Cuando pase la peste tendremos la sensación de que no muchas cosas han cambiado. Volverá la vida cotidiana con una naturalidad pasmosa. Sólo la ausencia que dejarán los muertos parecerá haberse instalado para siempre entre nosotros. La vida crece con fuerza cuando se le da ocasión y vamos a dársela con generosidad y con ganas tras el confinamiento. Aunque sólo será una apariencia. La peste no cambia la Historia, pero sí la acelera. Y mucho. Y a esta peste le queda mucho recorrido y un par de vueltas más.

El mundo no volverá a ser lo que era tras la primera gran emergencia sanitaria de la globalización. La pandemia marcará un punto y aparte en el siglo XXI y probablemente para la humanidad. Y eso que no es ni de lejos la peste más devastadora que hemos sufrido como civilización y probablemente tampoco la última.

La llamada gripe española mató más por hambre que por fiebre y con el coronavirus sucederá lo mismo. A este efecto conviene no confundir el final del confinamiento en España con el final del drama. Desde luego porque, según la comunidad científica, el virus puede volver en otoño reforzado, pero también porque en las zonas más pobres del planeta aún no ha hecho acto de presencia. ¿Qué ocurrirá en África u Oriente Próximo cuando el coronavirus les explote? Allí ni siquiera hay domicilios en que recluirse u hospitales que puedan saturarse. Escribir hoy sobre el final de esta pandemia es aventurado y optimista.

Decir que esta pandemia nos ha pillado con el pie cambiado es una perogrullada. Pero cuando todo esto acabe, al menos en la calma transitoria que vendrá, todos deberíamos hacer una reflexión de cómo se ha gestionado esta crisis sanitaria. Y sobre cómo gestionar la reconstrucción económica de Europa.

Sí, la crisis del coronavirus pasará. Pero dejará tras de sí una profunda huella, imposible de imaginar por el momento, en todos los aspectos de la vida. Habrá cambios en la política, en la economía, en las relaciones laborales, en las sociales, en la educación. Difícil será encontrar un sector donde no se vayan a producir transformaciones, por pequeñas que sean.

Por ejemplo, parece evidente que tanto países como grandes multinacionales revisarán el funcionamiento de las cadenas internacionales de suministro y fabricación mundial. Se repensarán las industrias nacionales imprescindibles, y todos los gobiernos se afanarán por tener reservas de emergencia. Vamos a recuperar la autarquía como fantasía política y a reordenar nuestra lista de fabricación estratégica. Además de demostrarnos cuánto dependemos de Asia para lo esencial, el virus se ha revelado como un arma más eficaz que las bombas atómicas.

Por desgracia, me temo que la guerra en el futuro se hará con virus humanos e informáticos.

Lo mismo habrá que estar muy atentos a que esta crisis no sea utilizada por algunos gobiernos para imponer medidas restrictivas a largo plazo en materia de derechos civiles o libertad de prensa, o para que algunas dictaduras vean justificada su razón totalitaria de ser. Hemos renunciado con demasiada inocencia a nuestra intimidad durante el presente arresto domiciliario masivo. Hoy por hoy, los gobiernos usan el control de móviles para localizar movimientos de contagiosos, después será preciso que dejen de hacerlo. Haremos bien en limitar el uso de las herramientas de control social que el poder ha aprendido a manejar en este tiempo confuso.

La crisis está siendo un revitalizador de los nacionalismos. Tampoco perdamos eso de vista. Los ciudadanos se sienten seguros porque hay fronteras y considerarán sospechoso al que viene de fuera. También se ha recuperado el debate entre autoritarismo eficaz y democracia ineficiente. El modelo chino no es una alternativa aceptable, pero lo va a parecer.

Algunos analistas argumentan que esta crisis no cambiará las grandes tendencias económicas mundiales, más bien al contrario, que impulsará las que ya se estaban produciendo. Que Estados Unidos seguirá en su proceso escalonado de apearse del trono mundial. Que su competidor europeo seguirá ausente. Y que China se convertirá en el nuevo eje sobre el que pivote la globalización.

En todo caso, para mí la verdadera revolución es que durante la cuarentena hemos descubierto que podemos vivir en digital. Que la educación, el comercio, la banca, la alimentación, el ocio, los periódicos, las relaciones familiares e incluso el parlamento, todo, todo lo tenemos ahora por internet. ¿Alguien cree que el gran confinamiento hubiera sido posible sin internet? Y ahora que lo hemos probado, ¿quién lo dejará atrás?

Antes de la pandemia teníamos dos vidas: una analógica y otra digital. El virus se ha llevado nuestra vida analógica y nos ha dejado ya para siempre sólo con la digital. Es imposible que todo lo que se ha hecho digital en estas semanas vuelva a ser analógico algún día. La peste le ha dado un empujón a la Historia y no estoy seguro de que personalmente me guste.

La crisis económica que se avecina no es sólo una consecuencia más de la peste, también es el futuro. Hoy estamos a tiempo de decidir cómo queremos vivirlo, dentro de un año no sé.