Fuera de compás

¡Somos los 'mods'!

Quadrophenia

Quadrophenia / L-EMV

Fernando Soriano

Fernando Soriano

 Que yo recuerde, desde que tuve uso de razón quise ser un mod. Flipaba con el blues, el soul y me pirraba por las bandas británicas de los sesenta. Se me caía la baba con la elegante estética de esta subcultura juvenil nacida en Gran Bretaña a principios de aquella década, así que me sumergí en la escena modernista valenciana mediados los noventa. Hice grandes amigos con los que exprimía los días y las noches yendo al sastre para que nos cosiera camisas, pantalones y trajes a medida, buscando discos y libros molones, viendo conciertos inolvidables, bailando frenéticamente en Málaga, Zaragoza, Gijón, León, Madrid y Barcelona. Y aún hoy, camino de los cincuenta, muy pocas cosas me hacen tan feliz como envolverme en mi parka y rodar sobre mi Vespa de adornos cromados en busca de cachondeo.

Y claro, me vi ‘Quadrophenia’ unas cuantas veces, esa película de 1979 basada en un disco de los Who que hace hincapié en las tremendas peleas entre mods y rockers acaecidas en mayo de 1964 en la ciudad turística de Brighton. Hostias a mansalva, destrozos, cargas policiales, familias aterrorizadas en la playa y otras barbaridades que dieron la vuelta al mundo. Hasta el papa Pablo VI tuvo unas palabritas para aquellos gamberros.

Desde mayo, una exposición en el Museo Nacional de Antropología de Madrid conmemora el 60 aniversario de aquel episodio y explica con detalle el origen y las características de las dos tribus urbanas. Uno de sus organizadores es mi compadre Dani Llabrés, un mod valenciano afincado en La Latina que ha escrito muchos y muy reconocidos libros sobre el tema, además de varias novelas. Así que como para no ir a visitarla, más todavía si es del brazo del tipo que me crio en el rollo, una suerte de hermano mayor al que adoro y admiro: Álex Barbarroja, diseñador, ilustrador y dibujante. Muchas de sus estupendas obras cuelgan de las paredes de la muestra junto a discos, fotos, fanzines, motos, ropa y otros objetos definitorios de ambas subculturas.

Con el estreno de aquella peli la chavalada eligió bando, el ambiente se caldeó en exceso y un mod asesinó a un rocker en Madrid. En València no llegó a tanto, afortunadamente. En el tren que nos acerca a la capital, absurdamente desprovisto de bar y cerveza en las máquinas expendedoras, Álex me cuenta socarrón algunas anécdotas. “Los rockers eran más mayores, más macarras y más dados a la bronca. A uno de los nuestros le hicieron comerse una chapa que llevaba prendida en la parka. Semanas más tarde también le hicieron comerse la corbata, cortándosela a trocitos con una navaja. Otro pasó un tiempo en la UCI porque le patearon la cabeza”. En València la violencia se producía por imitación de lo visto en la dichosa película y de los sucesos acontecidos en Madrid, sobre todo durante la primera mitad de los ochenta. “Años después de todo aquello, uno de los más peligrosos me reconocía que aquellas disputas eran absurdas, dado lo mucho que teníamos en común”.

Tampoco es que estuvieran a la greña todo el rato. De hecho existían lazos de amistad entre tupés y flequillos. “En una ocasión, unos rockers me protegieron de otro madrileño que me perseguía con aviesas intenciones. Le pegaron un buen curro y le dijeron ‘para jugar a Quadrophenia te quedas en tu puta casa’ ”. Meses más tarde les devolvió el favor, porque unos heavys se metieron con ellos y Barbarroja, empuñando un bate de béisbol, los puso a correr en desbandada por las huertas de San Isidro. “Al final resultó que las bullas que teníamos contra tribus como los punks y los skinheads ultraderechistas venían más por desavenencias higiénicas y política que por música o estética”, coinciden zumbones Álex y Dani, quien subraya que la expo, que estará en marcha hasta el 22 de septiembre, va viento en popa. “Hemos registrado más de 10.000 visitas y tenemos conciertos en julio con los que disfrutar todos juntos y seguir recordando batallitas”. También opinan que los años 90 acabaron con aquellas rencillas, justo cuando yo los conocí. Así que por mi parte y para terminar, les aseguro que nunca tuve problemas con ningún rocker. Alguna vez lo he hablado con los que conozco: a estas alturas, para cuatro que quedamos de uno y otro bando, a qué santo vamos a buscarnos las vueltas.