Fuera de compás

A las armas, etcétera

Serge Gainsbourg.

Serge Gainsbourg. / L-EMV

Fernando Soriano

Fernando Soriano

Mira que les gusta a los franceses un julio movidito, y no me refiero al morenazo de los memes que recibimos en el móvil desde hace semanas en las más variadas y alucinantemente imaginativas situaciones. El de este año, sin ir más lejos. Han animado a su selección hasta caer en semifinales en la Eurocopa de fútbol, está en marcha ese Tour que nos amodorra en las calurosas tardes veraniegas, organizan las olimpiadas en París y todavía han tenido tiempo para derrotar al fascismo en las urnas, teniéndonos en un ay hasta última hora.

Los galos se vienen arriba con los calores. Ayer mismo se conmemoraba la toma de La Bastilla, fecha símbolo de la revolución por antonomasia. Con el lema de ‘Libertad, Igualdad y Fraternidad’ salió la masa furibunda a la calle a luchar contra el antiguo régimen, la tiranía y sus miserias, espoleada por la subida del pan, entre otras cosas. Que imagínate tú que en temporada de festivales como estamos, te duplican el precio del pollastre. Iba a arder Troya como una falla, pero con caballo y todo.

“Bastille Day”, de la banda canadiense Rush, explica bastante bien el asunto, con esos riffs que alimentarían seis o siete canciones de cualquier otro grupo menor, un punteo fabuloso y el ritmo del que puede haber sido el mejor batería de la historia. La voz es un poco chillona, pero más gritaban los contrarrevolucionarios camino de la guillotina. Los voluntarios marselleses también cantaban a voz en cuello aquella “Canción de guerra para el Ejército del Rin”, compuesta en Estrasburgo por Rouget de l’Isle, Salmonete de la Isla en castellano y antepasado lejano de nuestro Camarón. La conocemos como “La Marsellesa” desde que se convirtió en el himno nacional de nuestros vecinos y hay que tener el corazón muy duro para no soltar una lágrima de emoción cuando la escuchamos cantar.

Si es en la película ‘Evasión o victoria’, con un estadio entonándola provocadoramente porque los gerifaltes nazis la habían prohibido durante la guerra, me cepillo una caja de kleenex y salto del sofá cuando Stallone para el penalti como si fuera la primera vez que lo veo. Y en ‘Casablanca’, Viktor Laszlo la canta en el bar de Rick para achantar a un grupo de oficiales alemanes que estaban allí coreando una melodía muy marcial. Recuerden que la peli es de 1942 y con la prohibición, hacerla sonar en una pantalla grande era un gesto de ánimo de la industria cinematográfica estadounidense a la resistencia francesa contra la ocupación y el vergonzante gobierno títere de Vichy. Fíjense, por favor, en el juego de miradas entre los personajes, porque es uno de los mejores minutos de la historia del cine.

Sus primeros compases dan comienzo a “All You Need Is Love” de los Beatles, que se estrenó en la primera retransmisión televisiva mundial vía satélite y se convirtió en un himno pacifista. Aunque no arrancó con demasiado buen pie por las feroces críticas que desató en el establishment británico (hippies cantando sobre paz, libertad y amor, qué horrible desacato, milores) se convirtió en un éxito masivo, pese a la complicación rítmica y estructural que encerraba. Menuda paradoja que Buckingham decidiera que fuera una de las canciones que acompañaron a la reina Isabel II en los actos de celebración por el cambio de milenio en la nochevieja de 1999. Una canción que comienza con el himno de sus tradicionales enemigos del otro lado del canal.

Pero para movidón, el que montó Serge Gainsbourg cuando hizo una versión en clave jamaicana para su disco de 1979 que enfureció a los patriotas más recalcitrantes del hexágono. Polémica general por “profanar” un símbolo sagrado, amenazas de muerte del grupo terrorista de ultraderecha O.A.S., avisos de bomba y suspensión de un concierto tras un enfrentamiento con paracaidistas del ejército que querían acabar con el “pequeño judío”. Allí, con un par, Serge acabó cantando a capella las frases iniciales del himno canónico para después hacerles (literalmente) un corte de mangas a los paracas, que se habían cuadrado comme il faut al escucharlo. Remató la jugada un par de años más tarde comprando la partitura original del puño y letra de Rouget de l’Isle por 135.000 francos: ahora sí, gracias a una enrevesada paradoja metafórica-literal, “La Marsellesa” era suya y podía hacer con ella lo que le diera la republicana, que no real, gana.