Entrevista | César Campoy Periodista y escritor

César Campoy: "Los Balcanes son una obsesión, no te los acabas nunca"

César Campoy (València, 1973) publica «Una odisea balcánica. Tras los pasos de ‘La mirada de Ulises’» (Báltica, 2024)

De niño soñaba con Yugoslavia y ha seguido el camino de la película de Angelopoulos, que le marcó hace 30 años

César Campoy.

César Campoy. / Aida Redžepagić

¿Qué puede encontrar el lector en el libro? ¿Cómo lo definiría? 

Soy un amante de los Balcanes desde hace casi 25 años, llevo mucho tiempo viajando por allí e investigando la cultura, sobre todo lo que era Yugoslavia y, específicamente, Bosnia y Herzegovina. Este libro es una deuda y una promesa que me hice hace un cuarto de siglo, cuando vi La mirada de Ulises. El protagonista (Javi Keitel) recorre varias ciudades de los Balcanes en busca de las bobinas perdidas, siguiendo los pasos de los hermanos Manakis, los pioneros del cine en los Balcanes. Va a Grecia, Albania, Macedonia , Bulgaria, Rumanía, Serbia, Bosnia... Aquella película me dejó encantado, y me prometí que algún día haría ese viaje. Prácticamente 20 años después, por circunstancias de la vida, tuve que parar y desconectar, y consideré que era el momento del viaje, desde Tesalónica hasta Sarajevo.

Y para alguien que ha estado mucho en esa zona, ¿qué tiene de especial este viaje frente a los anteriores?

En los últimos años, los Balcanes se están poniendo de moda; además de Dubrovnik y la costa croata, también ciudades como Sarajevo o Belgrado. Lo que planteo en el libro es una especie de «antiviaje», no el clásico viaje organizado; descubrir los verdaderos Balcanes, los interiores, los más salvajes, lejos de agobios turísticos. Para el entendido en los Balcanes, puede ser una ruta interesante; y, para el que no los conoce, toda una aventura.

¿Qué tienen de especial los Balcanes? ¿Por qué atrapan?

Mmm, no lo sé. Lo comento al principio del libro, desde que era pequeño y tengo noción, siempre quise ser yugoslavo. Evidentemente aún no existía Yugoslavia, pero veía los desfiles de la república socialista; los Juegos Olímpicos de Sarajevo; cómo había pueblos diferentes viviendo juntos por un señor llamado Tito; la selección de baloncesto; la música; el cine... No existía internet y había que buscarse la vida con atlas y libros, pero todo lo que leía y descubría —cultura, historia y arte—, me parecía fascinante. Voy un par de veces al año a la zona... para mí es como ir al pueblo, un segundo hogar.

No es un libro de viajes al uso, en el que se recomiendan sitios, habla de cultura, política, historia… ¿Es imposible hablar de los Balcanes sin fijarse en todo lo que ha pasado?

Claro, está todo muy presente. Es una región en la que las fronteras a lo largo de siglos y décadas han variado muchísimo, y eso ha forjado un carácter muy peculiar en cada pueblo. Hay gente que habrá nacido a finales del imperio otomano y, sin moverse de su casa en 90 años, ha formado parte de ese, del austrohúngaro; del reino de los serbios, croatas y eslovenos; del estado fascista croata; y de la Yugoslavia de Tito. Cuando te mueves por la zona, ves que esas fronteras geopolíticas o administrativas no se corresponden con los pueblos. Son países pequeñitos pero en los que han pasado cosas muy importantes; hay ciudades que han sido ocupadas por siete u ocho países diferentes y eso hace que el espíritu de sus habitantes sea más abierto, que la cultura sea una ‘ensalada’ muy interesante. Es todo muy apasionante, no te los acabas nunca, por eso sigo obsesionado con los Balcanes.

Dice que es «una de las zonas más increíbles del planeta». ¿Es por ese crisol de identidades, de religiones, de nacionalismos y conflictos?

Sí, lo es, y también culturalmente. A mí, me entusiasma un tipo de música tradicional de Bosnia, que incluye sonidos de todas las repúblicas de alrededor y cuyo origen también se encuentra en el espíritu sefardí, en la diáspora judeo-española que fue expulsada de la península en 1492 y buena parte acabó en los Balcanes. La música también está influenciada por el Imperio austrohúngaro y los sonidos de Oriente Medio. Es una zona que, pese a su tamaño, tiene una mezcla de culturas apasionante, y la huella de las civilizaciones perdura a nivel cultural, artístico y de patrimonio, que sigue guardándose, al no haber una excesiva urbanización.

A pesar de ser el Mediterráneo, los vemos como países lejanos...

Sí, y yo, de hecho, egoístamente lo agradezco, que el turismo no sea muy masivo, aunque ahora se note más y el cambio ha sido brutal en 25 años, a nivel, sobre todo, de modernización y turistificación. Por ejemplo, en Sarajevo o Mostar. Pero sigue habiendo zonas de los Balcanes que no son conocidas. Y yo invito a eso, a huir de la masificación y a buscar, porque moverse por los Balcanes es difícil, pero sus gentes son tremendamente agradecidas y hospitalarias. La población bosnia, por ejemplo, tiene un espíritu como el nuestro, del Mediterráneo y muy abierto. 

Y ya por acabar, ¿cómo se preparó para el viaje del libro y qué otros consejos daría a los viajeros? 

Me marqué como objetivo seguir los mismos pasos que el personaje de la película, pero también me propuse no tenerlo todo muy preparado e ir un poquito a la aventura. Lo que aconsejo, si se va por primera vez a los Balcanes, es informarse un poco y pedir asesoramiento a alguien que conozca la zona, pero es tremendamente segura. Me lo preguntan mucho, y se puede viajar tranquilamente. Yo invito a llegar a cualquiera de los aeropuertos que hay y moverse en autobús con mucha paciencia. Es un clima muy agradecido, sobre todo en la costa; una gastronomía espectacular; una cultura increíble; y una naturaleza por explotar. Hay que dejarse llevar y hablar con los paisanos. No es el clásico viaje a una capital cosmopolita, sino todo lo contrario: una especie de liberación. 

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