Opinión | EL TRASLUZ

El mensaje radiofónico

El mensaje radiofónico.

El mensaje radiofónico. / Shutterstock

Tuve de niño un vecino viudo que se parecía a Yul Brynner, actor del que había visto una película en la que interpretaba a un hombre con pasado. Se le notaba el pasado en la expresión entre nostálgica y escéptica del rostro. Todo el mundo con pasado tenía ese rostro al que yo aspiraba porque, desprovisto de presente como vivía, lo que necesitaba era un pretérito (perfecto, a ser posible). En la secuencia final de aquella película, el personaje de Brynner aparecía en la cubierta de un barco, donde un subordinado le preguntaba por el rumbo a tomar.

    -Adonde nos lleve el viento -respondía él.

     Cuando deja de interesarte el rumbo de tu vida, cavilaba yo, es porque nada te importa. Y esa era la situación de desapego que pretendía alcanzar a mis diez años, pese a no saber nada del zen, un estado anímico que supone entregarse dócilmente a las fuerzas de la existencia.

     Viene esto a que aquel hombre, mi vecino, el viudo, escuchaba la radio. La escuchaba solo, como todos los viudos. Cuando mi madre se acordaba de él, decía:

    -El pobre Aurelio…

    Y luego me encargaba que llamara a su puerta y le invitara a unirse a nosotros. Él me miraba con aquella expresión entre abatida y melancólica de Yul Brynner y me daba las gracias.

     -Dile a tu madre que prefiero estar solo -concluía.

    A mí me habría gustado también quedarme a solas con la radio. Me parecía, en fin, que la situación de Aurelio era envidiable, de ahí que fantaseara con la idea de enviudar, aspiración poco realista para un crío soltero.

    Mi vecino escuchaba la radio y fumaba. Yo empecé a fumar para imitarle, primero con cigarrillos apagados; más tarde, dotados de aquella brasa que brillaba en la clandestinidad de debajo de la cama como el vientre de una luciérnaga. Me lo imaginaba, a Aurelio, inclinado sobre el aparato de radio como si esperara un mensaje. Así la escuchaba mi madre también: como si esperara un mensaje. Así la escuchaba todo el mundo. Quizá así se escucha todavía, a los cien años de su fundación en España. De este modo la escucho yo ahora, esperando un mensaje, una orden, algo que ponga en marcha algo, porque esto no puede seguir así.