Opinión | A la contra

De Madrid al infierno

La primera vez que viajé a Madrid todavía no había AVE desde València, un viaje de cuatro horas en un vagón mundano, rodeado de gente ruidosa y críos latosos, personas del montón, una estirpe insoportable.

El vagón en silencio llegaría mucho después –gracias, Renfe, por dejarn os viajar a poetas, filósofos y tipos raritos– y supuso un hito para quienes detestamos la contaminación acústica propia de familias, niños y colgados del teléfono. Por fin podías visitar Madrid, un género literario, según Francisco Umbral, sin sufrir la vulgaridad propia de la gente ruidosa o ruinosa, lo mismo da.

Así que, si bien estoy en contra del AVE porque soy anticapitalista y en general vivo en contra de todo, incluso de mí mismo, frecuento Madrid todos los meses a mi pesar.

Allí tengo a las mejores amigas y entre sus calles te pierdes aunque siempre acabes encontrándote, pues, en Madrid, todo y su contrario es posible: teatro comercial, de barrio o marginal, gentuza de toda calaña, tabernas mugrientas –mis predilectas– o restaurantes distinguidos, los huevos rotos de Lucio o incontables cadenas de comida basura devorada por insoportables jóvenes de la ESO, puritanos, poliamorosos, alternativos o trajeados…

En fin, en Madrid uno/a pasa desapercibido/a porque todas y nadie somos Madrid. Aquello fue durante décadas una amalgama de voluntades dispersas, creativas, ingeniosas, alternativas, insurrectas, ¡libres!

Hoy me planteo dejar de visitar Madrid. No será fácil porque supondría renunciar a encontrarme con mis amigas.

El caso es que cada día me resulta más insoportable transitar sus calles, sitiadas por despedidas de soltero/a, grupos invasores de turistas bailando, gente vociferando –lo de gente es un decir– o comiendo como si no hubiera un mañana, otra guardando cola sin rubor en locales americanos malolientes, a toda hora, sin criterio, sin pudor, sin límites.

Madrid deviene un parque de atracciones ruidoso, ruinoso, no apto para nostálgicos, sensibles, anarquistas, anticapitalistas, sabios, gente guapa y enemigos del mercado y el turismo.

Madrid entiende ahora la «libertad» como desmadre, despropósito, bullicio, amalgama, cochambre, suciedad, decibelios…

No hay barrios sino apartamentos turísticos. No hay tráfico sino colapso. No hay transporte público sino hacinamiento. No hay vida sino mugre. Por no decir la suciedad y la miseria desapercibida para los guiris sudados, feos, soeces, pero ricos.

En Madrid abundan maromos con camiseta de tirantes –debería ser un delito tipificado en el Código Penal– y tíos trajeados de la calle de Génova, la más temible de la ciudad.

Vagabundos los hay en cada esquina, a montones, en pleno centro, sin que despierte un mínimo de humanidad entre la multitud que los rodea.

Todo un indicador de que Madrid carece de alma. Madrid como epicentro del infierno, ¡el turismo!

En la reciente Feria del Libro algunos autores denunciaron violencia por parte de la ultraderecha. También mi amiga y maestra Cristina Fallarás, acosada, insultada, amenazada y perseguida por la Madrid hostil, violenta y facha.

La gente de izquierdas, esto es, la honrada, no cabemos en Madrid ni de visita. Y la maldad de la derecha –ultra o descafeinada– se impone a nuestra bondad. Hacer el mundo mejor es muy difícil, incluso peligroso, en esa inquisitorial capital de España. Madrid ya no es Madrid, sino el infierno. n