JONDE: la “Roja” del nuevo sinfonismo español

JONDE.

JONDE. / Francisco Montoro

Justo Romero

Justo Romero

PALAU DE LA MÚSICA. Obras de Strauss, Saint-Saëns, Albéniz-Arbós y Ravel. Joven Orquesta Nacional de España. Director: Pablo González. Solista: Francisco Fullana (violín). ­Lu­gar: Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: Alrededor de 1.600 personas. Fecha: Miércoles, 17 julio 2024.

Más allá de las “cosas y cosillas” que pasan en cualquier concierto y a cualquier orquesta, la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) sonó maravillosamente en su primera actuación en el Palau de la Música en décadas, es decir: cuando ninguno de sus actuales componentes había nacido. Si entonces, en aquella remota actuación de mayo de 1998, dirigida por el eterno Carlo Maria Giulini, conmovió a todos con una inolvidable Primera sinfonía de Brahms, hoy fascina y llena de convicción y orgullo comprobar cómo el futuro se ha hecho realidad y presente en estos jóvenes músicos, apenas veinteañeros e incluso algunos aún ni eso.

El miércoles, estos herederos de aquella gloriosa generación de nuevos músicos españoles, tocaron con calidad, arrojo y virtuosismo un comprometido programa de máximas exigencias expresivas y técnicas. Fue un concierto feliz y radiante, gobernado con empática maestría por Pablo González, una de las más sólidas batutas españolas, quien en sus años mozos, cuando era un jovencillo flautista con las mismas ilusiones y sueños de los virtuosos que ahora tenía ante sí, fue también miembro de este invento maravilloso e imprescindible que es la JONDE, la “Roja” del nuevo sinfonismo español

De hecho, casi todos los músicos españoles que hoy tocan en grandes orquestas internacionales y españolas han pasado por sus atriles. Hoy, 41 años después de su creación en 1983, España es una potencia musical mundial, tan de primer orden como la Roja. En 1983, España era un páramo en el que apenas había orquestas, ni auditorios, ni ópera, ni casi “res de res”. Cuatro décadas, el páramo está plagado de decenas de maravillosos auditorios y orquestas, y la música se ha convertido en algo imprescindible y consustancial que ha dejado de ser cosa de “señoritas bien”.

Un mundo nuevo, una nueva España que dejó de ser gris y comenzó a enamorase con Mahler, Strauss, Debussy, Falla… El miércoles, ante una Palau de la Música prácticamente lleno, emocionaba tanto escuchar a la JONDE tocar admirablemente obras tan enjundiosas como el poema sinfónico Till Eulenspiegel de Strauss o la segunda suite de Dafinis y Cloé de Ravel, como ver la sala repleta de un público jovencísimo y entusiasta, que seguía el concierto con un interés y silencio que para sí quisieran los adultos abonados de costumbre. ¡Ni un abanico, ni una tos, ni un cuchicheo por lo bajini!... ¡Ni un puñetero caramelo! ¡Viva la juventud!

LA JONDE es un Ferrari pletórico de energía y excelencias. En cuanto pisas un milímetro el acelerador, se dispara como una bala. Testosterona. Una energía y un entusiasmo que asoman en cada nota, en cada fraseo, en cada fortísimo. De ahí, que cualquier maestro que suba a su podio deber tener siempre muy presente esta respuesta poderosa y a punto de desbocarse de unos artistas que se comen el mundo con la misma facilidad que desentrañan y hacen realidad los más enrevesados pentagramas sinfónicos.

Plenitud a los 49 años

Pablo González maestro en plenitud a sus 49 años (Oviedo, 1975), curtido en varias titularidades importantes y en una carrera internacional con significativas recaladas, es bien consciente de esta energía superlativa. La supo encauzar por los derroteros expresivos de la mejor sensibilidad y arte. Construyó así una versión descriptiva y cargada de sentido narrativo de Till Eulenspiegel, cuya alcurnia musical encontró equilibrio perfecto entre la exhibición técnica que requiere el poema sinfónico de Strauss y su inmenso y delicado caudal expresivo. El concertino se lució en su fundamental cometido, tanto como todos y cada uno de sus compañeros de atril. Genial.

Después, y antes del intermedio, un joven gran violinista español, el balear Francisco Fullana (Palma, 1990), reveló clase y virtuosismo en el Tercer concierto de Saint-Saëns, al que dio vida desde su sonoro Guarneri del Gesù en una recreación bien perfilada, de fino aliento lírico y encendido romanticismo, que encontró sus episodios más efusivos en el cantable Andantino central. Tres brillantes y bien enseñoreadas Iberias de Albéniz orquestas por Fernández-Arbós (Evocación, El Albaicín y Triana), y las fragancias contagiosas de la segunda suite de Dafnis y Cloé -cuya excelencia interpretativa queda esencializada en el cálidamente cantado solo de flauta- fueron el colofón de este concierto en el que los mayores sueños musicales se han constatado realidad. Entusiasmo unánime.

Del escenario y de la platea. Tres propinas españolas redondearon la gran noche: Amorosa, de las Diez melodías vascas de Guridi; la “marca de la casa” que es el luminoso intermedio de La boda de Luis Alonso, y el pasodoble Amparito Roca. Imagínense. ¡La locura! Como en Berlín. 

JONDE.

JONDE. / Francisco Montoro

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