Opinión | Al margen

Los patriotas miedosos

Octubre de 2017 pasará a la historia como el mejor ejemplo de lo que puede provocar el miedo a que te llamen traidor

El miedo guarda la viña. Este refrán ilustra cómo el temor al castigo puede paralizar a alguien. Lo malo es que esa parálisis tiene consecuencias de todo tipo. Sirve para impedir que se cometan barbaridades y para evitar peligros, que está muy bien; pero tambié se convierte en un freno para la toma de decisiones, un mecanismo de bloqueo, que está muy mal. La política catalana, y en especial el universo independentista, navega hace tiempo en esas coordenadas y con la bandera de la traición como reina de los mares.

Que algunos –o bastantes- independentistas acusen de ‘botiflers’ a los que no piensan –ni sienten- como ellos, ya es una costumbre arraigada. Pero es que esa misma bandera la enarbolan también en su mundo, unos contra otros, según sople el viento. Porque los vientos –también los de la política- tienen la mala costumbre de rolar; y avanzar en esas condiciones se convierte en una tarea titánica. Así nos va. Octubre de 2017 pasará a la historia como el mejor ejemplo de lo que puede provocar el miedo a que te llamen traidor. El entonces president, y después prófugo de la justicia, Carles Puigdemont, sucumbió a la presión de ERC, ejemplificada en aquellas «155 monedas de plata» a las que aludió Gabriel Rufián, cuando convocar elecciones parecía una alternativa sensata para evitar la intervención de la autonomía catalana. Siete años, penas de cárcel mediante y una montaña de frustraciones después, las tornas han cambiado y ahora son los republicanos quienes sienten en el cogote el aliento fundamentalista de Junts. Y lo han sentido incluso mientras negociaban –y conseguían- una amnistía que, posiblemente, le cueste a Pedro Sánchez salir de La Moncloa. Está visto que ese acoso, unido a su descalabro electoral, ha acabado por asustarles. Solo así, desde el miedo, se explica la marciana coartada de «mesa antirrepresiva» para justificar el pacto con Junts en el Parlament. Tiene gracia que a quienes –unos y otros- transitaron por el ‘procés’ al grito de «pit i collons», les tiemblen las piernas cada dos por tres. Parece que jueguen en el Bernabeu. n

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