REFLEXIONES

El camino hacia el carbono neutro

Sabrina Femenía

Sabrina Femenía

En el Día Internacional contra el calentamiento terrestre, o también llamado Día Mundial por la reducción de CO2, se pretende hacer un llamamiento masivo a la sociedad, al tiempo que concienciar y sensibilizar sobre el cambio climático y los impactos ambientales que éste ocasiona.

La emisión de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono, el metano u óxido nitroso, entre otros, son los principales responsables del calentamiento global. Y a su vez, este es el causante del cambio climático, efectos meteorológicos adversos, desglaciación, pero también de la extinción de especies vegetales y animales, y, por ende, la proliferación o acuciamiento de enfermedades.

Deshacer el camino andado y modificar los hábitos de vida y consumo, para que sean sostenibles, es fundamental para retornar el daño realizado. En este sentido, es esencial minimizar nuestra huella de carbono, como ciudadanos, pero, sobre todo, como empresas. En la parte ambiental, las empresas deben ser neutras en carbono para 2050, obligación que parece muy lejana, y sobre la cual hay un gran camino que trazar. Pero no debemos olvidar otros aspectos sociales y de gobernanza, que están directamente imbricados en la sostenibilidad, y que también afectan a las actuaciones de las organizaciones, y deben ser tenidos en cuenta.

¿Pero, cómo hacerlo? ¿Cómo transformamos las empresas para que sean sostenibles? Pues, mediante el diseño de un plan estratégico en sostenibilidad. Este marcará la hoja de ruta a trazar por la organización en materia de sostenibilidad, y que definirá los objetivos a corto, medio y largo plazo, acciones, indicadores, plazos, calendario y responsables, bajo las tres dimensiones (ambiental, social y de gobernanza). Porque para que una estrategia sea realista, debe incluir propuestas y acciones concretas, que resuelvan circunstancias específicas.

El primer paso para hacer un plan de sostenibilidad o cualquier otro diseño estratégico es realizar un buen diagnóstico inicial que nos permitirá conocer en profundidad nuestro punto de partida, los riesgos y oportunidades del entorno y nuestras debilidades y fortalezas. En este sentido, es importante analizar bien el contexto exterior porque en una temática tan candente como la sostenibilidad, donde se están desarrollando normativas que serán de aplicación en los próximos años, conviene tenerlo una buena foto para ir alineando nuestra actividad con lo que en un futuro no muy lejano nos será de aplicación y marcará los puntos críticos sobre los que trabajar.

En la parte ambiental, por ejemplo, convendría analizar, entre otros, el ciclo de vida del producto, los residuos que generamos, nuestros principales consumos o nuestras fuentes de emisiones, así como restricciones o consideraciones en materia de uso de determinadas materias primas.

En segundo lugar, definiremos unos objetivos estratégicos, que deben representar la meta que queremos alcanzar. Estos objetivos deben ser SMART, es decir, Específicos, Medibles, Alcanzables, Relevantes y Temporalizados. Además, deben disponer un responsable para que puede garantizarse su consecución y recursos específicos (económicos, personas, tiempo, espacio…) para que se puedan desarrollar.

En tercer lugar, estableceremos unos indicadores que nos permitan conocer el grado de avance o consecución. Estos indicadores deben ser coherentes con los objetivos trazados, y para ello, es fundamental conocer la situación de partida, por lo que volveríamos a la importancia de realizar un buen diagnóstico, para evitar rechazo o desmotivación.

En cuarto lugar, tenemos la fase de implementación del plan, en el que lo objetivos deben desplegarse en acciones concretas, de otra forma, quedará en una mera declaración de intenciones. Los grandes objetivos son la suma de muchas pequeñas acciones conseguidas.

Volviendo al ejemplo anterior, si queremos reducir en un 10 % nuestra huella de carbono para el ejercicio 2023, deberemos, tras analizar nuestras principales fuentes de emisiones, identificar acciones para contenerlas y disminuirlas. Estas acciones concretas deben tener responsables, plazos y recursos, y deben poder monitorizarse, para garantizar su consecución.

Por ello, el seguimiento, es una fase fundamental. Los planes deben ser vivos y no estancos, es decir, debemos ver si con la hoja de ruta trazada estamos consiguiendo nuestro propósito, o si, por el contrario, nos estamos desviando y poder realizar las acciones correctivas y/o preventivas. Tampoco debemos ser esclavos de lo que en su momento definimos, y si detectamos que las acciones diseñadas no funcionan, y deberemos definir nuevas actuaciones.

Y, por último, la necesidad de comunicar todo el proceso a la organización. Hay muchas empresas que fallan en su estrategia por un mal diagnóstico y no saber hacia dónde van, pero sin duda, la principal causa de fallo es por la ausencia de comunicación, en la medida en que ésta se amplíe, se incrementará su éxito.