Opinión | Epígrafe

Trece filosofías en busca de una época

Quizá solo una gran institución, como la Fundación Santander, esté hoy día en condiciones de reunir a trece personas, de diferentes generaciones y procedencias, dedicadas a la filosofía y ponerlas a debatir sobre dos preguntas: ¿hacia dónde camina el ser humano y cuáles son las perspectivas de un nuevo mundo? Fruto de esas respuesta es un libro magníficamente editado por Francisco Javier Expósito, responsable literario de la Fundación. En él se pueden ver las posiciones de los más seniors, desde José Antonio Marina a Victoria Camps o Javier Echevarría; de los que convergen en mi generación, como Innerarity y Gabilondo; o de destacados miembros de la generación que nació por los finales setenta y primeros de los ochenta, como los valencianos Antonio Lastra y Eurídice Cabañes, Helke Freire o Ana Carrasco-Conde; para concluir con los treintañeros, como Carlos Blanco o Josefa Ros.

A la presentación del jueves pasado en Madrid acudió solo la mitad del plantel, en un debate interesante. Cuando se dan cita talentos tan diferentes, y en una situación tan problemática como la nuestra, es fácil suponer que las divergencias serían notables. Sin embargo, como al final dijo Marina, hubo divergencias de matiz, pero convergencia principal. Es un alivio ver que en el gremio de la filosofía no se dé la polarización que aparece en otros ambientes y que se pueda mantener un diálogo civilizado. Me gustaría pensar que, cuando la gente se encuentra en una mesa y se miran a la cara, la civilización comienza a reconstruirse. En el avatar virtual, por principio, la vida es descarnada y el daño no produce resonancia desde la carne del dañado.

El punto de convergencia, creo, podría expresarse así: el mundo nuevo se va a parecer a este porque los procesos sustantivos que lo mueven no están sometidos a nuestra voluntad. El ser humano camina por los rieles que marcan dispositivos técnicos de poder que tienen su propia lógica. Podemos debatir sobre las posibilidades de adaptación y los márgenes para salvar elementos de lo humano. Pero no podremos impedir que China renuncie a Taiwán, que Rusia siga siendo una autocracia, o que India tenga un problema con el mundo islámico; tampoco que la IA siga desplegándose o que la comunicación en las redes sociales sea desconsiderada. Incluso el más optimista, como Carlos Blanco, apreció que nuestro mundo está embarcado en un tren que no podemos conducir a placer.

Al sentirnos arrastrados, crece nuestro malestar, lo que fue destacado por Freire, por Echevarría y por Marina con fuerza, pero sobre todo por Ros, que lo vive en las propias carnes de la generación más joven. De ese malestar derivan los fenómenos crecientes de admiración de la política-fuerza que padecemos. Esos señuelos de liderazgos fuertes nos hablan de personalidades que creen que pueden conducir el tren hacia el futuro con mano firme. Podrán hacerlo por un instante, pero no nos dicen lo que se llevarán por delante. Esa impostura no resiste el más mínimo análisis, pero para descubrirla hay que pararse a pensar por un momento.

Y eso es lo propio de la institución filosófica. Fue sentir general que la técnica, cuanto más desarrollada, más complejidad y capacidad reclama del sujeto que pueda usarla. Sólo un trabajo psíquico equilibrado puede gobernar un artefacto ingente por su potencia destructiva. Por primera vez la humanidad dispone de una técnica cuya condición de uso destruye de forma masiva el aparato psíquico. Frente a sujetos a la deriva, que dice Victoria Camps, fortalecer la subjetividad, que propone Marina. No creer en lo que no es, pues no hay Inteligencia Artificial, sino técnica de gestión probabilística de contenidos, dijo Echevarría, a lo que Marina añadió ciertos usos positivos de la misma. No abandonar las estructuras de la vida, dijo Freire, creo que con acierto y aplauso general. En mi opinión, todo esto es convergente con algo más: fortalecer la experiencia concreta, que siempre se mueve en mundos de la vida relativamente estables y estructurados en común. El sujeto no se fortalece con recetas, sino con experiencias, y estas siempre se tienen que hacer en común y en el seno de instituciones arraigadas. El ethos no es el punto de partida, sino el final de un proceso de experiencia.

Fortalecer los mundos de la vida es la consigna de la nueva política por venir, y ahí se integra el carácter inevitable de la eco-política. Como siempre, mi talante un tanto promiscuo me lleva a simpatizar con todas las posiciones. Me conmovió la defensa de la filosofía en el Bachiller que hizo Lastra, y la llamada al estudio de los clásicos de Echevarría, como me alarman las dificultades de la nueva generación y su creciente indisposición con la democracia, su peligrosa inclinación a padecer en una soledad individualista un destino que es común.

Los que van montados en este tren desbocado de poder y ambición, no interiorizarán nuestras aspiraciones. Pero cuanto más contrapeso hagamos con la defensa de los mundos de la vida, con las estructuras que los generan y los mantienen, con los vínculos comunes que crean, más lento tendrá que circular. Pararlo puede resultar muy difícil, pero hacerlo circular a una velocidad que no promueva el destrozo general a su paso, quizá todavía esté en nuestra mano.