Opinión | Punto y aparte

Adopta a un crucerista (por el bien de todos)

Los fugaces cruceristas que ayer decidieron recorrer València por unas horas antes de irse de nuevo a quizás qué destino, no vieron mejor lugar para depositar sus bicicletas que todo un monumento declarado Patrimonio de la Humanidad

Las bicicletas de los cruceristas, ayer, en la Llotja.

Las bicicletas de los cruceristas, ayer, en la Llotja. / L-EMV

Tras varios intentos dignos que recogeré en otro artículo, una amiga mía conoció, por fin, a su pareja en una aplicación de relaciones llamada Adopta un tío. Así, a primer golpe, no puedo negar que el nombre me resultó desagradable y ofensivo, la verdad. Aunque pueda tener mis más y mis menos con las abundantes actitudes patriarcales que todavía arrastramos como sociedad y que arrastran, todavía más, nuestros compañeros varones, el término 'adoptar' me parecía excesivamente infantilizante para una herramienta que se supone tiene como objetivo poner en contacto a dos personas presuntamente adultas. Solo niños y animales se adoptaban en mi, hasta entonces, limitada perspectiva.

Pero, visto lo visto ayer en el centro de València, no solo me he convertido en una férrea defensora de 'adoptar', en general, más cosas o personas que requieran una atención específica por su bien o el bien común, sino que, además, casi considero que debería ser un acto obligatorio -como pagar impuestos- si nuestra supervivencia como pueblo queremos garantizar.

Invasión de bicicletas en la Lonja

Si adoptáramos, por ejemplo, a un crucerista -de esos que se desplazan como en una manifestación extraña, porque todos son rubios y altos- evitaríamos imágenes tan vergonzantes como la que se produjo ayer a los pies de nuestra querida Llotja de la Seda. Si Pere Comte, el impulsor de esta maravilla arquitectónica en 1493, levantara la cabeza no se iría con las contemplaciones que tenemos hoy en día. Y no le culpo. Los fugaces cruceristas que ayer decidieron recorrer València por unas horas antes de irse de nuevo a quizás qué destino, no vieron mejor lugar para depositar sus bicicletas que todo un monumento declarado Patrimonio de la Humanidad. Gusto tienen. Y supongo que justificación también. Habrán llegado a esa preciosa plaza repleta de bellos edificios, testigos de siglos de historia, y habrán pensado: 'Mira qué bien, qué precioso entorno nos han preparado los indigenas para que nosotros, amos del universo, podamos aparcar nuestras bicis de alquiler'. Estos valencianos, siempre tan complacientes, qué buenos son. Y como decía un amigo 'dos vegades bo, bobo'.

Estos valencianos, siempre tan complacientes, qué buenos son. Y como decía un amigo 'dos vegades bo, bobo'.

Yo también he viajado. Y mucho. Y a lugares muy diferentes a mi en todo. Y jamás se me ha ocurrido violentar su patrimonio, ni sus personas, ni mucho menos sus costumbres o lengua. Voy a visitar y a ver, y si no me gusta, no vuelvo. Pero no modifico lo que hay por mi presencia. No soy más importante allí que quienes son de allí. Por eso, mi ira se desata cuando veo como, impunemente, algo que apreciamos y queremos se convierte en un meadero en Fallas y en un aparcamiento de bicis para guiris cuando llega el buen sol. O marcamos unos límites claros y respetuosos para con nosotros mismos, como ciudad repleta de legado que somos, o acabaremos viendo a algún crucerista haciendo parapente desde el Micalet.

Turista vilipendiado

Son las administraciones públicas quienes deben establecer, con multas, sanciones o advertencias, esos límites necesarios para que el visitante respetuoso no acabe siendo vilipendiado por culpa del turismo desconsiderado que, para más inri y ahí abriríamos otro tema que algún día habrá que abordar, come cualquier cosa que ponga 'paella' a un precio desorbitado y... a medianoche. Encima. Ya os vale a quienes les cobráis 20 euros por cuatro granos de arroz y subís los precios de los alquileres hasta hacerlos inasequibles para los de aquí. Ya os vale a quienes les alquiláis las bicis y no les explicáis que hay normas, carriles específicos para que circulen (Giuseppe, amb el que et va costar!), que por las aceras no se va y que, en manada, menos si no quiere acabar golpeados por una multitud de rabiosos peatones. No, así no. Porque acabaréis convirtiendo el centro de València en un parque temático y el resto, los barrios, se quedarán como una auténtica reserva india. Quizás, el único lugar habitable donde vivir vidas de verdad. Pero son tan buenos estos valencianos... Y ya se sabe, 'dos vegades bo...'