Un grito a la vida a través del teatro amateur

Un total de 14 actores y actrices no profesionales se suben esta tarde al escenario para interpretar la obra «Nuestro pueblo», del dramaturgo Thornton Wilder. Durante nueve meses, han preparado esta representación junto a la directora de escena Iria Márquez. 

El grupo de actores y actrices 'amateur'.

El grupo de actores y actrices 'amateur'. / Miguel Angel Montesinos

Saray Fajardo

Saray Fajardo

Lucía Casanova es profesora de Educación Secundaria Obligatoria, Berta Esparza se dedica al periodismo cultural y Salva Furió es contable. A pesar de que tienen profesiones y edades muy distintas, a todos les une su pasión por el teatro. A esta lista se suman Amparo Rodríguez, Blanca Mansergas, Isabel Ramón, Isabel Sánchez, José Luis Gómez, Juanjo Tomàs, Lucía Torres, Mercedes Testal, Verónica Martínez y Celio Hernández. Todos ellos forman parte del curso avanzado de interpretación para no profesionales de la línea docente de la Sala Russafa, que acoge año tras año a nuevos alumnos -e, incluso, en lista de espera- con muchas ganas de aprendar. «Todos tenemos nuestras cosas, trabajos y tareas, pero sacamos el tiempo necesario para poder acudir a los ensayos. Yo salgo corriendo de la oficina y me voy al teatro», explica Furió. Dos veces por semana, el grupo se reúne para aprender todo lo que se mueve alrededor del mundo teatral. 

Tras nueve meses llenos de aprendizaje, ensayos y mucho trabajo, esta tarde se suben al escenario de la Sala Russafa para interpretar la obra «Nuestro pueblo», que, además, será la última pieza de esta edición del Festival de Talleres de Teatro Clásico, que se lleva a cabo todos los años. Basada en el texto del dramaturgo y escritor Thornton Wilder, esta ha sido una de las obras más representadas del teatro norteamericano contemporáneo. A través de tres actos, recrea las inquietudes de la sociedad, la necesidad de disfrutar del presente y las alegrías que esconden los pequeños detalles cotidianos de un grupo humano.  

Forma de hacer teatro

Además, la obra también tiene un componente sentimental para la propia directora de escena. «Fue el primer espectáculo que dirigí hace 14 años, cuando sólo tenía veinte, para el Grupo de Teatro de la Universidad de Alcalá de Henares. Siempre he tenido muchas ganas de volver a hacer esta representación. Con el tiempo, me he dado cuenta que aquel trabajo sentó las bases temáticas y estilísticas que luego he ido desarrollando en mi forma de hacer teatro», explica la directora de escena, docente, actriz y dramaturga, Iria Márquez, que se encarga de dirigir durante todo el año a este alumnado. Tras varios años de espera y 16 cursos al frente de estos talleres, Márquez al fin ha encontrado el momento idóneo para recuperar este texto, que había guardado en el cajón durante un tiempo. Para ella, es una obra en la que «se muestra la vida y reflexiona sobre la importancia de aprovechar el momento». Así se recrea en este texto ambientado en una pequeña localidad norteña de Estados Unidos: «Hay que vivir para poder amar la vida. Y hay que amar la vida para poder vivir». 

El elenco de esta obra está formado por 14 alumnos y alumnas de entre 20 y 80 años que, durante nueve meses, aprenden las técnicas de interpretación y preparan la obra que se representa a final de curso. «Nadie sabe lo que cuesta el teatro hasta que se adentran en él», reivindica Márquez quien agradece que en estos talleres también se aprenden otros valores como la empatía o la capacidad de comunicación. «Todos aprenden y se impregnan de la energía de los otros», resalta la directora, quien agradece la implicación de los integrantes. «Ellos tienen su vida fuera, pero adaptan su día a día para poder acudir al ensayo. Saben que hay una gran implicación para que todo salga bien», indica Márquez.  

Puesta en escena

Entre el alumnado que forma parte de este curso se encuentra Lucía Casanova, que se apuntó al taller el pasado mes de octubre. A pesar de que lleva siete años haciendo teatro amateur en otras escuelas, reconoce que este curso le llamó la atención, ya que se aplicaba todo lo aprendido durante el año a una representación final. «Hemos aprendido todo lo que hay detrás de una obra, como la escenografía, la iluminación o el montaje. No sólo es lo que se ve encima del escenario, sino que hay mucho más», señala. 

A lo largo de la obra, los actores y actrices no profesionales se dirigen al público en varias ocasiones para explicitar que son un grupo de actores y que están realizando una representación. Para ello, ponen sus cuerpos al servicio de la mímica con piezas mínimas de escenografía para darle una mayor importancia al texto y su presencia. «El autor quería transmitir la idea de que, con lo más simple, se puede crear algo completo y emocionante. Es una manera de reivindicar la importancia de lo llano», señala la directora. En este sentido, algunos de los integrantes reconocen que ha sido una de las obras «más complicadas a la hora de interpretar». 

Por otra parte, la obra cuenta con una ambientación musical en directo a través de la interpretación a a la viola de composiciones de Puccini y Offenbach, entre otros clásicos, por parte de la actriz y músico Sylvie Berger. Además, se utilizan efectos sonoros básicos, como el sonido de la lluvia, el viento o de pasos. La iluminación, a su vez, juega sobre las distintas tonalidades de gris del vestuario para recrear la sensación del paso del tiempo y reforzar la teatralidad de la puesta en escena. Márquez, a su vez, ha tomado la decisión de desvestir por completo el escenario de la Sala Russafa con el fin de dejar a la vista de los espectadores las bambalinas, incluso las puertas de los camerinos, que suelen quedar ocultas tras el telón de fondo con el fin de remarcar esa sencillez. Sin duda, se trata de una declaración de intenciones sobre la falta de artificiosidad, la verdad directa que trata de transmitir esta propuesta costumbrista y auto referencial, que reivindica el valor de la vida y del teatro. 

«Reflejo de la vida»

Durante toda la semana, el equipo ha estado ultimando los preparativos de la obra. «Hay nervios, pero somos constantes», reivindica Casanova, quien recalca la importancia del teatro, que, en sus palabras, «es un reflejo de la vida, es como un espejo». Los personajes destacan «el valor de las pequeñas cosas, que son las que dan color a la vida». 

Para Berta Esparza, quien lleva ocho años en la sala, la cultura es «vida». «Desde joven me he formado en artes escénicas, por lo que pisar un escenario es como estar en mi hogar», señala. Defiende el valor de este oficio, en el que «se cuenta una historia a los ojos, por lo que trabajamos para saber escuchar, comunicar y contar». 

Los 14 participantes se han convertido en «una comunidad de vida». «Ha surgido de manera natural. Cada ensayo es una enseñanza humana», reivindica Esparza. En este sentido, Salva Furió concluye que «hay muchas ganas, ilusión y buen ambiente entre todos». A ellos, el teatro les ha cambiado la vida. Ahora quieren devolver todo este amor a los espectadores que han depositado su confianza en ellos. n

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