Cuando Rosario de Velasco Belausteguigoitia pintó a Gregorio Martín en 1936, este a penas tenía seis meses y ni se imaginaba que, algún día, él y su madre pasarían a formar parte de la Historia del Arte. Y lo harán desde las paredes del Museo de Bellas Artes de Valencia.

Martín, madrileño, ebanista jubilado „aunque sigue creando para su familia„ y de 81 años visitó ayer por primera vez Valencia para asistir a la presentación del cuadro La matanza de los inocentes, pintado por De Velasco en 1936 y que ha sido restaurado por el museo y el Instituto Valenciano de la Conservación y la Restauración (Ivacor), tras más de un año de trabajo. Él es uno de los niños, de esos inocentes que, según el relato bíblico fueron víctimas de la soberbia del rey Herodes. En concreto, es el pequeño moreno, que su madre „bajo un manto rojizo„ aprieta contra su pecho a la derecha del cuadro.

Martín recuerda que su madre, Ana, la mujer que en el cuadro le sostiene en brazos, le habló sobre la pintura. «La artista le dijo a mi madre que ella y yo éramos justo lo que estaba buscando para su obra», realizada en Madrid. Aunque no sabe decir qué vínculo unía a su madre y a la artista. Sí sabe, no obstante, que «supo captar la bondad y el humanismo de mi madre».

Aseguró, con lágrimas en los ojos, que la imagen que De Velasco reprodujo de su madre en el cuadro «es casi una foto, hasta sus uñas son iguales». En la pieza de De Velasco, Ana, la madre de Gregorio Martín „ama de casa, madre de seis hijos, uno asesinado en tiempos de la guerra„ mira con desconfianza la espada a la izquierda del cuadro que amenaza el cuello de los inocentes. «En esa época [cuando se pintó el cuadro] éramos todos felices, después „dice en alusión a la guerra y al hermano muerto„ todo fue llanto».

Y aunque su madre le habló del cuadro, no fue hasta hace relativamente poco cuando Martín descubrió al fin la obra. Con ayuda de sus sobrinos decidió hacer su propia investigación por internet, hasta que dio con un cuadro que se ajustaba precisamente a todo lo que le había contado su madre. Y lo localizó en Valencia. «Ahora vendré mucho más a menudo», dijo ayer, acompañado de su hermana y su sobrino.

La presentación de la obra ya restaurada, además de contar con uno de sus protagonistas, reunió ayer en el Museo de Bellas Artes de Valencia, a familiares de la artista, como el doctor José De Velasco, que fue jefe del servicio de Cardiología del Hospital General de Valencia y que reconoció a algunos familiares como otros modelos de la obra.

La matanza de los inocentes (1936) es un óleo sobre lienzo de 164 x 168 centímetros que reproduce el pasaje bíblico de la degollación de los inocentes ordenada por Herodes.

La obra, según confirmó ayer el director del museo José Ignacio Casar Pinazo y como avanzó Levante-EMV el pasado verano, se incorporará a la colección permanente del museo a partir de 2019, cuando entre en marcha el plan museológico.

Según el conservador del museo, David Gimilio, esta obra se enmarcará en el área de entresiglos „de 1850 a 1936„, recogida en el proyecto museográfico de la pinacoteca y destacó su visión de la historia con una crítica social.

El cuadro dispone a seis mujeres y una niña, cuyos rostros reflejan el horror del suceso. Algunas de las madres protegen a sus hijos de una espada que es empuñada por una mano anónima y otras miran al cielo implorando justicia.

Este pasaje bíblico es un recurso utilizado por los artistas para denunciar la violencia y la crueldad de las guerras, que produce no solo víctimas en el campo de batalla sino también en la sociedad civil.

«El retorno al orden»

De Velasco (Madrid, 1904-Barcelona, 1991) fue una pintora con un estilo muy personal, discípula del pintor del regionalismo gallego, Fernando Álvarez de Sotomayor, que utilizó elementos del cubismo y del expresionismo y considerada una de las principales artistas de la década de los 30 del siglo XX. El momento de producción de la autora se enmarca en el movimiento artístico que se produjo tras la I Guerra Mundial que se denominó «retorno al orden» y que propició en España el «nuevo realismo». En 1924 concurrió por primera vez a la Exposición Nacional de Bellas Artes, con dos óleos, titulados Vieja segoviana y El chico del cacharro pero fue en 1932 cuando concitó el reconocimiento con su obra Adán y Eva con la que obtuvo la segunda medalla de pintura en la Exposición Nacional de Bellas Artes y que hoy conserva el Museo Reina Sofía.