Opinión | Desperfectos

Reestrenos del G-7

Giorgia Meloni ha triunfado como anfitriona entre los decorados del G-7, en un momento de desconcierto mundial especialmente con Ucrania, Gaza y Taiwán. La ‘performance’ de Meloni tiene mérito porque la mayoría de actores principales del G-7 –G-8 con la Unión Europea- están en trance de desasosiego político. Tanto Macron como Scholz han salido tocados de las elecciones europeas. Eso debilita aquel eje franco-alemán que se consideraba motor central de la integración europea. Cuando arranquen la nueva Comisión y el Parlamento se podrán ver los cambios de rumbo, pero no parece que sea real ese ‘tsumani’ de ultraderecha que fue anunciado con llanto y crujir de dientes. En el reparto, la presidencia del Consejo Europeo sería para la socialdemocracia: el portugués Costa o la danesa Mette Frederiksen, cuyas políticas de inmigración son eficaces.

En el reparto de papeles del G-7, Joe Biden está pendiente de una campaña presidencial con más baches que oasis y con Trump al acecho. En Gran Bretaña, pocos suponen que el primer ministro Sunak pueda permanecer en Downing Street y, en Francia, Macron tendrá que cohabitar con un gobierno de Marine Le Pen. Tanto al canadiense Trudeau como al japonés Kishida no les salen los números en las encuestas. Para revalidar su presidencia de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen está pendiente de unos pactos que, sean cuales sean, se harán con sobrepeso de letra pequeña y ambigüedad. Rusia, en fin, fue excluida del G-7 hace diez años, con la anexión de Crimea. Junto al Papa o Milei, también está invitado Zelenski para recabar más dinero: 50.00 millones de dólares en activos rusos congelados. A tientas y a ciegas, el alto al fuego en Ucrania no parece próximo, aunque se alude con frecuencia precedente del paralelo 38 que marcó el fin a la guerra de Corea.

Es una evidencia que el G-7 ya no es lo que era en la posguerra fría. Los ‘sherpas’ que programan los encuentros llevan el comunicado de prensa redactado de antemano. En esta ocasión, habrá más pasta italiana que esbozo de un nuevo orden mundial. Y China de cada vez está ahí, con presencia imperial, en busca de un lugar preponderante en el juego de poder global, con la Nueva Ruta de la Seda y su Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras.

Para calzar la viabilidad de un orden mundial de mayor alcance, el G-20 representa al 66% de la población mundial, pero su andadura comenzó en 1999 y todavía no ha pasado por el tamiz de prueba y error. A diferencia, el Consejo de Seguridad de la ONU sigue pendiente del veto de los países que ganaron la segunda guerra mundial. El molde global está por hacer si eso es factible.

Otras tantas cosas están en lista de espera, hasta noviembre, cuando quede claro quién manda en la Casa Blanca. Entre los chamanes del apocalipsis y los ayatolás de la corrección política se sigue comparando la situación actual del mundo con los años treinta del siglo XX. Como de costumbre, las malas comparaciones generan más confusión. n