A Vuelapluma

Solar del bruto

Se puede, se debería entender, que la opresión del vecino, incluso del enemigo, puede traer la ilusión de la ausencia de violencia, pero no la paz. Cuando la religión se impone a la razón, el infierno está más cerca

Residentes abandonan Gaza City por la posible invasión terrestre Israelí.

Residentes abandonan Gaza City por la posible invasión terrestre Israelí. / Mohammed Saber

Alfons Garcia

Alfons Garcia

Creo que lo leí en alguna crónica de Ramón Lobo. Hay (o había) en Murcia una librería de viejo con este nombre: Solar del bruto. Tiene algo muy hispánico, los libros, bajo la marca de la incultura y la barbarie, como de sonrisa que deja ver unos dientes ennegrecidos. Muy quijotesco. Muy del país.

Solar del bruto es un nombre que da para mucho. Incluso para demasiado. Porque el solar incluye la esperanza de algo, de un futuro hogar, incluso una biblioteca. En el solar está el germen de un beneficio, un pelotazo urbanístico de los que construyeron nuestra alma y arramblaron el paisaje. Los de mi generación fuimos más de descampados, terrenos dejados de la mano de Dios en tiempos de pocas esperanzas de ser otra cosa.

Solar del bruto es una buena metáfora de un país y un tiempo. La oprimida franja de Gaza está condenada después de los atentados de Hamás. Eso dicen los expertos en geopolítica. Brutalidad para contrarrestar la brutalidad. Este es el verdadero orden mundial y no hay nada nuevo. A los demás nos queda contemplar sin saber dónde está el bien y dónde el mal. Solo nos quedan contradicciones y mucha confusión. Eso, y contemplar la política española como siempre, entre bandos, sin matices, escribiendo el presente y el futuro con trazo grueso, con brocha de pintar insultos en paredes encaladas. La derecha, alineada con Israel hasta el olvido de los oprimidos, los apartados de su tierra, su descampado. La izquierda de pedigrí, incapaz de condenar y de calificar de terrorismo la acción de Hamás, incluso de dar como verídica la atrocidad que la ha acompañado en algunos casos.

No sé quién escribía hace poco: ¿se puede no estar con nadie? ¿Cómo se puede estar con quien ocupa tierras de otro y lo encierra? ¿Cómo se puede estar con un Gobierno donde caben los fanáticos religiosos que no creen en las libertades? ¿Cómo se puede estar con quienes degüellan a gente normal solo por ser de otro color y otra religión y estar al otro lado de una frontera, por muy injusta que sea esta? ¿Cómo se puede estar con oprimidos que, por una fe, restringen libertades? ¿Se puede no estar con nadie? Y la verdadera pregunta: ¿puedo juzgar a miles de kilómetros mientras mi taza humea al lado de la pantalla? Se puede estar con la mayoría, porque aunque parezca lo contrario son minoría siempre los que deciden la violencia y la muerte. El silencio siempre es mayoría. Como el sufrimiento. Y se puede, se debería entender, que la opresión del vecino, incluso del enemigo, puede traer la ilusión de la ausencia de violencia, pero no la paz. Cuando la religión se impone a la razón, el infierno está más cerca. 

Solar del bruto es mirar al lado y ver qué están haciendo con la lengua que oías de pequeño en la calle y la sala de estar de casa pero nunca en el colegio. Porque tampoco hay que ir muy lejos para ver los efectos del poder de las minorías en estos tiempos. Vivo en una tierra donde una minoría ha roto los consensos que tanto habían costado para dignificar una lengua maltratada e intenta imponer unos criterios acientíficos desde el poder que ahora ocupa. Donde en otros sitios hay terraplanismo climático, en mi tierra le añadimos terraplanismo lingüístico. Puede parecer una broma, que lo es si se pone al lado de lo que se vive en la franja de Gaza, pero el esquema mental es el que hemos conocido bien. Una lengua sin ortografía posible, con una normativa discutida, siempre en una posición de sumisión con respecto al castellano, nos retrotrae al valenciano para sainetes, criadas y llauradors. Lo escribió ya Rafael Chirbes: aquí, en esta València que vuelve a engalanarse, genética, clase y lengua van de la mano. Aquí no llueven bombas, pero también vivimos nuestro solar del bruto. Al final, es más una descripción del alma humana que un espacio.

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