de racismo, de maltrato, de rebeldía, incluso de gastronomía sureña, pero, ante todo, su novela, y la película a la que dio pie a principios de los 90, dirigida por Jon Avnet y con guión de la autora, tratan de solidaridad entre mujeres -de sororidad, si se prefiere- y de cómo personas con razones de sobra para ser infelices dejan de serlo, aunque solo sea a ratos, gracias a la compañía y la ayuda mutua y compartiendo su modesta ración de felicidad con otros, porque esa es la única forma de agrandarla. No hay otra receta. n