Levante-EMV

El fantasma de la legislatura fallida

Juan R.Gil

“Santiago nos va a joder a todos”. A mediodía del jueves, durante un receso del pleno que se estaba celebrando en las Corts, un destacado miembro de Vox traducía al lenguaje grueso el estupor que reinaba entre los diputados de la formación ultraderechista.

Por la tarde, el ya hoy exvicepresidente del Consell, Vicente Barrera, expresaba en la reunión de la dirección nacional de Vox, con mayor finezza pero igual firmeza, su posición contraria a la ruptura con el PP e incluso dejaba ver con sus gestos en público el disgusto por la deriva que tomaba su partido. Pero Abascal, que había amenazado con dimitir si no se seguía la línea impuesta por él desde Madrid, mantuvo el pulso y dinamitó los pactos que habían llevado a Vox a entregarle al PP los gobiernos de cinco comunidades autónomas, entre ellas la valenciana, a cambio de formar parte de ellos. 

Mazón, que hasta el último suspiro esperó que sus socios echasen el freno, volvió a demostrar que a reflejos no le gana nadie: fue el primero de los nuevos barones populares que se aseguró la investidura firmando un acuerdo con Vox a pesar del ralentí ordenado por Feijóo; y el jueves por la noche, también fue el primero que dejó a Vox fuera del Ejecutivo publicando los ceses de sus tres consellers en una edición extraordinaria del Diario Oficial de la Generalitat Valenciana que lanzó sin esperar a que le presentaran la dimisión. Las preguntas ahora se reducen a dos: por qué ha pasado y qué va a pasar. Ninguna tiene una respuesta clara.

¿Por qué Vox ha dado la espantada menos de un año después de haberse encaramado al poder en autonomías estratégicas de la mano del PP? Ni siquiera sus propios dirigentes parecen tener una contestación. No conocen en la mayoría de los casos por qué tienen que darse a la fuga ni saben si se han medido las consecuencias que a medio y largo plazo pueda tener para ellos una decisión como esa.

La inmigración se ha convertido en todas las sociedades occidentales en un eje político de primer orden. El propio president de la Generalitat, Carlos Mazón, comentaba hace unos días en privado que para él ese tema era el gran asunto de Estado, por encima del de la financiación, y así es. La ultraderecha ha convertido esa cuestión, retorciéndola a base de mentiras, en su principal arma y su mejor combustible en el empeño de transformar democracias liberales en regímenes autoritarios.

Pero si ha encontrado el campo abierto ha sido también porque la izquierda ha carecido de un discurso coherente, que dejara de lado la hipocresía y entendiera la complejidad del problema y de las emociones primarias que remueve para dar una respuesta válida tanto a los que de un lado tienen miedo de perderlo todo (miedo fácil de manipular para transformarlo en odio, mayor cuanto menor sea ese “todo”), como para los que de otro padecen la desesperación de no tener nada que perder, porque todo se lo han arrebatado ya. Liberales y conservadores, por su parte, tampoco han construido un argumentario alternativo al de la ultraderecha: simplemente, han dejado hacer a ésta el trabajo sucio, creyendo que con eso mantendrían su electorado más tradicional sin que se le escape el moderado. Error.

Pero ni los propios dirigentes territoriales de Vox se creen que aceptar el reparto entre las autonomías de 400 niños migrantes sea motivo para adoptar una decisión tan radical, incluso para un partido radical, como la de dejar en minoría cinco gobiernos cuando sólo llevan consumido un 25% de su mandato inicial. Tampoco el acuerdo Sánchez/Feijóo para la renovación del Poder Judicial, una obligación constitucional, justifica tirar de esa manera el tiesto. Todo indica que el aparente ataque de testosterona de Abascal tiene otras razones de fondo.

La primera, el irregular rendimiento de Vox, que en las recientes elecciones europeas no sólo no rentabilizó como podía esperar su presencia en esos gobiernos, sino que a su condición de mero pepito grillo del PP sumó la aparición de un competidor (Alvise) más extremista aún. Vox obtuvo el pasado 9 de junio casi 1,7 millones de votos y seis escaños. ¿Eso es mucho o poco? Abascal y Buxadé lo celebraron como un éxito inconmensurable: “Hemos doblado la representación que teníamos”. Pero, para que se hagan una idea, son los mismos resultados que obtuvo Izquierda Unida (¿se acuerdan de IU?) la última vez que compareció en solitario a unos comicios, también europeos. Si sumamos los que sacó Podemos, con quien IU se casó luego, en esa misma convocatoria de 2014, serían 11, cinco más que los anotados por Abascal.

La segunda, el desconcierto por el resultado en Francia, donde la “amiga” Le Pen ha visto frenado de nuevo su ascenso al poder, aunque retenga un enorme caudal de votos. Se quiera o no, eso le recorta las alas a Abascal. Como también debe haber hecho el líder de Vox una lectura preocupante del recuento en el Reino Unido, donde la política de mano dura contra la inmigración de los tories no les ha servido para salvarse de ser arrollados por los laboristas, que han llegado al poder anunciando, precisamente, la derogación de las medidas más extremas de esa política antiinmigración.

Meloni, Milei, Trump, Abascal, Marine Le Pen y Orbán

Meloni, Milei, Trump, Abascal, Marine Le Pen y Orbán

 La tercera de las razones, también está ligada a las dos anteriores. Vox se ha asociado con Le Pen, Orbán y Salvini en el mismo grupo del Parlamento europeo, del que han excluido a Meloni. Hay corrimientos en la ultraderecha europea, que se está viendo en la necesidad de mover ficha cuando más felices se las pintaba. Así que tampoco cabe descartar que el órdago de Abascal, lejos de ser ocurrencia propia, forme parte de una estrategia mayor y coordinada. Porque esa Internacional extremista, la de los Milei, Le Pen, Orbán y otros, que un día quiso contaminar a la derecha tradicional, ahora ha decidido que no quiere contagiarla, sino liquidarla ya porque le parece un lastre.

La cuarta, y resumen de todo lo anterior, es que Abascal se ha visto obligado a sacar cabeza, no sólo porque había quedado desplazado a los bordes del escenario, sino sobre todo porque los movimientos tanto de Sánchez como de Feijóo le han hecho sospechar que, contra lo que él creía, la legislatura puede ser larga y el PP se está preparando para tal eventualidad haciéndole la cama a él, según su particular lectura. Así que Abascal pretende ser a partir de ahora más antisistema que nunca, y eso le obligaba, de acuerdo con ese análisis, a apartarse de toda institucionalidad, aunque fuera en las autonomías.

¿Y ahora, qué? Para Vox, de momento, pintan bastos. Abascal tiene a Macarena Olona dándole munición a Alvise y a Espinosa de los Monteros agitando una nueva plataforma. Lo miren por donde lo miren, la ultraderecha en España empieza a atomizarse como históricamente le ha ocurrido a la izquierda a la izquierda del PSOE. Y en medio de esa situación, a Abascal no se le ocurre otra cosa que tensionar su partido como nunca hasta aquí lo había hecho. ¿Qué no ha tenido en cuenta? Dos cosas: que cuando se saborean las mieles del poder, renunciar a ellas es un trago muy amargo, una. Es lo que ha obligado a hacer a su gente. Pero con ello ha sembrado una semilla que se lo llevará por delante al menor resbalón. Dos: que España, aunque lo parezca, no se puede gobernar con el mando a distancia desde Madrid. El éxito histórico del PSOE y del PP es, precisamente, su despliegue territorial. Abascal no sólo ha dictado un ucase, como si del zar de todas las Rusias se tratara; es que se puso a nombrar virreyes que ahora no le va a ser fácil enterrar, como tampoco le será sencillo controlar la mínima estructura que Vox había empezado a montar.

Feijóo y Pedro Sánchez

Feijóo y Pedro Sánchez

 El PSOE y el PP se frotan las manos. Es lógico. No ha pasado un año del 23J y Sánchez tiene a la derecha y la ultraderecha azuzándose los perros y a muchos de los barones del PP, que iban a ser el gran ariete de Feijóo contra el Gobierno central, teniendo que estar más preocupados de mantener sus posiciones que de atacar las contrarias. Para rematar, si alguna vez hubo alguna remota posibilidad de que el PP pudiera armar una moción de censura sumando a ella a Junts o el PNV, acaba de evaporarse porque si con Vox era altamente improbable, sin Vox no dan los números. 

Eso por el lado de los socialistas. Pero por el lado del PP, también se han lanzado las campanas al vuelo, dando por bueno, en definitiva, que la ruptura con Vox les hace a ellos situarse ante el electorado en una zona más templada, de la que sacar buenos réditos. Feijóo, en ese sentido, se reivindica como una alternativa de gobierno sólida, en tanto parece haber sido capaz de plantar cara a los extremos y acercarse al centro, el espacio donde hasta no hace mucho se ganaban las elecciones.

Las cosas, sin embargo, son un poco más complejas. No hay cara sin cruz. Por mucho que Sánchez intente seguir apretando al PP, exigiéndole la derogación de todas las leyes (como la de falsa Concordia aprobada en tiempo de descuento el mismo jueves en la Comunitat Valenciana) que han salido adelante en este último año por la alianza de los populares con Vox, los alegatos no van a tener tanto recorrido ahora si derecha y ultraderecha no constituyen, al menos formalmente, un frente común. En eso tiene razón Feijóo, si considera que la tocata y fuga de Abascal le hace a él más “votable”. Pero al mismo tiempo, los populares se quedan también sin nadie que les haga ese trabajo sucio al que antes me refería y que cuenta con el apoyo de una parte de su electorado. Lo que quiere decir que el PP se va a centrar, mais non plus. Y la mayoría absoluta, en unas próximas elecciones, sigue quedándole lejos. Así que Vox será un grano en el culo. Pero deshacerse de él no es tan fácil.

Traslademos todo esto a la Comunitat Valenciana. En su comparecencia del viernes, Mazón pareció descolocado, por mucho que se lo viera venir. No hizo un planteamiento de futuro, aunque sí se movió rápido. Y se mantuvo en un difícil equilibrio, convertido a partir de ahora en orden del día. Las radios, que debían estar esperando otra cosa, desconectaron.

Mazón tiene un partido compacto, aunque no sobrado de cuadros de talla como lo demuestra el hecho de que haya tenido que poner en las Corts, el verdadero campo de batalla a partir de ahora, a su secretario general, Juan Francisco Pérez, lo que atará al también alcalde de Finestrat al escaño coartándole para otras funciones que hasta aquí había hecho con gran éxito de crítica y público. Tiene también el president unos presupuestos aprobados, que pueden prorrogarse, así que llega hasta el 2026 como mínimo si quiere. Y, en todo caso, él es el que tiene el botón nuclear del anticipo electoral si lo necesitara, aunque se comprende que de momento renuncie a usarlo.

Pero el margen de todos es estrecho. Porque el problema es que en las Corts no hay partido intermedio. Gobernar en minoría no es algo inédito en la historia política de esta autonomía. Ya lo hizo Joan Lerma entre 1987 y 1991. Pero el presidente socialista tenía para elegir pareja de baile en cada ocasión y, sobre todo, contaba con el CDS, un partido práctico hasta la extinción.

Mazón, por el contrario, está encajonado. Ahora no hay esa fuerza medianera que servía de apoyo y coartada a todos. Quién nos iba a decir que íbamos a echar de menos el barco pirata que capitaneaba Toni Cantó. Así que va a tener que abusar de inteligencia para sostenerse. Porque si los de Vox siguen votándole a favor al PP quedarán como los tontos útiles. Y si no lo hacen, saldrán todos los días en la misma foto que Compromís, por nadie que pase. Pero Compromís, y sobre todo el PSOE, también se van a ver enfrentados a grandes contradicciones, porque si se entienden con la ultraderecha para bloquear al PP, se quedan sin discurso. Y si se entienden con el PP, especialmente el PSOE, por sentido de Estado, se quedan sin espacio. 

La cuestión es que el único programa con el que compareció el PP ante los ciudadanos el 28M y con el que resultó el partido más votado en la Comunitat Valenciana, aunque a diez escaños de la mayoría absoluta, fue el de la “eficacia”. Mazón dijo que venía a adelgazar la Administración, hacerla más ágil, desencallar problemas enquistados, ya fueran las ITV o las fotovoltaicas, bajar impuestos, prestar mejores servicios y etcétera. Bueno, pues todo eso requiere de normas y legislación que a partir de ahora no va a ser fácil sacar adelante. Podrá manejar los tiempos, una moción de censura que lo desaloje del Palau es imposible. Pero lo que va a tener difícil de ahuyentar es el fantasma de la legislatura perdida. 

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