Opinión

Springsteen, las preguntas y la niña del tren

Es una ciudad europea de esas vertiginosas y sumergidas en la muerte a plazos de las prisas. El tren va camino del aeropuerto y, para mí, camino de Madrid, donde cumpliré uno de mis sueños: ver en persona a Bruce Springsteen.

Pero antes, en aquel tren, contemplé algo que, con la sencillez y la fuerza de una revelación, me hizo comprenderlo todo. Una niña pequeña, de poco más de un año, dormía profundamente, apoyada en el hombro de su padre. Alrededor todo corría, volaba, se estrangulaba como un torrente absurdo. Las biografías caóticas de miles de viajeros se entrechocaban en conversaciones inconexas. La gente se apretaba en los vagones, los que llegaban tarde a coger un avión se ponían nerviosos, y las maletas transportaban historias a medio hacer. Y, en medio de todo aquel caos, aquella niña, sencillamente, dormía. Como si todo lo demás simplemente no existiera. La criatura, horas antes y horas después, sería seguramente parte correteante y ruidosa de todo aquel caos; pero en aquellos momentos hacía lo que mejor saben hacer los niños: dejarse sostener, y, sobre todo, dormir.

La obra de Bruce Springsteen podría resumirse en una palabra: preguntas. La música de Bruce es una gran pregunta, un abismarse en los interrogantes más profundos, esos que se plantean en cada una de nuestras pequeñas existencias. En el fondo, ahí late la esencia de su mensaje: en la búsqueda de la “tierra prometida”. Springsteen se planta ante la vida y le lanza, como un puñetazo en la boca, una pregunta rotunda formulada en forma de deseo: “I wanna know if love is real”. Y esas dos búsquedas, la de un hogar y la de un amor, son realmente una y la misma. El otro día, en el Cívitas Metropolitano, con 74 años, Bruce volvió a recordarnos por qué seguimos en este mundo, a pesar de tantas nubes negras que a veces toca capear. Y ese motivo no es una verdad perfecta, fácil de captar y accesible en un clic. Ese motivo es una pregunta. Este es el artículo único del credo de Springsteen y su E-Street Band: seguimos vivos porque seguimos buscando, buscando la tierra de “la esperanza y los sueños”, el abrazo, el “everlasting kiss” en el que morir en las calles, o mejor, en los callejones (Backstreets), escondidos pero encontrados, héroes rotos que lo siguen intentando, elevándose por encima de las Badlands y las depresiones del “edge of town”, de esa zona turbia de las afueras, donde hay “prostitutas y jugadores”, “santos y pecadores”.

El filósofo Gabriel Marcel hizo célebre la distinción entre problema y misterio. El primero es comprensible, desentrañable, controlable. Uno y uno son dos. El segundo es un abismo que me inunda, me abraza, me saca de mi comodidad y me eleva hacia lo más hondo y lo más inmenso. Nada hay más místico que un beso. Ya lo dijo Springsteen en su directo más emocionante e intimista, en Broadway: “One and one equals three”.

Y, recuperándome de la resaca emocional de haber visto al gran ídolo de mi juventud, pienso que la niña del tren camino al aeropuerto es la que más lejos ha llegado en la búsqueda que nos hiere a todos de preguntas, en la inmersión en el misterio. Y que seguramente todo deba hacerse mucho más sencillo para poder llegar a ser mucho más verdad.